MURCIA. Pronto se cumplirán 19 años desde que falleciera uno de los actores más representativos de la Región. Francisco Rabal es el actor murciano por excelencia, un aguileño que se abrió paso en el panorama nacional e internacional del cine, sus comienzos como extra en múltiples cintas de la época le condujeron a participar a lo largo de su carrera en más de 100 películas y conseguir muchos de los galardones más importantes de nuestro país, como el Premio Goya por Goya en Burdeos en 1999.
La Cuesta de Gos, muy cerca de Águilas, vio nacer al actor en 1926, pero tras el estallido de la Guerra Civil se marcharon a Madrid. Allí conocería a figuras clave en su posterior carrera, como Dámaso Alonso, quien le despertaría la curiosidad por el mundo del arte, o algunos cineastas que le permitieron iniciarse como extra en películas de aquellos años 40: El crimen de Pepe Conde, La Lola se va a los puertos o El beso de Judas, entre muchas otras.
No obstante, por aquella época, se inició también en el teatro de la mano de la compañía de Isabel Garcés, que le llevó a alcanzar el éxito con La muerte de un viajante. Finalmente, su carrera cinematográfica acabaría eclipsando su faceta como actor teatral, pero dejará grandes interpretaciones durante su trayectoria: La vida es sueño, Becket o Viejos tiempos. Además, participó en numerosas ocasiones en el Festival de Teatro Romano de Mérida.
Sin duda, su género fue el cine. En 1950 hacía su primer papel protagonista, y comenzó a cosechar premios de interpretación por Hay un camino a la derecha (1953), La guerra de Dios (1954) y Amanecer en Puerta Oscura (1957). A mitad de década, se abre paso al cine italiano con Prisionero del mar (Gillo Pontecorvo, 1957), aunque, paradójicamente, conseguirá reconocimiento internacional trabajando para un director español, Luis Buñuel, con su interpretación como Nazarín (1958) y su papel como Jorge en Viridiana (1961). Esta última película tuvo un gran éxito en el festival de cine de Cannes, mientras las autoridades españolas renegaban de su nacionalidad.
Durante este período, Rabal entraba a formar parte del clandestino Partido Comunista de España, hecho que derivó en su adhesión al Manifiesto de los 102 intelectuales dirigido al ministro del Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, contra la represión de la huelga minera en Asturias; en él también figuraba Fernando Fernán Gómez. Esto desembocará en un fuerte enfrentamiento con el sucesor de Fraga, Alfredo Sánchez Bella, quien prohibiría la interpretación de Rabal como Otelo en el Teatro Español de Madrid, a lo que respondieron la mayoría de intelectuales y profesionales españoles, incluso los de ideología contraria, como el dramaturgo José María Pemán o el director de cine Rafael Gil.
El éxito internacional del actor podría haber sido mucho mayor de no ser por su incapacidad para aprender idiomas; además, tenía un sentimiento profundamente español y le preocupaba el progreso del cine nacional y que consiguiera traspasar nuestras fronteras. Sin embargo, trabajó con directores internacionales de la talla de Michelangelo Antonioni, Luchino Visconti, Claude Chabrol o Jacques Rivette. En España, hace papeles protagonistas en películas innovadoras de directores como Juan Antonio Bardem, Carlos Saura o Jorge Grau.
El cambio a la década de los 70 trae consigo algunas experiencias cinematográficas que le afectarán negativamente a nivel personal. Su interpretación de El «Ché» Guevara (1968, Paolo Heusch) le cosechará la enemistad de la izquierda latinoamericana, que consideró la película una trivialización capitalista del personaje y, por otro lado, en España se prohibiría por cuestiones ideológicas opuestas. Además, su experiencia a principios de los 70 como protagonista de dos películas vanguardistas como Cabezas cortadas (1970, Glauber Rocha) y N.P. il segreto (1971, Silvano Agosti), recibieron críticas pésimas que le llevaron a participar en proyectos por debajo de su calidad profesional
Pese a la muerte de Franco, continúa encontrando la libertad cinematográfica en el extranjero bajo las órdenes de Valerio Zurlini, William Friedkin o Alberto Lattuada, entre otros. La próxima década, los 80, es la que trajo consigo el renacer del artista aguileño con múltiples éxitos como Truhanes (1983), Fortunata y Jacinta (1980), La colmena (1982) o Los santos inocentes (1984), por el que recibió el premio a Mejor Actor en el Festival Internacional de Cannes.
Más tarde llega su interpretación en Juncal (1988, Jaime de Armiñán) en televisión, y trabajos con directores como Gonzalo Suárez y Francisco Regueiro y, ya en los 90, con Pedro Almodóvar y José Luis Cuerda. En el plano internacional, con Alain Tanner y Arturo Ripstein, hasta llegar a su último gran papel protagonista, el de Goya en Burdeos (1999, Carlos Saura), por el que ganó en la gala del 2000 el Premio Goya a Mejor Actor.
La vida del actor murciano se apagó el 29 de agosto del 2001. Cuando volaba hacia Madrid tras recibir un premio de reconocimiento al conjunto de su carrera cinematográfica en el Festival de Cine de Montreal, se sintió indispuesto mientras compartía una copa de champán con su mujer, Asunción Balaguer, y en esos momentos cerró sus ojos para siempre. Curiosamente, el avión tuvo que aterrizar en Burdeos, la localización de su Goya en Burdeos, y allí se le incineró. Al final, volvió a la tierra que lo vio nacer y sus cenizas se depositaron en un almendro en la pedanía de la Cuesta del Gos. Tiempo después se trasladaron al cementerio de Águilas.