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Miguel Ángel Hernández: "Si fuera Supermán no sabría a quién salvar... las certezas solo traen problemas"

18/04/2021 - 

MURCIA. Me cito en El Togo II, catedral de la tapa en el centro de Murcia, con Miguel Ángel Hernández, reconocido escritor murciano, para charlar sobre El don de la siesta, un ensayo que nos sumerge o, mejor dicho, nos encama, en el denostado pero a la vez reconfortante arte de dormir la siesta. Llega puntual, con pisada firme, ataviado con una chupa de cuero y una gorra gris de terciopelo que le confiere un aire de intelectualidad y a la vez de misterio. Nos sentamos en compañía de un café con leche y el atento servicio de Emilio, que nos brinda el espacio del restaurante para hacer esta entrevista. He de reconocer que me siento como aquellos tertulianos del mítico café Gijón.

¿Me equivoco si presupongo que antes de acudir a esta cita le ha precedido una siesta para recargar pilas?
Sí, me ha precedido una siesta de veinte minutos, porque he comido tarde. Corta para mí, la verdad, que suelo hacerla de una hora u hora y media. Con todo, ha sido una siesta reparadora.

Dice en su libro que sestea entre sábanas y con el pijama puesto. ¿No basta un sofá y una manta?
Cada uno encuentra el sitio donde se siente más a gusto. Por lo general, la gente suele sestear directamente en el sofá, porque es una interrupción breve. Cuando no tengo otro remedio, me echo un poquito en él, pero para mí es fundamental cambiar del todo la ropa de calle por la ropa de dormir. Es una especie de ritual que hace que uno empiece a desconectar y que se encuentre en un espacio que no es exactamente el del trabajo, sino un espacio muy íntimo.

¿Puede conciliar el sueño por la noche tras una siesta de esas, que hacen historia?
Sí, sí (sonríe). Afortunadamente, y cruzo los dedos, nunca tengo problemas para dormirme, a no ser que tenga cavilaciones o algún problema del trabajo por el que le dé mucho a la cabeza, pero nunca he dejado de dormir por haber dormido, al igual que nunca he dejado de comer por haber comido, aunque haya almorzado tarde. Cuando dicen que "te has echado una siesta de hora y media y esta noche no vas a dormir", en mi caso no tengo el menor problema. Es una suerte, también hay que decirlo. Aunque me haya tomado un café después de cenar, me echo en la cama y ésta me hipnotiza.

Habla en este libro de "descolectivización" y "telecontrol". ¿Qué da mejor resultado, desconectar o hacer un uso racional de las tecnologías?
La tecnología no es en sí misma ni buena ni mala, es neutra. El problema es el uso que le damos.  Los móviles, internet… son tecnologías que nos conectan, nos pueden hacer más ricos en experiencias porque conocemos a gente que no hubiésemos conocido jamás; llegamos a sitios, documentos, películas, músicas a las que no habríamos accedido de otro modo. A priori nos aportan muchísimo, pero toda tecnología tiene un uso perverso, que es la capitalización de esa tecnología, que hace que, en cierto modo, nos convirtamos en consumidores constantes y en mercancía. La clave no sería desconectar en el sentido de irse a una isla desierta, sino usarla de forma racional, siendo nosotros quienes dominamos la tecnología y no ésta a nosotros. Ahora mismo todos somos esclavos de las máquinas, esclavos de los móviles, de las teles, de todo aquello que nos rodea. Hay que generar una cierta distancia. Que tengamos posibilidad de escaparnos, de no estar tan atados.

Empleamos constantemente el tiempo en lugar de habitarlo

Escribe que el aburrimiento nos alarga la vida. ¿No cree usted que más bien nos hace perder experiencias?
En mi libro hablo de un 'aburrimiento productivo', que es ese tiempo libre durante el que, cuando no estamos haciendo absolutamente nada, pensamos, estamos con nosotros mismos, cavilamos, llegamos a conclusiones a las que no habríamos llegado porque siempre vamos corriendo de un lado a otro; y ese aburrimiento a mí me parece beneficioso. Lo que ocurre es que ahora, en esta sociedad, no hay tiempo para el aburrimiento. Siempre estamos haciendo algo. Si va alguien al baño mientras otro está tomando un café, en lugar de quedarnos pensando, mirando o reflexionando, inmediatamente cogemos el móvil a ver si nos han enviado un email o un mensaje. Si no tenemos tiempo de aburrirnos, jamás vamos a tener tiempo de pensar ni de llegar a conclusiones sobre nosotros o sobre el mundo que sean satisfactorias o que, al menos, nos hagan conscientes del sitio en el que estamos.

