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CRÍTICA

La boda de Rosa: pensar en uno mismo

28/08/2020 - 

MURCIA. El nuevo proyecto de IcÍar Bollaín nos trae a través de una comedia ligera una reflexión sobre el amor por uno mismo y el sacrificio que las mujeres de la casa asumen. ¿No hay en todas las familia alguien que antepone la felicidad de los demás a la suya? En La boda de Rosa es Rosa (Candela Peña) la que asume las responsabilidades del resto de miembros.

El personaje de Rosa no tiene ninguna complicación ni ningún pasado rocambolesco, su pesar es el sometimiento emocional a los demás y vivir para servir al resto. El espectador se da cuenta, poco a poco, del progreso de Rosa conforme avanza la cinta. En un momento dado, se da cuenta de que ha asumido responsabilidades fuera de su alcance y que todavía no ha pensado en ella misma.

Así, la decisión simbólica de casarse con ella misma se convierte en un compromiso por respetarse y valorar sus propios intereses. Sin embargo, no todo repara en Rosa, el resto de personajes también enfrentan una serie de problemas que la película destapa pero no cierra y da la sensación, al terminar, de que han quedado flotando en el aire.


No obstante, las reflexiones de esos personajes son sencillas, cuestiones comunes con las que el espectador puede empatizar fácilmente. El miedo a la soledad, la aceptación del fracaso matrimonial y reconocer que se ha elegido el camino equivocado son las subtramas que no terminan de desarrollarse porque el problema principal, el autodescubrimiento de Rosa, lo acaba eclipsando.

Personajes sencillos, interpretaciones a la altura

Candela Peña demuestra una vez más que es una de las actrices más completas del panorama nacional. A través de la versatilidad y los cambios emocionales de su personaje, descubrimos el cambio y el punto de giro en su vida. Sin grandes altibajos, con naturalidad y sencillez, consigue expresar el ahogo que lleva dentro su personaje y, después, el espíritu y decisión por querer cambiar.

Pero, Nathalie Poza, su hermana Violeta en esta ficción, no se queda atrás. Es una lástima que no se ahonde más en su personaje porque sus escenas, solo con las miradas y los gestos, son capaces de mostrar la sensibilidad del personaje. Además, la actriz varía de estado emocional a lo largo de la cinta, lo que lleva al espectador de sentir indiferencia a ternura. El personaje de Sergi López, Armando, no le deja demasiado juego para lucirse, aunque en algunos momentos se despoja de los clichés de su personaje y se permite cierta sensibilidad que conecta con el espectador. De hecho, Armando, el otro hermano de Rosa, es uno de los personajes con los que resulta más fácil sentirse reflejado.

La hija de Rosa, Lidia, es Paula Usero, actriz más acostumbrada a la televisión que al cine, y que sorprende en esta ocasión con un uso del drama bastante acertado que le permite transmitir la inestabilidad de su personaje. Su personaje emociona y puede percibirse la complicidad con el de Candela Peña. Por último, Ramón Barea, un actor con una larga trayectoria a sus espaldas y que no deja indiferente en esta ocasión. En su papel de padre viudo demuestra una sensibilidad y ternura desbordante, pero con la naturalidad y cercanía suficiente como para que el espectador vea en este abuelo al suyo propio.

Cotidianidad, Valencia y poca música

Las películas de Icíar Bollaín se caracterizan por narrar una historia desprovista de artificiosidad y adornos. En este caso, los personajes podrían ser cualquiera de los espectadores, vidas normales de gente normal, sin un gran final apoteósico ni conclusiones motivadoras al estilo Mrs. Wonderful.

Toda la narración muestra el estrés por el trabajo, la inestabilidad y el espíritu de sacrificio cuando las cosas no marchan del todo bien. Trabajos exigentes y fracasos sentimentales con una Valencia y, sobre todo, un Benicàssim de fondo. El espacio juego un papel fundamental, ya que la analogía entre la vida en la ciudad y en el pueblo supone uno de los cambios principales que tomará Rosa. Pero los escenarios concretos también son importantes. Cada escena en la mercería del pueblo está cargada de simbolismo y de nostalgia. El antiguo negocio familiar se convierte en una añoranza del pasado con esperanzas de futuro, en despojarse del “cualquier tiempo pasado fue mejor” para estructurar un mañana a partir del ayer.

Quizá falte algo que, a veces, se convierte en pieza fundamental de una película: la música. Evidentemente, hay música pero apenas se percibe. El espectador sale de la sala sin recordarla; sin embargo, en el cine y, sobre todo, en el cine español de los últimos años los grandes momentos emotivos y los finales requieren una música que se haga notar, que transmita, que acompañe en el viaje emocional al espectador.

Futuro prometedor

Si hubiera que valorar de forma general esta cinta, la nota final sería bastante positiva. Deja mayor número de aciertos que de erros, ganan la naturalidad de la historia y las interpretaciones idóneas. Pese a que a veces la excesiva sencillez puede hacerla pasar una película simple o desapercibida.

Todavía no se sabe cuáles serán sus resultados en la próxima edición de los Premios Goya, pero ya ha sido seleccionada en el Festival de Málaga y, seguramente, Candela Peña y Paula Usero reciban algún reconocimiento por sus interpretaciones en futuras convocatorias de premios. Por el momento, la crítica ha sido bastante generosa, más bien justa, con Candela Peña. Una actriz a medida para los personajes que confecciona Icíar Bollaín, naturales y cargados de emotividad pero sin hipérboles dramáticas.

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