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Ese partido naranja del que usted me habla

Foto: Alejandro Martínez Vélez/EP
15/12/2022 - 

Puede que usted se resista a creerlo, pero hace poco más de cuatro años había un partido político denominado "Ciudadanos" que sonaba en todos los pronósticos como principal candidato a alcanzar la Presidencia del Gobierno español. Ahora este partido se encuentra en las últimas, las encuestas no les otorgan apenas posibilidades en el ciclo electoral que nos espera el año que viene, y todo indica que su destino es desaparecer y disolverse, al modo en que lo hizo UPyD y antes el CDS. Para rematar la faena, el proceso de renovación -que su actual líder, Inés Arrimadas, ralentizó todo lo posible, hasta llegar a un punto en que el efecto electoral de dicha renovación será irrelevante- parece abocado a convertirse en una lucha descarnada entre la propia Arrimadas y su número dos en el Congreso, Edmundo Bal, ambos dispuestos a disputarse el trono de Ciudadanos, como lo harían los dos últimos pescadores en el mar de Aral en torno a una minúscula charca a punto de secarse que antaño ocupaba una extensión enorme.

La decadencia de Ciudadanos tiene dos puntos neurálgicos. El primero fue la moción de censura de Mariano Rajoy en 2018. En esos momentos, era Albert Rivera el líder más valorado, Ciudadanos encabezaba algunas encuestas, y parecía que el futuro del país pasaba por una opción de centro derecha reformista liderada por este partido, con el PP o el PSOE indistintamente en calidad de socio silente. Tampoco es que las encuestas hayan sido históricamente muy fiables en el caso de Ciudadanos, puesto que la mayoría de ellas, sobre todo con Albert Rivera al frente, tendían a sobreponderar sus posibilidades. Pero sin duda la moción de censura fue una muy mala noticia para Ciudadanos; súbitamente había un Gobierno del PSOE, y este partido, que parecía en las últimas, resucitó desde donde se resucita mejor: desde el poder. El PSOE, que comenzaba a parecerse a los socialistas franceses en su imparable proceso de decadencia, se reivindicó como un partido útil que podía gobernar y, de hecho, gobernaba España, dejando a Ciudadanos en un segundo plano.

Foto: E. PARRA/EP

El segundo momento capital en la trayectoria de Ciudadanos, más conocido, es el declive del partido en la repetición de las Elecciones Generales de 2019. Este declive tuvo el preludio de la reorientación de Ciudadanos como formación nítidamente ubicada en la derecha que, de hecho, buscaba disputarle al PP el liderazgo conservador. Pero, tras tocar el cielo en abril (57 escaños por 66 del PP), Ciudadanos jugó mal sus bazas: decidió regalarle al PP gobiernos autonómicos y Alcaldías muy importantes (en especial, Madrid y la Comunidad de Madrid, que encarnan un estado de ánimo de España, y sobre todo de la derecha española, a ojos de los medios de comunicación y de muchos ciudadanos). Pero no hizo lo propio con el PSOE, ni en las comunidades autónomas o ayuntamientos donde esto era factible (y donde el PP llevaba gobernando décadas, como la Región de Murcia o Castilla y León) ni, desde luego, en España, donde Albert Rivera atendió las súplicas a Pedro Sánchez de la militancia del PSOE en la noche electoral ("¡Con Rivera no!") mucho mejor que el propio Pedro Sánchez, que se pasó meses soñando con pactar con Rivera y con Ciudadanos.

Con lo que Ciudadanos ni era propiamente lo que había postulado ser hasta ese momento, un partido bisagra que propiciaba una gobernabilidad con principios reformistas que pudieran incorporarse a la gestión, ni tampoco era un partido que le disputase nada al PP; más bien lo contrario, fue el tonto útil que apuntaló al PP en el poder en uno de los peores momentos políticos de la trayectoria de este partido. El partido quedó, así, tan vacío de propósito como de ideología, y el hundimiento electoral fue drástico: de 57 a 10 escaños en apenas seis meses.

Ese resultado propició el adiós de Albert Rivera (que lleva desde entonces tratando de reinventarse, con muy poco éxito hasta la fecha) y la llegada al liderazgo del partido de Inés Arrimadas. Su trayectoria ha estado hasta la fecha jalonada por fracasos: el partido ha desaparecido de los parlamentos autonómicos, o ha sido reducido a la mínima expresión, en las comunidades autónomas en las que se han celebrado elecciones en estos tres años. La principal operación política en que se embarcó, la moción de censura al PP en Murcia, fue un desastre sin paliativos que se volvió en su contra. Su discurso público se ha desdibujado por completo y su presencia social y mediática se ha desvanecido tan rápidamente como en los sondeos, donde apenas les otorgan la posibilidad de resistir en el ayuntamiento de Madrid o en el Congreso de los Diputados con un escaño.

Foto: CIUDADANOS

Es en este contexto terrorífico donde Arrimadas ha pretendido impulsar una renovación dde Ciudadanos. Pero lo ha hecho tan lentamente y con tan poca convicción y verosimilitud que la "renovación" se ha dado más bien por el goteo continuo de salidas y renuncias de dirigentes y militantes del partido. El broche de oro es el actual enfrentamiento entre la propia Arrimadas y Edmundo Bal, dos candidatos a liderar los restos del naufragio. La primera lo ha hecho hasta ahora con los desastrosos resultados ya descritos; el segundo actúa como si no hubiera sido él uno de los principales responsables de Ciudadanos este tiempo, con mención especial a su campaña en las elecciones autonómicas de Madrid para "salvar" el partido, con recordado éxito (3,57%, cero escaños).

Ambos mencionan la posibilidad de encontrar una tercera vía, un candidato de consenso, pero por ahora esto es lo que hay. Y cabe decir que, pase lo que pase, es poco previsible que quien mande en lo que quede del partido logre salvarlo de su defunción (salvo, tal vez, en Cataluña, que es donde se originó). No será ni mucho menos el último experimento de centro que acaba abrasado por las dinámicas bipartidistas y, sobre todo, en el caso de Ciudadanos, por sus múltiples errores y vaivenes que han dejado definitivamente sin contenido a una formación que nunca tuvo demasiado que ofrecer en esta materia.

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