La princesa de Asturias ha comenzado su formación militar en un momento incierto para el país. Está llamada a ser la reina de los españoles. Pero el reloj de la historia corre en contra de la monarquía
El mismo día que una simpatizante del independentismo era elegida tercera autoridad del Estado, la princesa Leonor ingresaba en la Academia General Militar del Ejército de Tierra, en Zaragoza. La heredera al trono iniciaba así su formación militar, acompañada de sus padres y de su hermana, mientras en Madrid, en lo que antaño fue la sede de la soberanía nacional y hoy es un zoco árabe, comenzaba la XV legislatura.
La prensa cortesana de Madrid —la misma que presentó las elecciones generales como un paseo militar del señor Feijoo, y no ha pedido aún perdón por ello— contó, con un estilo almibarado y servil, la llegada de la princesa de Asturias a la Academia. En la puerta dijo sentirse “un poco nerviosa” y con “muchas ganas” de que llegase ese día. A semejanza de su padre, doña Leonor completará la formación militar en la Escuela Naval Militar de Marín, en Pontevedra, y en la Academia General del Aire de San Javier, en Murcia.
Como soy respetuoso con las tradiciones, aplaudo que doña Leonor conozca y se ejercite en la milicia. El ambiente castrense la endurecerá. Aprenderá a convivir con el sacrificio, el tesón, el valor y otras virtudes presumidas en todo buen militar. Era conveniente que abandonara Gran Bretaña cuya gastronomía, con un elevado índice de grasas, deja tanto que desear, y regresase a España, ejemplo en el mundo por su cocina sana y de calidad.
La prensa cortesana de Madrid malgastó palabras en elogiar la figura de una muchacha a la que nadie le arrendaría las ganancias. Cuando la veo en los reportajes del Hola, creo observar en ella a una adolescente de mirada triste y melancólica, una mirada azul que le viene de familia paterna, la tristeza de los ojos azules de Isabel II en el exilio, pues todo Borbón debe tener las maletas hechas, por si acaso.
“Alteza, el Gobierno actual, presidido por un sujeto que desprecia a su padre, trabaja por la República confederal”
Hace bien, Alteza, y permítame que me dirija a usted con este tratamiento, y no con el de dama cadete; hace bien, decía, en prepararse, poniendo lo mejor de sí misma, para ser la futura reina de España. Ojalá alcance tan loable propósito pero deje que le exprese mis dudas, que serán compartidas por muchos compatriotas.
Hace casi diez años su padre, don Felipe VI, fue proclamado rey de una España en crisis. No sólo el país sino la monarquía también lo estaba como consecuencia de los desvaríos (llamémoslo así, desvaríos) de su abuelo en el tramo final de su reinado. Desde entonces se han sucedido varios gobiernos de distinto color, sin que ninguno haya dado con la tecla para enderezar el rumbo de la nación. En 2017, como recordará, la reacción catalana, apoyada por una burguesía sibilina y traidora, dio un golpe de Estado que poco a poco les ha salido gratis.
En estos diez años de los que hablo, Alteza, España se ha convertido en un país más desigual, insolidario, pobre, dividido y feo. Cutre por tatuado, y triste porque la alegría española es pura filfa, tan falsa como el judío que traicionó a Jesucristo.
Si esto ha ocurrido en sólo diez años, imagínese lo que está por llegar, Alteza. El reloj de la historia corre en contra de la monarquía y de sus posibilidades para heredar la Corona. Hay un plan trazado por la izquierda, con el concurso inestimable de los reaccionarios de la periferia, para implantar una república confederal en la que España sólo conservaría el nombre. A la larga, esa república confederal sería también islámica por el peso de la demografía. Este es el vaticinio agorero de mis amigos pesimistas, que me niego a compartir, de momento.
Alteza, el Gobierno actual, presidido por un sujeto que desprecia a su padre a la menor ocasión, trabaja por esa República confederal. Para ello tiene el control de la enseñanza y de la mayoría de los medios de comunicación. Así, en las escuelas se presenta la monarquía como una institución anacrónica y autoritaria, mientras que la República es la Arcadia en la que todos los españoles y las españolas serán felices, y vivirán en paz y justa armonía.
Y así, dentro de pocos años, habrá una mayoría social, especialmente entre la juventud robusta y engañada por el poder, que se declare republicana y quiera un cambio de régimen. La fruta, una vez madura, caerá por su propio peso. Cualquier desliz, cualquier error de un miembro de la Casa Real será magnificado con el propósito de erosionar el prestigio de su padre, el rey de España.
Alteza, siga formándose para reinar pero contemple la posibilidad de que ese día no llegue. Su tatarabuelo acabó en el exilio hace menos de un siglo, y a usted también le podría ocurrir. Con España nunca se sabe. Tenga siempre el equipaje listo por si debe embarcar corriendo en Cartagena, rumbo a un país que le dé el cariño que aquí no supimos demostrarle. Y en el exilio conserve la esperanza de volver al trono, una vez que los españoles hayan puesto fin a la última de sus guerras civiles.