Escribe que Paul Lafargue aboga por el derecho a la pereza: ¿derecho o necesidad
Lafargue, que era el yerno de Karl Marx , escribe un panfleto que se llama El derecho a la pereza como una refutación del derecho al trabajo que había escrito su suegro. La idea de la civilización capitalista es que tenemos que tener derecho a trabajar. Ellos dicen que también debemos tener derecho a descansar y que la utopía no sería que todos trabajásemos, sino que todos descansásemos, que todos tengamos tiempo de ocio, un tiempo para nosotros mismos, que sería un poco esa pereza que hoy está un poco retocada o pervertida porque supuestamente ahora sí tenemos tiempo para nosotros mismos. Sin embargo, ese tiempo ya es tiempo de trabajo, porque podemos meternos por la noche en Netflix a buscar series y parece que estamos trabajando, aprendiendo su algoritmo. Estamos trabajando, en definitiva, para el sistema. Nos metemos en internet, en Facebook y estamos generando contenido y produciendo riqueza de datos en nuestro tiempo de ocio. Esa sería nuestra pereza, pero es una pereza productiva.

Pero para la Iglesia la pereza es uno de los pecados capitales. Sáquenos de esta dicotomía existencial.
Es uno de los pecados capitales, que son en realidad los pecados del cuerpo. Todo aquello que produce placer al cuerpo está quitado de en medio, porque la religión pretende salvar el alma pero no el cuerpo. Luego el cuerpo que se resucita es un cuerpo en Gloria, pero no es un cuerpo como el nuestro. El cuerpo en Gloria de La ciudad de Dios de San Agustín es un cuerpo que no pesa, que no sangra, que no tiene tiempo, que se mueve de un lado a otro de modo instantáneo. Es, en realidad, un cuerpo casi de internet. Un 'cuerpo-dato'. Y todos los pecados capitales son como negaciones del cuerpo: la pereza, la lujuria, la gula, la ira… Todas aquellas emociones humanas y corporales son pecados capitales. En resumen, abandonarse excesivamente al cuerpo o a las emociones sería escaparse del sacrificio, que es un poco a lo que debe tender el cristiano, al cuerpo sacrificial, a la negación. Visto desde ese punto de vista, todos los placeres son malos. En la civilización industrial se junta esa negación del cuerpo y del placer con la ética protestante, que está en la base del capitalismo contemporáneo y que promulga que el trabajo dignifica. La pereza contraviene el placer del cuerpo y la lógica de la productividad, con lo que es el pecado capital por excelencia.

¿Quiere decir entonces que nos hacen trabajar mientras disfrutamos?
Esa es la utopía absoluta del capitalismo moderno. Que tú no sepas que estás trabajando cuando estás trabajando. Que tú creas que estás disfrutando, que creas que la empresa es tuya, que te pertenece porque hay muy buen rollo y porque en la oficina han puesto una mesa de pin pon y parece tu casa. Que no parezca que estás consumiendo internet porque lo que estás haciendo es generando experiencias para ti y que no parezca que estás generando riqueza para otro, porque no, porque estás disfrutando libremente de una plataforma digital que te da conectividad. Estás trabajando y generando riqueza para los demás, pero no lo sabes. Es el capitalismo ideal: que el trabajador no se sienta encadenado, sino que quiera seguir produciendo. Hace que estemos siempre como en la rueda del hámster. Que no salgamos nunca cuando trabajamos y que, cuando dejamos de trabajar, sigamos trabajando.

"Acato esta siesta por imperativo legal y categórico". Es uno de sus tuits referidos a este momento del día. ¿Qué reflexión hay detrás de este en concreto? Se percibe cierta ironía en el mismo.
La serie de tuits que aparecen al inicio del libro son como muy humorísticos, y tenían que ver con la actualidad de ese momento. Éste, el de la siesta, iba referido a la toma de posesión de algún político y puse esa frase. El día de las elecciones fue "la siesta de la democracia".

Y el de "la siesta de mi vida"... ¿un homenaje al gol de Iniesta en el Mundial?
Sí. O el día de los enamorados: "díselo con una siesta".

Retomando el tema futbolístico, casi al final de este libro, escribe que regala a su sobrino una camiseta del Real Madrid. ¿Es una de sus aficiones? 
Me gusta muchísimo el fútbol. Soy del Real Murcia y del Real Madrid.

