Visitar esta ciudad de Sicilia es regresar al pasado para conocer una de las ciudades más sofisticadas y poderosas de la antigua Grecia
. La última película de Indiana Jones, El dial del destino, ha puesto a Siracusa en el mapa viajero, recordando que Sicilia es mucho más que Palermo y Catania. También ha rescatado la figura de Arquímedes, quien precisamente nació en esta pequeña localidad al sudeste de Sicilia y al que debemos acciones hoy tan cotidianas como viajar en barco, medir las superficies de las circunferencias o levantar materiales pesados… Además, como un Astérix defendiendo su pueblo galo, Arquímedes puso todo su talento e ingenio para hacer frente al ataque de los romanos en el asedio de Siracusa (214 – 212 a. C.), aunque no fue suficiente, y Claudio Marcelo consiguió entrar en la ciudad. La película cuenta eso, sí, pero es una pequeña parte de los más de 2.800 años de vida de la única ciudad antigua que rivalizó con Atenas. Y ese, para mí, ha sido el motivo principal para visitar Siracusa en mi road trip por Sicilia. Bueno, y porque en sus alrededores está el Parque Arqueológico de Neapolis, uno de los complejos arqueológicos más importantes de Italia.
Precisamente, el Parque Arqueológico de Neapolis es mi puerta de entrada a Siracusa (la entrada son trece euros). Lo es por la famosa oreja de Dionisio —también sale en Indiana Jones, el dial del destino— y por los restos del Teatro Griego, que presume de ser uno de los más grandes construidos en la época helenística. Pero antes de llegar hasta esos puntos, visito el Teatro Romano, que, pese a que la naturaleza ha ocupado gran parte de los espacios, puedo apreciar lo grande que fue y su importancia. En la arena se adivina el sistema de pasajes y los espacios donde los gladiadores y las bestias esperaban para salir a combatir, mientras eran admirados por las personas que estaban en las graderías. Cierro los ojos y me dejo llevar por la imaginación, aunque pronto me viene la imagen de los españoles quitando, en 1526, las piedras del anfiteatro para construir las murallas de la isla de Ortigia (Siracusa).
El recorrido por el parque arqueológico me lleva hasta el Altar de Hierón II que, construido en el siglo III a. C., fue el altar helénico más grande de la antigüedad y en él se realizaban sacrificios de animales. Por lo visto, en honor a Júpiter se llegaban a ejecutar hasta cuatrocientos bueyes. Sin embargo, es difícil de imaginar sus dimensiones o lo que allí ocurrió, porque solo se conserva el basamento. Sigo el recorrido, que me lleva al camino principal, y me dirijo a la joya de la corona: el Teatro griego de Siracusa (Patrimonio de la Humanidad de la Unesco). Su importancia fue tal que se dice que Platón dio aquí un discurso sobre su idea de la República y el dramaturgo Esquilo representó su tragedia Etneas (476 a. C). Una tradición que sigue hoy en día, porque al llegar veo que están montando un escenario, algo que eclipsa un poco la magia del monumento, que se conserva bastante bien —se han hecho algunas remodelaciones—.
El teatro fue uno de los más grandes del mundo y en él se podían sentar dieciséis mil personas. Es cierto que el recinto también sufrió saqueos, pero, al estar tallado en la roca, fue más difícil, y aún se conservan 46 de las 67 filas de gradas que había; además, en sus paredes se aprecian las inscripciones para cada uno de los sectores (cunei) con nombres de divinidades y de la familia real. Al subir arriba del todo, detrás de las últimas gradas, hay tumbas excavadas en la roca y se encuentra la Grotta di Ninfeo, un manantial de agua donde los actores y actrices se reunían antes de empezar la obra teatral. Yo no soy actriz, pero la utilizo para refrescarme un poco.
Ahora sí, me adentro por los senderos (llamados la Latomia del Paraíso) rodeados por árboles y flores que conducen a la Oreja de Dionisio, nombre que le dio Caravaggio por su forma de gran pabellón auricular y porque, según cuenta la leyenda, el tirano de Siracusa, Dionisio I, aprovechaba las extraordinarias características acústicas de este lugar para escuchar los discursos de los prisioneros que tenía aquí. También se dice que Dionisio mandó excavar la cueva para amplificar los gritos de los prisioneros cuando los torturaban… Leyenda o no, compruebo con un grito que realmente hay eco.
De aquí salgo con la idea de visitar la tumba de Arquímedes, pero lamentablemente no es posible visitarla, así que me dirijo a ver Siracusa, considerada por Platón como la adecuada para fundar su República ideal. Y aunque te he hablado de mito y de ciencia, en los cimientos de Siracusa también está la religión, pues aquí se fundó la primera iglesia cristiana occidental, y san Pablo, de camino a Roma, se detuvo en Siracusa durante tres días. No solo eso, santa Lucía nació y fue martirizada en Siracusa.
