El canónigo de Valencia fue asesinado, asfixiado presuntamente por un joven peruano de 34 años. El pasional homicidio destapó los vicios sexuales del hombre de Dios, el que aparentemente pagaba a varones en situación vulnerable para practicar sexo. Detienen a un sacerdote y a su pareja por traficar con viagra (sí, han leído bien, el cura mantenía una relación extra clerical); el celibato le había producido impotencia. Un párroco robó una silla de ruedas y después la vendió por Wallapop; un emprendedor, un lobo de Wall Street que era el pastor de las ovejas descarriadas. El obispo José Ignacio Munilla expulsa a un sacerdote por llamar hereje al Papa Francisco en un manifiesto publicado en internet.
Que Dios nos pille confesados, pero, por favor, que no sea por uno de estos curas. No sé si por un interés informativo o por morbo amarillo, pero el caso es que la curia lleva unas semanas moviditas. Es cierto que las noticias relacionadas con la Iglesia siempre han traído cola, han despertado en los periodistas un deseo incesante; el calibre moral y la rectitud que se le presuponen a un sacerdote han provocado que en cuanto uno va por el mal camino, el foco ilumina unas figuras que deberían resplandecer por la aureola beatificadora. No me deja de llamar la atención cómo, salvo excepciones, todos esperamos que un hombre de Dios tenga la patente de corso, una moralidad superior a la de la media. Cosas del cristianismo sociológico. Anda que no hay gente que roba cosas y que luego las pone a la venta por Wallapop; anda que no hay oportunistas que trafican con viagra o con lo que sea; anda que no hay puteros que pagan por sexo. Que un hombre con sotana ponga en práctica estos ejercicios profanos es noticia porque esas actitudes se les presuponen a hombres alejados de la buena voluntad.
"La Iglesia comete errores porque está formada por personas y nadie, tenga alzacuellos, corbata o pajarita, puede poner la mano en el fuego"
El otro día un sacerdote decía en la misa del domingo que el demonio se había metido en la Iglesia y se preguntaba cómo sus hermanos habían podido caer tan bajo. El problema no es que el maligno haya alquilado un Airbnb en el seno de la curia, el error es pensar que uno por llevar alzacuellos está libre de pecado. Me estoy acordando de cuando en una ocasión mi padre, al mirar a un cura mientras esperábamos a que empezara la misa, dijo algo así como que qué bien que los clérigos no sientan atracción por las mujeres. Yo le repliqué que a ellos les gustaban tanto como a nosotros, que cuando paseaba con mis amigos sacerdotes, no podían evitar girar la cabeza al ver a la chica que doblaba la esquina; al igual que los incastos, tienen ojos, deseos y pasiones. Cuando aprendes eso te deja de sorprender que un sacerdote sucumba ante los mismos vicios que los laicos. Decía el doctor José Cabrera en una entrevista que cualquier persona es capaz de cometer un asesinato, que no había castas, que nadie estaba libre de pecado para tirar la primera piedra. Mi padre siempre me cuenta la anécdota de una vez que se confesó en una Parroquia del centro de Madrid y que el sacerdote que le estaba administrando el sacramento, al intentar enmendar sus pecados, salió del confesionario, le reprochó que eran todos iguales y seguidamente le expulsó de la Iglesia. Tiempo después las noticias abrieron con que ese mismo cura había asesinado a su compañero a sangre fría en un ataque de locura. Mi padre se cayó muerto.
La Iglesia ha cometido errores porque está formada por personas y nadie, tenga alzacuellos, corbata o pajarita, puede poner la mano en el fuego. Lo que sí que se le puede reprochar a parte del clero es su obsesión de opinar sobre temas políticos en lugar de hacer autocrítica sobre casos como el de la pederastia. Pecado residual, pero que no se ha enmendado durante años al situar a los culpables en pueblos perdidos sin excomulgarles. El mayor pecado que puede cometer la Iglesia es indultar a las ovejas negras que supongan un mal ejemplo, porque como dijo Chesterton, "es peor el testimonio de un mal católico que el de un ateo". "Tenemos que defender la verdad a toda costa, aunque volvamos a ser doce", apostilló el Papa Juan Pablo II.