Quienes me conocen personalmente saben que tengo la suerte de tener un padre estupendo, entregado, un padre 10, un padre que me cuida, vela por mí, me da cariño, me atiende, me da fuerza, seguridad y me protege. Un padre que hace mi vida más fácil cada día y cada minuto. Un padre que nunca ha supuesto una carga para mí y que no me ha dado ningún problema. Una persona maravillosa e imprescindible en mi vida y gracias a la cual mi vida es mucho mejor sin duda alguna.
Muchas veces he intentando imaginarme mi vida sin mi padre y no puedo. No me la imagino. Mi capacidad imaginativa se bloquea y no consigo imaginarme mi vida pasada sin él, ni mi vida futura sin su presencia. Esta declaración tan íntima y personal pretende ser solo una reflexión para comenzar a hablar de la figura del padre en este caso con motivo del Día del Padre, que por suerte se celebra cada vez menos. Un ejemplo es la celebración en las escuelas públicas que han transformado esta celebración y han apostado por el Día de la Familia.
Y es que la figura del padre o de la madre en los últimos años escasea en muchas familias que eligen apostar por familias diversas y bonitas como la mía. El crecimiento de familias monomarentales o monoparentales obliga a replantearse la crianza y los roles establecidos en la misma. Cuanto más aceptada social y legalmente estén los modelos nuevos de familia, menos consecuencias tendrán en el desarrollo y las crianza de los/las menores.
Las consecuencias en el desarrollo de los/las menores no sólo pasan por al atención y el cuidado de sus progenitores o personas responsables, pasan también por vivir en un sistema administrativo, jurídico, y fiscal inclusivo que trate por igual a todos los modelos de familia.
Y en este aspecto todavía tenemos mucho que recorrer. Mientras se siga teniendo tantas diferencias entre las familias monomarentales o monoparentales y el resto de modelos de familia el camino y la crianza es más costoso y cuenta con el riesgo de tener más impacto negativo sobre los y las menores.
Hasta que no lleguemos a una igualdad fiscal, jurídica y administrativa en todos los modelos de familia, no conseguiremos llegar a una igual social plena e inclusiva con todos los modelos de familia.
Aun con la presencia tan fuerte y poderosa que tiene mi padre en mi vida, mis tres hijas de momento no tienen la figura paterna que a mí me acompaña toda la vida. Mi hija mayor tiene un padre ausente y mis dos bebés no tienen padre.
Yo he formado y he apostado por formar una familia monomarental. Una decisión costosa y complicada cuando naces en el seno de una familia convencional donde la figura del padre, como yo la entiendo, cumple todas mis expectativas.
Esta decisión supone mucha responsabilidad no tanto por el hijo o hija en cuestión, que también aunque entiendo que si se vive con normalidad como un modelo más de familia respetada y aceptada no tiene que tener ninguna secuela (como algunas vertientes apuntan); sino por la responsabilidad que supone para el progenitor y persona responsable a cargo del menor.
Para la persona que asume la crianza en solitario supone un coste muy alto y más aún cuando se trata de criar y atender a más de un hijo o hija pues las fuerzas no se pueden dividir como nos gustaría y la disponibilidad con el o la menor la asume sólo una persona.
En este año y medio que llevo al frente de mi familia monomarental de tres niñas maravillosas he tenido que trabajar muchos aspectos para empezar a disfrutar de una maternidad bien bonita y bien dura. Trabajar la aceptación es la primera herramienta para liderar y ponerse al frente de una familia como la mía. Y apoyarme y construir una red es imprescindible, sano y vital para poder criar a tres niñas sin un padre o sin una pareja. En decir, buscar y construir apoyo familiar y de personas de extrema confianza es necesario.
Esta tribu de la que hablo se crea poco a poco y se va tejiendo con amor y paciencia. Cuando crías en solitario siento que recibes más ayuda de las personas de tu alrededor que si estuviera en pareja. Al menos así me siento yo, muy apoyada y arropada por mi familia y mi círculo de amigas más intimas y cercanas.
No sé cómo hubiera sido mi maternidad con un padre responsable con sus hijas. Cuando la imagino la visualizo más fácil, amable, agradable… poder compartir ciertos momentos de alegría o de cansancio con un padre implicado debe ser maravilloso… pero no ha sido mi caso.
Tomar la decisión de una maternidad en solitario viene precedida por una serie de experiencias que me hicieron pensar que sería la mejor decisión para mis hijas y para mí.
Eso no quita que vea el caso de muchas familias a mi alrededor que crían en pareja y tienen experiencias maravillosas. El gran ejemplo lo tengo en mi propia casa, la de mi propia familia de la que vengo. Una familia convencional, de toda la vida, en la que mis padres llevan juntos toda una vida y han convertido su familia en el pilar fundamental de toda su vida. Padre y madre entregados e implicados en hacer feliz y más fácil la vida de sus tres hijos. En este seno y con estos mensajes yo me crie. Por ello estoy segura de que poder compartir esta experiencia de la crianza es maravilloso cuando encuentras al compañero o compañera idóneo para compartir el proyecto de vida de una familia, cuando encuentras a la persona que te gusta para tus hijas o hijos… pero ¿y cuando no la encuentras? ¿cuando la figura paterna se convierte en un lastre en el desarrollo y la crianza de tus hijas e hijos? ¿cuando es más sano alejarse de tu padre o de tu madre que vivir cerca de ellos?
No entraré a valorar las consecuencias que tiene en el desarrollo de los niños y niñas vivir con un padre o una madre que no asume su responsabilidad, que supone una carga en la vida de las o los menores, que hace la vida imposible en casa… pero esos casos también existen y marcan la vida de una persona el resto de su vida. Existen muchos tipos y perfiles de padre y siempre que hagan felices a sus hijos e hijas, o la menos que no les hagan infelices, será una figura que en mi opinión puede sumar al desarrollo de las personas.
Como he dicho al principio, yo vengo de una familia donde la figura del padre ha sido intachable y de manual, así que si me dan a elegir ante un padre que no asume las responsabilidades que le tocan con sus hijos o hijas o les da mala vida, prefiero la ausencia de un padre física y emocionalmente.
A estas alturas de mi vida y con la crianza y maternidad en etapa infantil no se qué me será más complicado si explicar a mis hijas la figura de un padre ausente o la de la inexistencia del mismo.
De momento, si pienso en mi sola es más fácil mi vida criando sin un padre que con un padre ausente. En mis hijas aún no me atrevo a vaticinar qué será más complicado pero lo que tengo claro es que la responsabilidad empieza por mi. Según yo viva y les transmita la crianza en solitario y el modelo de la familia monomarental, ellas vivirán de manera plena y feliz el modelo de familia del que vienen.
La semana que viene… ¡más!
Hijos que envejecen cuidando de sus padres. «Ley de vida», oigo decir. «Decadencia», respondo. Sé de lo que hablo: visitas al médico, paseos por la residencia, lágrimas y cambios de humor. Frente a la devastación, el consuelo del amor