MURCIA. A diferencia de la grandilocuencia de sus anteriores proyectos, la nueva película de Paolo Sorrentino ofrece una mirada más detenida a sus personajes. Fue la mano de Dios, estrenada este fin de semana en salas por Netflix antes de llegar a la plataforma, es una propuesta más sencilla que títulos ampulosos previos, casi operísticos, como La gran belleza (2013) o las dos entregas de la serie The
Young Pope, pero sin perder su sello irónico y la delineación de personajes excéntricos. La clave diferencial en esta ocasión está en su componente autobiográfico.
“Es un largometraje centrado en recuerdos, sentimientos y personas. Las emociones no necesitan de grandes puestas en escena, sino hablar directamente y sin filtros de lo que está viviendo el protagonista, y eso no necesita de un estilo muy elaborado, como el que sí he practicado a lo largo de mi trayectoria”, distinguía el realizador durante el pasado Festival de San Sebastián, en el que el largometraje se proyectó en la sección Perlas.
Roma en el retrovisor
El trance vital que ha trasladado a la gran pantalla le ha estado rondado durante décadas, pero no se decidió hasta ver Roma, de Alfonso Cuarón (2018), “una película personal, pequeña y privada” que le resultó reveladora por las similitudes con el relato que barruntaba.
Sorrentino halló una “analogía intelectual” entre el destilado de la infancia del mexicano en el barrio burgués de Roma y su propia adolescencia en las calles empobrecidas de su Nápoles natal en los años ochenta.
“Quería rodar una película en mi ciudad, porque la primera parte de mi vida se desarrolló allí y se lo debo todo. Descubrí el mundo en Nápoles y como mucha gente, pensaba que lo que sucedía fuera no era relevante y no importaba. Por eso, en gran medida, me fui allí, porque lo que en principio es un recurso, con el tiempo puede convertirse en una limitación”.
En su última película, el cineasta explica que aspira a desvelar a sus hijos el origen de sus defectos y el uso de la ironía como armadura. “Llevo 35 años en un diálogo interno con mis dolores íntimos sin haber logrado el más mínimo progreso, así que he pensado que al remover las aguas, quizás conseguiría cambiar algo”, se confiesa Sorrentino, que en la trama revela el trauma de su orfandad temprana, su iniciación al sexo, al oficio del cine y a la vida adulta.
Deidad del calcio
El título de la película remite, obviamente, al gol antirreglamentario marcado por Maradona en los cuartos de final de la Copa Mundial de Fútbol de 1986, que le procuró a la selección albiceleste el triunfo frente a Inglaterra. El mítico jugador fue transferido al Nápoles entre 1981y 1987 y su paso por la ciudad dejó una profunda huella mesiánica en Sorrentino.
“Nápoles vivía una fase muy difícil. Había sufrido un terremoto en 1980, estaba arruinada y tomada por la camorra. La gente no salía de casa, había mucho miedo. El fichaje de Maradona restituyó la alegría de vivir. Fue como cuando llegaron los americanos al final de la II Guerra Mundial: trajo una sensación de liberación y de alegría”, recuerda el realizador, reconocido con el Gran Premio del Jurado en la Mostra de Venecia por este relato iniciático.
Su adolescencia coincidió con el periodo en el que el delantero argentino lideró al equipo del sur de Italia en la consecución del primer Scudetto de su historia.
“El pelusa tenía una aureola de icono religioso, porque él no llegaba a los sitios, aparecía. Como en su presentación en el Estadio San Paolo, donde surgió en el medio del campo desde una gruta oscura, como si fuera Jesús. O cuando se le veía en las calles con un automóvil utilitario, porque nunca sabías si era o no Maradona. La imagen era desconcertante, porque lo esperabas en un gran BMW y, en cambio, se paseaba por Nápoles en un pequeño Fiat Panda”.
Deidad del cine
La otra divinidad a la que rinde homenaje en Fue la mano de Dios es un referente incontestable al que ha realizado guiños en anteriores trabajos, Federico Fellini.
La película conjura una de las muchas audiciones que el genio de Rímini desplegaba en Nápoles en búsqueda de extras.
El autor de Youth (2015) tomó, sin embargo, la decisión de no mostrar su rostro, sino de servirse de una voz en off. La razón reside en que el mismo Sorrentino llegó a escuchar a Fellini durante una prueba en la que seleccionó a su hermano, pero no alcanzó a verlo.
“Del mismo modo que hay multitud de personas que esperan asistir al partido de fútbol del domingo, hay otras tantas a las que el cine les da la oportunidad de pensar en otros mundos”, compara el director italiano, para quien el vínculo entre el balompié y el séptimo arte es incontestable, porque ambas expresiones culturales coinciden en ofrecer una historia paralela a la realidad durante hora y media con un final incierto.
“Cada vez que alguien dice que el cine está muriendo o que el fútbol ya no es lo que era, me provoca estupor: tanto el deporte como el séptimo arte no morirán jamás, porque siempre existirá esa necesidad del individuo de pensar que otro mundo es posible”.