Caminando por las calles hacia la isla de Ortigia, el centro histórico de Siracusa, me sorprende la tranquilidad que respiran sus calles, nada que ver con las caóticas Palermo o Catania. Toda ella es peatonal, así que es como un paréntesis de esa Sicilia caótica que personalmente me encanta. De hecho, yo he dejado el coche en los alrededores de la isla de Ortigia, fundada en el 734 a. C. con el nombre de Sirako (pantano) y fue consagrada a la diosa Artemisa. Pronto se convirtió en la ciudad griega más importante de la isla y destacado centro cultural de la Antigua Grecia.
Camino lentamente hacia su plaza central y es, al cruzar el Ponte Umbertino, cuando me doy cuenta de la magia del lugar, con todos los edificios de piedra blanca y el azul del mar poniendo el color al paisaje. Contemplo los restos del dórico templo de Apolo, que dedicado al dios Sol, lleva en pie más de dos mil años y ha servido como iglesia bizantina, mezquita e iglesia cristiana. También llego hasta la piazza Archimides y la fuente de Diana.
En ese peregrinar, llego hasta la gran piazza del Duomo y me siento en unas escaleras para ver el trajín de los turistas; hasta me cuesta creer que estoy en Sicilia. La plaza diáfana está rodeada de edificios barrocos (el palacio Senatorio, actual sede del Ayuntamiento, el palacio Arzobispal y el palacio de Benaventano del Bosco) construidos en mármol, lo que confiere a la plaza una luz única, y eso que, a veces, las nubes tapan al sol.
De ellas, sin duda, destaca la portada barroca de la Duomo de Siracusa, que fue reconstruida tras el terremoto de 1693 y es considerada como una de las obras cumbres del barroco siciliano. Hacia ella me dirijo al levantarme, pues decido entrar a visitar la Duomo de Siracusa, que fue construida en lo que un día fue el Templo de Atenea (del siglo V a. C).
No hay que olvidar que con la llegada del cristianismo a Sicilia comenzaron a destruirse todos los templos paganos o, como en este caso, a reconvertirse en un nuevo templo cristiano. De hecho, por fuera, se aprecian las columnas en el exterior y también dentro del templo, aunque entre ellas se construyeron arcos que dan paso a las capillas laterales. Viéndola, no podría decir cuál es su estilo porque, con las ampliaciones y reformas, hay una mezcla de elementos griegos, orientales, medievales, renacentistas y barrocos que la hacen única.
Y un lugar tan mítico como Siracusa no podría dejar de tener sus leyendas. En este caso la descubro en la fuente de Aretusa, cubierta por plantas de papiros donde los patos nadan en sus aguas. A su alrededor, hay numerosas cafeterías y los turistas se arremolinan en torno a ella. Según dicen, es uno de los mejores lugares para disfrutar de la puesta de sol —yo no la puedo ver—.
Dicha leyenda dice que el dios griego Alfeo se enamoró locamente de la ninfa Aretusa, que había prometido ser virgen toda su vida. De ahí que rechazara las pretensiones de Alfeo, que no cejaba en su empeño por conquistarla. Entonces, Aretusa decidió huir a la isla de Ortigia y transformarse en fuente, a lo que Alfeo le respondió convirtiéndose en el río Peloponeso en busca de Aretusa. Así, las aguas del dios río van desde el Peloponeso hasta Ortigia para encontrarse con su amada.
La verdad es que siempre que descubro este tipo de historias tengo la sensación de que hoy el romantiscismo no está en el orden del día. Y en ese pensar me dirijo hacia el otro lado de Ortigia, donde está el castillo Maniace (1239), nombre que viene de Georges Maniakes, el general bizantino que asedió y tomó la ciudad en 1083. Por su lugar estratégico, se cree que, desde la época griega, ha sido utilizado como bastión defensivo. El castillo se puede visitar y hay exposiciones temporales muy interesantes pero, sin lugar a dudas, lo que más me gustas son las vistas al mar y a la ciudad desde sus recias murallas.
De aquí me vuelvo a perder por sus calles, regresando lentamente al coche para seguir el trayecto hasta mi otro destino: Ragusa. Una visita más que recomendable y que, quizá, se me ha quedado corta con un solo día.
Las catacumbas de san Giovani son unas de las mejores cosas que ver en Siracusa. De hecho, en Siracusa se encuentran las segundas catacumbas más grandes de Italia —después de las de Roma—. En la actualidad solo se pueden visitar las de San Giovanni, que tiene cerca de veinte mil tumbas. Por cierto, su nombre no es porque ahí está enterrado el santo, sino porque se encuentran debajo lo que en su día fue la basílica de San Giovanni.
A veinte minutos en coche de Siracusa está el Parque Marino del Plemmirio, una de las áreas marinas protegidas más preservadas de Italia. En este espacio se sitúan unas de las playas más bonitas de Sicilia, enclavadas en acantilados. De ellas destacan el paso 34 en Punta Della Mola y el paso 23 del Plemmirio.
Cómo llegar: En coche. Desde Catania no llega a una hora el trayecto (66,8 km)
Cómo moverse: Evita las horas centrales del día en los meses de verano para visitar el Parque Arqueológico de la Neapolis de Siracusa.
Web de interés: www.visitsicily.info La página oficial de turismo de Sicilia reúne toda la información de la isla.