Las elecciones locales, la combinación de elecciones municipales, autonómicas, e indirectamente de las diputaciones y de los cabildos insulares, se celebran desde 1979 (municipios) y 1983 (ya incluyendo también a las autonomías del 'turno común'). Desde 1995, además, han caído o bien en el año anterior a las elecciones generales (ocurrió en 1995, 1999, 2003 y 2007), o bien en el mismo año (2011, 2015, 2019, y previsiblemente 2023). Por eso muchos comentaristas políticos las describen como "un ensayo para las generales": pareciera que los sucesivos gobiernos las usan para probar el ambiente y ver si el agua cubre, antes de tirarse a la piscina.
El beneficio de estos 'ensayos', sin embargo, no parece ser muy grande, porque las generales no las puedes luego aplazar al gusto. Si la idea es corregir el rumbo entre las elecciones locales y las generales en caso de revés, lo que hay es mucha improvisación. El PSOE, tras la derrota de 1995, preparó una campaña muy dura para 1996, en la que igualaba al PP a un dóberman. Perdió igual, pero la esperada mayoría absoluta del PP no se materializó, lo que llevó a Felipe González a decir que había sido una "dulce derrota".
En 2011, tras una derrota similar, el PSOE eligió a Alfredo Pérez Rubalcaba para intentar remontar las encuestas (si bien Zapatero ya había anunciado antes que no repetiría de candidato, y la elección de Rubalcaba se realizó sin las primarias que Zapatero había pedido), aunque no pudo impedir la mayoría absoluta del PP de Rajoy ni una nueva debacle socialista. Debacle relativa: ¡hoy sus 110 escaños más de un socialista los firmaría! El PP, por su parte, sí tomó nota de las elecciones de 1999, bastante ajustadas, para suavizar aún más su imagen y confiar en la "lluvia fina" para alzarse al año siguiente con una mayoría absoluta. Y en 2015, usó la entrada de Podemos en cabildos y parlamentos para posicionarse como lo opuesto a los radicales. Eso y la pachorra de Rajoy hicieron el resto para retener la Moncloa.
Sobre estas elecciones concretas que tendremos a final de mes, parece difícil que los partidos saquen nada en limpio del 'ensayo'. Cualquier cosa que permita a los socialistas salvar los muebles (retener la mayoría de las autonomías que ya tiene, especialmente la más poblada, Valencia) será interpretada como "vamos bien". ¿Y en caso de debacle absoluta? ¿Hay alguna medida que pudiera tomar el PSOE para corregir el rumbo? No se intuye ninguna, pero no faltará gente que diga que la culpa es de Pedro Sánchez en persona. Por veleta, por malvado y oportunista, por mentiroso. Y sin duda la derecha española le ha convertido en el chivo expiatorio de todo, pero incluso así, ¿con quién sustituirle? Sánchez es el que sale en todas las fotos con Joe Biden y Ursula von der Leyen, el que puede pactar con todo el mundo, el político más conocido de España, y el que ha ganado dos primarias internas con el 50% del voto. El resto de los ministros socialistas no tienen ni de lejos su peso político, y asumiendo una derrota generalizada seguramente tampoco haya barones con capital político suficiente para tomar el testigo.
¿Y en el lado contrario? El PP solo se juega sus feudos de Madrid y Región de Murcia, que se intuyen inconquistables (y Madrid, caso de caer, seguramente sería presidida por Mónica García de Más Madrid, lo cual tampoco beneficiaría al PSOE). En cambio, varias autonomías socialistas están en la cuerda floja y podrían caer con pequeños vuelcos. El problema para Feijóo no es tanto de posibilidades, sino de expectativas: en gran parte de la derecha existe hoy la certeza de que Sánchez es un malvado, y ahora que su maldad se ha evidenciado para todos durante la legislatura pasada, su gobierno tocará a su fin cayendo por su propio peso. Todo lo que no sea una victoria aplastante será considerado como un fracaso por esos sectores, y el chivo expiatorio está claro que será Feijóo.
Lo que vendrá entonces, pues lo conocemos del fútbol: lo mismo que cuando un entrenador se lleva mal con la prensa. Cuando pierde, sea por la causa que sea, la prensa pone a cinco columnas que él es un inútil; cuando gana, el equipo podría haber metido siete, y cuando mete siete, debería haber metido quince. Esto se repite durante unos cuantos meses, y al final el entrenador acaba fuera. La política es un poco más sutil (todavía), pero ese puede ser el tratamiento que le espere a Feijóo durante el verano como no cumpla con las expectativas alimentadas por la prensa "amiga". Porque una cosa es ser presidente del Partido Popular, y otra controlar la publicidad institucional sin la que ningún medio tradicional podría sobrevivir hoy en día. Pablo Casado seguramente se lo pueda confirmar.
Toda esta subordinación de las elecciones locales a las nacionales es probablemente la razón de que algunas autonomías se estén desligando del 'turno común', y que seguramente en el futuro sean aún más: estar a merced del ciclo electoral nacional no es plato de gusto de ningún presidente autonómico. Andalucía, Cataluña, Galicia y País Vasco siempre fueron por libre, pero en esta legislatura se ha unido a ellas Castilla y León. Y Madrid y Valencia también han convocado recientemente elecciones autonómicas fuera del turno (aunque Valencia, paradójicamente, ¡fue para coincidir con las generales!).
El resultado final de esta evolución, paradójicamente, puede ser invertir la dependencia: en vez de subordinar las autonomías a la política nacional, si cada 3 meses hay una elección autonómica (48 meses de legislatura divididos entre 17 autonomías), el partido en el gobierno casi siempre estará pendiente de no sacar medidas que le perjudiquen. Algo que ya ocurre en Alemania, si bien allí reforzado porque cada gobierno autonómico tiene voz y voto directo (y sobre todo vinculante) en el Bundesrat, el consejo federal que equivale a nuestro Senado. Una garantía para el bloqueo, lamentan muchos. Alemania lo lleva de aquella manera, pero se considera un precio a pagar por su tradición de democracia federalista. Aquí, nuestras tradiciones son un poco diferentes en ese sentido, y si dos o tres autonomías más se desligan del turno común, seguramente veamos un fuerte movimiento por 'encuadrarlas' de nuevo y que no perturben el quehacer gubernamental. Porque nuestra tradición, vaya por donde, es la de tener un “gobierno fuerte”. Y el gobierno (este o el que sea) puede no tener claro para qué sirven las elecciones locales, pero tiene muy claro que le deben servir a él.