¿Por ese orden?
Por ese orden. Si juega el Real Murcia contra el Real Madrid, quiero que gane el Real Murcia. Es cierto que me da más alegrías el Real Madrid. Dicho esto, soy muy merengón, que es una cosa muy extraña en el ámbito literario, porque parece que ser del Madrid es ser más conservador, más reaccionario. Lo que queda bien es ser del Atlético de Madrid o ser del Barça, que son dos equipos que van a la contra. Ser del Madrid es ser demasiado mainstream.

En la cama, de charla con Buenafuente

No hace mucho de su participación en el programa Late Motive, de Andreu Buenafuente. ¿Cómo fue la experiencia de ser entrevistado, de una forma muy singular, por este gran comunicador?
Es Andreu 'Buenagente' (sonríe). Sí, sí, es un encanto. Vio un artículo en El País donde se hablaba del libro, se interesó por el contenido porque es muy de siesta, leyó el libro, contactó con la editorial y me invitó a su programa porque le gustó El don de la siesta. Luego, en el estudio de grabación fue muy amable. Antes de salir a las camas — porque, como sabes, la entrevista se hizo en esa figuración— se acercó al camerino y estuvimos hablando un rato largo. Esta misma tarde hemos estado 'whatsappeando'. De hecho, me comentó que ha leído El dolor de los demás y que le ha gustado. Hay sintonía. Me pareció un hombre muy cercano, simpatiquísimo, pero, sobre todo, alguien preocupado por ayudar a la gente y por hacer cosas para que el mundo sea mejor, que quiere constantemente apoyar iniciativas, ayudar al talento. Hay gente que eso lo ve. Leí hace poco su libro a modo de diario Reír es la única salida (Harper Collins) y ves cómo está continuamente tratando estos temas. Es un trabajador incansable. Me he hecho fan (sonríe). Ya lo era de verlo en la tele, pero ahora lo soy muchísimo más, porque es una persona excepcional.

¿Llegó a convencer a algún compañero de trabajo durante su estancia en Massachusetts o en Nueva York para que durmiera la siesta, o lo dejaron como una rara avis?
Pues la cosa es que la gran mentira de Estados Unidos es que todo el mundo duerme la siesta. Se quedan, como decimos en Murcia, eclipsaos, traspuestos. Allí no se para para almorzar esa media hora, pero hay un momento en que están delante del ordenador y yo decía: "para estar así, acuéstate o échate un poco", por pura lógica, porque el cuerpo está digiriendo, porque en esa hora hay como una disminución del estado de alerta y no estás para nada. Luego, los que no están trabajando se echan la siesta; o sea, que no es solo una costumbre española, lo que pasa es que no todo el mundo lo confiesa.

¿Abogaría usted por una reformulación del tiempo laboral o más bien intentaría incorporar la siesta en el mismo?
Ese es el problema también sobre todo con el teletrabajo. A mí me parece que es un peligro grandísimo para la siesta y para el tiempo propio que se diga "de tal hora a tal hora es tu tiempo de siesta y luego estás descansado"; no, debe ser un tiempo que tú "robas" y que no está compartimentado, integrado en el sistema. Aunque pudiera parecer lo contrario y que la siesta debería ser integrada de modo natural en el horario laboral, creo, repito, es un peligro, porque al final  acaba convirtiéndose en tiempo prestado por nosotros en lugar de tiempo "robado para ti mismo". La siesta debe ser una conquista.

Nombra en este libro la película Matrix. ¿Cree que se ha hecho realidad y que era una metáfora de la conexión continua a algo de lo que dependemos a diario?
En realidad, Matrix es casi profética en muchas cosas que pasan hoy; la relación con las redes y sobre todo la relación del mundo paralelo en el que mucha gente vive, que es el mundo de las apariencias, de Instagram, de Facebook, de Twitter, que ha sustituido al mundo de la tele, que era como que "si no has salido en la tele, no existes". Ahora es: "Si no estás en las redes, no existes". Ese mundo paralelo se parece al de Matrix: desconectado a veces de nuestra realidad triste, corporal y tangible. Debemos saber entrar y salir de ese Matrix, aunque pienso que el mundo sería mucho más triste sin móviles.

