Nunca me ha atraído el universo de las ferias y parques de atracciones, pero casualidades de la vida, hace unas semanas visité un parque de este tipo en las afueras de Madrid. El tiempo ha consolidado mi idea inicial, no es lugar donde encontrarme si me pierdo, pero es un interesante fenómeno sociológico ver a los humanos (pequeños y grandes) disfrutar en esas máquinas.
MURCIA. La montaña rusa es una de las más clásicas atracciones de los parques temáticos, desconozco el origen del nombre y si hay alguna relación con la ensaladilla, quizá porque en ambos inventos todo se mezcla y revuelve. La cuestión es que todos sabemos cómo es el funcionamiento de esa especie de tren serpenteante que sube y baja y genera situaciones extremas, cambiantes y opuestas. Tan popular es la atracción que su nombre se utiliza como expresión común para referirnos a algo que cambia o puede cambiar en poco espacio de tiempo, para denotar que algo, una relación, una situación personal o profesional, es inestable y puede modificar radicalmente su situación. En definitiva, utilizamos la expresión siempre que hay inseguridad o incertidumbre, o sea, cuando las cosas no están claras.
Llevamos más de un año con la pandemia como gran protagonista de nuestras vidas y es imposible recopilar con cierta coherencia las órdenes y recomendaciones sanitarias por su volumen y su elevado nivel de contradicción y de cambios. Lo último es el toque de queda valenciano que selecciona municipios y deja fuera a otros con un elevadísimo nivel de contagios, los criterios son tan variables y adaptables que su argumentación es como una montaña rusa, arriba abajo, giro a la izquierda o giro a la derecha, en cada momento hay una norma que debemos cumplir que puede ser contraria a la del día anterior o simplemente inútil. Y los dirigentes ven cómo la sociedad acata todo cual reo en un penal que no tiene más opción que cumplir. El espíritu crítico se apaga merced de la mejor herramienta del tirano: el miedo.
Y si no teníamos bastante con la cantidad de situaciones contradictorias que nos anuncian continuamente nuestros gobernantes con la covid-19 como excusa, el pasado fin de semana vivimos el momento cumbre de la montaña rusa en la que estamos instalados. En medio de un caluroso sábado, el presidente del Gobierno anunció una profunda y preocupante remodelación del ejecutivo nacional. Y ahí volvimos a comprobar que la vida y especialmente la política, funcionan como una montaña rusa, a veces, parece que sin nadie a los mandos. Porque los cambios de las personas más cercanas como Carmen Calvo, José Luis Ábalos y el propio muñidor de la figura de Sánchez, su ex jefe de Gabinete Iván Redondo, quien aspiraba a ser ministro de Presidencia y ahora puede estar en un parque de Madrid tirando comida a las palomas.
La política como ejemplo de la inestabilidad, del cambio repentino y radical, del empezar de cero a mitad de partido, porque pensemos que estamos en la mitad de una legislatura inusual por la pandemia y sus dramáticas consecuencias sociales y económicas, se debería contar con personas de gran valía y con una trayectoria que generara cierta estabilidad y consistencia en la ciudadanía. Pero volvemos a subir a la montaña rusa y cuando vemos la ciudad a nuestros pies, acelerón hasta el suelo, hasta el infierno, y otra vez a subir. Pensemos el tiempo (lógico) de adaptación para conocer bien todo lo que gestiona un ministerio, que es más amplio y complejo que muchas empresas, pensemos en la teórica preparación que requeriría en puridad ser ministro de cualquier área, como sucede en el mundo privado, donde para optar a unas prácticas se criban currículums de alumnos excelentes.
La preparación de los nuevos ministros también es como una montaña rusa; hay algunos con una ingeniería de telecomunicaciones como Diana Morant y otros sin carrera universitaria como Miquel Iceta. Aquí podríamos decir aquello de que por tener estudios no se es mejor profesional, tal vez, pero para cualquier puesto de trabajo se piden requisitos y la titulación suele muy habitual, pero para ser ministro lo importante es la afiliación. Y al margen de la formación académica, que en mi opinión sí es importante, la experiencia personal y profesional se alcanza con determinada edad, más bien pasados los cincuenta que antes, pero otra moda es la juventud como valor prioritario en política. En definitiva, el actual consejo de ministros debería visitar uno de esos parques temáticos y subirse en una montaña rusa durante un tiempo, y quizá mientras ellos suben y bajan, los ciudadanos estaríamos más tranquilos.