Los cómics de ciencia ficción son obsesivos con el tema de la destrucción del planeta y las catástrofes ecológicas. También, es muy habitual encontrar el tradicional recelo ante los avances tecnológicos. Recientemente, en esta línea, dos novelas gráficas destacaron por su originalidad. "Highwayman" que planteaba el fin del mundo haga el ser humano lo que haga, como un destino inevitable, y "Preferencias del sistema", donde el mundo que se acababa era el de la cultura del siglo XX, sustituida por el contenido generado por los propios usuarios
MURCIA. No es fácil encontrar buenas obras de ciencia ficción que no se queden en una idea recurrente y efectista, pero nada más. Hace un par de años destacamos Biotope o las obras dibujadas por Varela, como El Lab o El Humano Ahora ha caído en mis manos una de hace tres años, pero que es una verdadera delicia. Highwayman, de Koren Shadmi. Publicada en España por Norma.
Sin leer la sinopsis ni reseñas como esta, cuando uno abre la novela gráfica no entiende absolutamente nada. Aparece un hombre que va teniendo vivencias, pero nunca muere. La particularidad es que cada vez aparece más lejos en el futuro. Es inmortal y, hasta el final de la obra, no sabemos ni cómo lo logró ni para qué. Durante, tendremos su deambular por la eternidad en la Tierra.
Un relato magistralmente contado, porque si algo caracterizaría a un inmortal es su desapego por el presente. Por mucho que trascienda lo que se haga, pasados unos siglos, no tendrá la más mínima importancia. En ese sentido, como lector, uno se va dando cuenta poco a poco, paulatinamente. Al principio se mete en las historias, intenta conectarlas, pero pronto ve que todo da igual, que el tiempo no deja de pasar y que las va borrando. Nunca había experimentado una sensación tan original leyendo viñetas de ciencia ficción.
Otro aspecto increíble es como, en cada uno de los siete capítulos, si obviamos el primero, que es en el siglo XX, son distopías diferentes. En todas ellas destaca la lucha por los recursos y la desertización de la Tierra. Por supuesto, hay un momento Soylent Green maravilloso. Si se siguen los lanzamientos que se hacen de ciencia ficción en Estados Unidos en editoriales tipo Image, la destrucción del planeta por motivos climáticos es una constante. Es una verdadera obsesión. Aquí seguimos en esa línea, pero Shadmi es mucho más crudo. No introduce ninguna idea en la que el hombre aparezca como algo central. Da por hecho que la especie humana va a desaparecer haga lo que haga y que su condición, con la perspectiva de miles de años, se trata de un accidente solo apreciable en el estudio especializado de la Geología.
Esa falta de interés en las razones, ese desdén en situar al hombre como sujeto de nada, es una perspectiva muy realista. No nos engañemos, en la inmensidad del universo y la eternidad, el ser humano no es absolutamente nada. Es totalmente insignificante. El contrapunto a esta perspectiva tan realista la da que por arte de birlibirloque, el protagonista se convierte en inmortal y acaba siendo testigo de todo, hasta de la nada absoluta y de la evolución de otra familia de microorganismos que irá mutando hasta convertirse en nueva pobladora de La Tierra. Como reflexión en la línea del célebre Polvo eres y en polvo te convertirás de la religión cristiana, es todo un hallazgo.
Esa obsesión con el fin de todo también estaba presente en Preferencias del sistema, de Ugo Bienvenu, publicada en España por Ponent Mon el mismo año. Aquí el autor no quería jugar con el pánico a la eternidad o el infinito y nuestra insignificancia en un sentido propio de la Física, sino que iba a lo cultural. Mostraba un futuro en el que había que ir eliminando viejos archivos del pasado, en este caso películas, porque se tenía que ir haciendo limpieza periódicamente de los archivos culturales de la humanidad.
Estaba todo bastante cogido con alfileres en el argumento. Un futuro sin espacio físico en sus discos duros para las manifestaciones culturales del pasado es ridículo. Inverosímil. Pero lo relevante es el miedo que se desprende de estas viñetas o que intenta infundir en el lector a que lo que ha sido sagrado para las generaciones marcadas por el siglo XX, desaparezca.
Se planteaba como impactante que llegase un día en el que alguien tendrá que borrar 2001 Odisea al espacio porque ya no la ve nadie y ocupa demasiado espacio que se puede aprovechar para vídeos de gente bailando en YouTube. Este extremo se plantea tal cual. Se nota verdadero pavor a que el espacio cultural o del entretenimiento, antes tan vertical y jerarquizado, con el auge de las redes sociales y la interactividad haya perdido protagonismo.
Como es normal, tras el thriller de rigor en el que unos rebeldes, a lo Fahrenheit 451, intentan salvar los restos de la cultura antigua, la cosa acaba tirando del mito del buen salvaje. Un delirio que solo se perdona por un dibujo extraordinario y aséptico, ideal para una distopía futurista.
No era ciencia ficción, pero en la novela gráfica anterior de Shadmi, Adicto al amor: Confesiones de un follador en serie, también había miedo. En este caso, a las citas on-line. Él mismo lo reconoció en entrevistas por si no estaba claro: "Existe un peligro para las citas on-line que la gente tendrá que aprender a afrontar, especialmente si estás en una gran ciudad, es una locura porque puedes acabar teniendo citas en serie para siempre". Nada que objetar a su elogio de las relaciones profundas y duraderas, pero es curioso que en esta generación el desencanto con el futuro se manifieste hasta con los adelantos tecnológicos que han llegado a permitir tener sexo a todas horas toda la vida.