Una pandemia de incertidumbre

Si usted fuese un superhéroe, ¿cual le gustaría ser y de qué salvaría a esta sociedad quizás adormecida por el consumo cibernético?
Para mí el que está por encima de todos los superhéroes sin lugar a dudas es Superman, aunque tenga su criptonita, pero no hay color. Soy muy fan de los superhéroes, pero comparar a Batman, que es un señor rico con miedo, con Superman, que es todopoderoso, salvo ese pequeño problema con la criptonita, que si se aleja no pasa nada... Si fuese superhéroe sería sin lugar a dudas Superman, pero con un gran problema y es que no sabría salvar a nadie, porque creo que el problema de querer salvar a la sociedad es que tú pienses que tienes la verdad y la visión correcta del mundo para hacerlo. Para mí tiene mucho más sentido la incertidumbre que la certeza. Por eso vienen las guerras, los totalitarismos. No sé si debe ser salvado el mundo, no sé si yo tengo la visión correcta de las cosas. Lo único que pondría sería más incertidumbre para que cada uno de vez en cuando pensase: ¿lo estoy haciendo bien, lo estoy haciendo mal? Las certezas solo traen problemas. Propagaría una especie de pandemia de incertidumbre.

Foto: AYUNTAMIENTO DE CARTAGENA

Ha tenido usted la deferencia de participar en la promoción para fomentar la compra de libros en el día del padre que Murcia Plaza difundió en el mes de marzo...
Siempre que sea para ayudar a vender libros y no para quemarlos, es buena iniciativa (sonríe). Y cuando esos días señalados, que son días de consumismo puro, se vincula ese impulso de compra hacia los libros, mejor. A los padres hay que regalarles libros y que lean. Me parece fundamental en cualquier día.

Coincide precisamente con Juan Diego Arroyo, uno de los escritores que participó junto a usted en la promoción, en la necesidad de buscar la soledad para encontrase con uno mismo. Difícil tarea en los tiempos que corren, ¿no cree?
Necesitas aislarte, pero no del todo. Cada cual busca la mejor manera de crear. Pienso que uno debe estar siempre con un pie en el mundo y otro fuera, porque esa desconexión absoluta puede acarrear al final que estés hablando para nadie. Serían más bien incursiones en ese espacio solitario, que es el que te permite trabajar, pensar, crear mundos, pero luego volver para comunicarlo y también para extraer ideas, para ver de qué vas a escribir.

¿Está cambiando la forma de promocionar los libros?
Ha cambiado la promoción de libros de un tiempo a esta parte con la introducción de las redes sociales. Es cierto que antes los libros tenían una promoción que era casi exclusivamente física. Las editoriales enviaban las notas de prensa a los sitios donde tenías la presentación, gestionaban las entrevistas y tú, como autor, como mucho, tenías un amigo periodista o conocías a tres personas y tomabas la iniciativa en esos casos, pero no tenías una plataforma continua de promoción. Llegan los blogs, las páginas web, donde tienes tu escaparate. Tú estás trabajando en la promoción del libro a través de las redes sociales como Twitter o Instagram. En el fondo estás publicando noticias, adelantos del libro, entrevistas. Eres casi como un autopromotor. Eres tu propio departamento de prensa. Eso tiene un peligro grandísimo, que es que solo estés vendiendo libros. Yo, por ejemplo, utilizo las redes sociales para trabajar, pero también como un territorio afectivo. No estoy vendiendo constantemente mi libro, pero no dejo de venderlo en el sentido que pongo de todo, incluso intento escribir las cosas sobre el libro de un modo afectivo para que en el fondo los lectores que me siguen o la gente que está ahí porque le gustan los libros, estén conectados, pero que no digan "¡chacho, qué pesao con su libro!".  El riesgo de que pueda acabar en un "ya no me importa tu libro" está ahí.

¿Se ha perdido ese interés por molestarse en informarse, en indagar en la sinopsis de un libro y nos fiamos más de lo que nos sugieran directamente en una red social?
Los prescriptores son fundamentales, siempre lo han sido. Son gente de la que tú te fías. Yo sigo a críticos, a escritores de los que conozco sus gustos literarios, y si dicen que les ha gustado un libro que a mí me ha pasado desapercibido, digo "pues este libro puede estar bien, ¿no?". Sobre todo por la cantidad de libros que se publican constantemente, sería absolutamente aleatorio y se perdería uno la mitad de las obras si fuese a ciegas a la librería. Hay fuentes tradicionales, que son los suplementos culturales que siguen siendo los sitios centrales, aunque ya no tengan tanta relevancia como antes. Los prescriptores son como un mapa para poder guiarse en el mundo literario.

