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CRÍTICA DE CINE

Un pequeño mundo: La escuela es un infierno

25/02/2022 - 

MURCIA. Nora tiene siete años y acaba de empezar en el colegio primaria. A partir del momento que cruce la puerta de entrada se dará cuenta de que se encuentra en un microcosmos totalmente diferente al que estaba acostumbrada, es decir, a la seguridad de su hogar. Un microcosmos que tiene sus propias reglas y que, de alguna forma, se convertirá en una primera versión de lo que es el mundo en general de los adultos, con todas las cosas buenas y malas que implica, entre ellas, la violencia.

Nora, interpretada por la pequeña y milagrosa Maya Vanderbeque, es una gran observadora de su entorno. Enseguida percibirá que el recreo es una especie de jungla en la que hay que sobrevivir y descubrirá que a su hermano Abel le pasa algo. Se encuentra temeroso y aislado, hasta que compruebe que un grupo de niños lo acosa de forma indiscriminada mientras él guarda un silencio sepulcral. La pequeña se encontrará ante una gran contradicción: denunciarlo y decírselo a sus padres para que esa espiral de odio se detenga o hacer como si no pasara nada. Pero no puede, quedarse al margen, así que en ella comenzarán a generarse pensamientos contradictorios: ¿cómo es capaz que su hermano no haga nada para parar todo eso?

Un pequeño mundo es la primera película de la directora belga Laura Wandel y tiene una particularidad que la identifica de forma radical desde los primeros compases y es que la cámara se sitúa a la altura de Nora y su punto de vista se mantiene de manera férrea a lo largo de toda la narración. Una decisión fundamental para introducirnos en el relato desde su perspectiva, de manera que todo lo que ocurra lo veremos a través de sus ojos.

La película se presentó en la sección Una Cierta Mirada del pasado Festival de Cannes y rápidamente llamó la atención por su rigor y originalidad a la hora de adentrarnos en el universo infantil, razón por la que se alzó con el premio FIPRESCI que otorga la crítica internacional.

Y es que esa pequeña metáfora del mundo a la que se refiere el título de la película nos confronta con una realidad de lo más descarnada en la que late la desprotección al más débil, en la que se ejercen los instintos más bajos y en la que hay que aprender a integrarse al mismo tiempo que se toma la decisión de levantar o no la voz ante las injusticias que nos rodean.


La mirada de Nora podría ser también la nuestra cuando nos acercamos, por ejemplo, a un entorno laboral tóxico, pero el hecho de que sean unos niños, lo hace todo mucho más doloroso, porque al fin y al cabo la infancia y su cuidado siguen siendo uno de los pilares de nuestra sociedad y el eslabón fundamental de una cadena de humanidad y dignidad para el futuro.

En ese sentido, Laura Wandel afronta el problema del bullying de una manera profundamente inmersiva y emocional, de forma que nos adentramos en una especie de pesadilla a la luz del día que irá sumiendo a la protagonista en una espiral de desconcierto. Podríamos considerarla una coming-of-age en la que hay rabia y desesperación a la hora de afrontar dilemas adultos, y quizás por eso, su visión resulta tan desoladora.

En algunos momentos, parece como si nos encontráramos ante una película documental. Tal es el realismo que imprime Wandel a través de su propuesta. Cómo se introduce en ese espacio y es capaz de filmarlo desde dentro como si no existiera una cámara que se encargara de registrar todo lo que está pasando.

Uno de los aspectos más interesantes de Un pequeño mundo es que la historia no se cuente desde la perspectiva del niño acosado, que sería lo habitual, sino desde otra persona, en este caso su hermana, que no sabe cómo enfrentarse a esta situación. El que debería ser su modelo de referencia, y protegerle a ella, se convertirá en un apestado, en un marginado, rompiendo los estereotipos del líder masculino y generando una enorme presión y frustración en Nora. En ningún momento los adultos contarán en absoluto. Están al margen, tanto los profesores como los padres, ajenos a lo que ocurre, incapaces de ejercer su labor de protectores de esa inocencia que parece no tener sentido ni siquiera durante la etapa de crecimiento. Una película cruda, visceral, que aborda el trauma de una manera casi primitiva y, sobre todo, produndamente solitaria.  

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