Seguir publicando, que tus libros se traduzcan, que los lectores te escriban emocionados o cabreados, que generen una conversación, se aproxima mucho al sueño que uno ha tenido de ser escritor

¿Se siente arropado por sus lectores?
La verdad es que estoy bastante contento. Esto es como un sueño. Desde que publiqué con editorial Anagrama fue como un salto mortal. Había publicado en editoriales más pequeñas, de menos impacto, y cuando publicas en una editorial como ésta, que es la educación lectora y sentimental que uno ha tenido de la mano de Paul Auster, Enrique Vila-Matas, Roberto Bolaño y de repente te ves en ese contexto, dices: ¡ostras! Y con eso ya sé que es suficiente aunque solo me haya leído un lector. Con publicar en esa editorial ya me podía morir a gusto. Y luego seguir publicando, que tus libros se traduzcan, que los lectores te escriban emocionados o cabreados, que generen una conversación, se aproxima mucho al sueño que uno ha tenido de ser escritor. Es una cosa que encima es una pasión. Soy profesor en la Universidad de Murcia, sigo escribiendo sobre arte y todo el mundo de la literatura y el ensayo es una pasión. Si además te da tantas satisfacciones, doble alegría.

¿Sus alumnos le han dejado de ver como 'profe' para hacerlo como un escritor conocido?
Tampoco lo sé mucho porque los alumnos ya no mitifican a nadie que no salga en un reality (sonríe). Es cierto que sí me he encontrado que la relación con algún alumno que ha leído el libro puede ser algo diferente, pero trato de ser igual de cercano como profesor que como escritor. Lo veo muy natural.

¿Qué consejo les suele dar en esa última clase antes de salir al mundo laboral?
El consejo que doy para eso y para escribir, y para cualquier cosa: paciencia. Uno de los problemas que tenemos en el mundo moderno es que vamos muy acelerados para todo. Queremos que todo sea inmediatamente, aquí y ahora, que se descarguen las películas, que nos den el trabajo ya porque nos lo merecemos... No todo lo que te mereces se te va a dar y las cosas llegan esperando mucho y trabajando mucho. A lo único que he aprendido en este tiempo es a trabajar mucho, a no pensar que me merezco las cosas...y a esperar, a tener paciencia. Igual que se puede arrebatar una comida poniendo el fuego a tope o puede ir mal una relación sentimental por ir antes de tiempo, te puedes desesperar por no darle el 'tiempo lento'. Las cosas llevan su tiempo.

¿Hay nuevo libro a la vista?
Estoy trabajando en ello. Llevo varias versiones de una novela que tengo entre manos hace tiempo.

¿Encargada por la editorial?
No, no. La literatura la concibo como una pasión, por eso prefiero no tener encargos ni fecha límite. Cuando esté, saldrá. Como decía antes, cada cosa a su justo tiempo.

En su libro se muestra como una persona reflexiva. Mientras escribe usted sus obras, ¿se anticipa al lector?
Tengo bien presente que el libro va a ser leído por alguien. Cuando escribes no puedes estar solo escribiendo para alguien, para el lector, pero tampoco puedes ser tan ingenuo como para decir voy a escribir lo que surja sin pensar...sería como voy a cocinar lo que surja, sin pensar en quién va a comerlo. Tú escribes para alguien. Siempre tienes eso en tu cabeza y, por supuesto, te anticipas al lector, porque tú mismo eres lector y estás en principio escribiendo para ti, pero siempre en la cabeza, al menos en mi caso, hay, si no un lector ideal, la conciencia de que eso va a ser leído por alguien. Entonces no quieres aburrirlo, reventarle la cabeza con demasiada reflexión, aunque tampoco quieres ser banal. Es como en una conversación. No estás hablando delante de un espejo, estás hablando para alguien.

Ha concedido muchas entrevistas. ¿Qué pregunta le hubiera gustado que le hicieran
Esta pregunta en sí misma sería una buena pregunta. Mira, por ejemplo, no me preguntan nunca -y es una cosa muy concreta de la escritura que a mí me apasiona muchísimo- acerca de qué tipo de cuaderno y su gramaje, qué pluma, tinta o bolígrafo utilizo, y si eso me cambia la letra, con qué tipo de fuente o qué programa utilizo para escribir, cómo tengo orientado el escritorio... El herramentaje previo a la escritura me apasiona. Yo siempre se lo pregunto a los escritores y nunca me han hecho hilo. Digo: bueno, pues nada. El lector lee un libro, pero lo que está detrás es igual de interesante. Es como preguntarle a Ferran Adriá qué clase de cuchara o marca de plato usa en su cocina. Eso nunca se pregunta y a lo mejor es importante, porque es una decisión  que uno toma cuando escribe.

Dejamos al lector de esta entrevista con esta respuesta pendiente para volver a repetirla en una próxima charla, que esperemos coincida con su nueva obra que ya está cocinándose a fuego lento.

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