El fallecimiento de Wilko Johnson trae a la memoria el legado de Dr. Feelgood, un grupo que triunfó en una época en la que la prensa especializada tenía fijación por el rock sinfónico y las expresiones artísticas más elevadas. Ellos, sin embargo, hacían la música del pub, de bares donde el alcoholismo y la violencia de una clase obrera sobreexplotada llevaba a los grupos a tocar a una velocidad e intensidad vertiginosa
MURCIA. Los viejos rockeros nunca mueren, pero dan mucho mal. Es una frase que escuché en la generosa noche zaragozana y, al contrario de lo que pudiera parecer, no hacía referencia a los artistas, sino a los seguidores. Por lo general, gente que se monta películas e historietas varias para dar un sentido o significado a su vida como a los fans. Así, hemos podido observar cómo la muerte de Wilko Johnson esta semana ha sido tratada en muchos medios haciendo referencia constante al punk. Punk antes del punk, punk después del punk. Esto se debe a los puntos de referencia que tiene cada uno que, cómo no, han de ser los de toda la humanidad.
Recuerdo en la entrevista que le hice a Alejo Alberdi cómo hablaba de forma desapasionada de las revoluciones de los nuevos géneros musicales. Decía exactamente, "las fronteras son porosas". Sin embargo, tendemos a hablar de música como de la llegada de Cristo. En los años 70 cierto es que las fórmulas sinfónicas y progresivas tuvieron gran predicamento y espacio en los medios, pero que el rock and roll estuviese muerto es más discutible.
El catálogo de obreros del bubblegum y sobre todo del glam es enorme. Era música para adolescentes, para los coches de choque, con esquemas rockeros tan ortodoxos como rudimentarios. Su transgresión fue diferente, pero el maquillaje y la ambigüedad sexual hoy, por ejemplo, se consideran una revolución de mucho mayor calado que meter los titulares del periódico en las letras, como decían los Damned que hacían sus compañeros generacionales The Clash. El espíritu siempre está ahí, transformándose y pervirtiéndose deliciosamente. De Brenda Lee a Aqua se puede trazar la línea, igual que de Jerry Lee a Technotronic.
En mi adolescencia, Dr Feelgood, ciertamente, sonaban poco o nada. Es un grupo que conocí en las tiendas de segunda mano. Sus discos, por la fecha y el estilo, veías que tenían en común con otros habituales de las cubetas con telarañas como George Thorogood, Eddie and the Hot Rods o Brownsville Station. Eran grupos que hacían rock and roll en tierra de nadie en esa década. Aunque lograran algún hit, no estaban en la cresta de la ola en su momento. La atención se iba a otras propuestas y, cuando lo simple se convirtió en trendy, sus años más creativos habían pasado. Solo en Inglaterra, la lista de grupos que engordan la etiqueta pub rock ya da para una buena colección. Si añadimos los versos libres del hard rock y el power pop que estaban en estas coordenadas, sale música para toda una vida.
No obstante, para entender a Dr Feelgood yo no me iría inmediatamente a su discografía. Su música era ortodoxia pura y resulta más fácil sumergirse en ella con un contexto. Por eso merece la pena recordar hoy el documental de casi dos horas que rodó Julien Temple sobre el grupo, Oil City. Una forma perfecta para entender de dónde salía esa gente que vivía en los bares, -de hecho, en las entrevistas de la película seguían en los bares- el aburrimiento de las ciudades industriales y el efecto que tuvo en él la radio en pleno baby boom.
Eran hijos de trabajadores. Su mayor entretenimiento era ver los petroleros llegar a la refinería de su pueblo. Como mucho, en verano, acudían los turistas a bungalows baratos y con mala reputación, con fama de ser un lugar de encuentros sexuales y borracheras. Su ayuntamiento, para vender ese pueblo industrial con salida al mar, Canvey, como localidad de vacaciones, tenían que borrar las torres y los depósitos de la refinería y colocar un cielo azul en un montaje. El único del grupo que tuvo un pasado un poco más acomodado fue Lee, el cantante, que fue criado por una asistenta zulú, motivo por el cual aprendió este idioma antes que el inglés. Wilco ni siquiera sabía pronunciar el inglés de niño.
La única salida que tenía esta pandilla ante la abulia de la vida provinciana era tocar. Empezaron a hacerlo, sobre todo influenciados por The Shadows, luego por los Rolling Stones y, muy especialmente, por figuras como Howling Wolf. Wilko Johnson fue el que vio más mundo. Pronto se politizó, se dejó el pelo largo y viajó a India a meterse opio y encontrarse a sí mismo. A la vuelta, quiso ser pintor, pero le fue mejor con la guitarra y con la pandilla de toda la vida.
Los chavales, que llevaban toda la adolescencia tocando rag por bares y albergues de la zona, se rockanrollizaron con él. Juntos cambiaron el repertorio y pasaron a los pubs. También se escapaban a Londres cuando podían a ver los conciertos. En la prensa especializada podía estar en boga el rock progresivo y sinfónico, pero en toda la calle no. En los garitos se tocaba rock and roll sudoroso. El público lo conformaban skinheads y hooligans varios no necesariamente rapados. Cada noche era extremadamente violenta, volaban las cervezas primero y las jarras después, para acabar reventando botellas en cráneos ajenos. Esas atmósferas cargadísimas llevaban a los grupos a tocar sin florituras, música directa para aquí y ahora. Eso es lo que nunca se ha muerto. Lo puedes llamar Elvis, lo puedes llamar Ruta del Bakalao.
Cuando Dr. Feelgood lo empezó a petar, Wilko se expresa en términos palmarios sobre el gran público: "llevaban cinco años escuchando sintetizadores y el rock and roll es otra cosa, ni el Hobbit ni cosas así, eso es para chicas, música para niños, esto es para gente que quiere pasárselo bien". Sus letras iban sobre trabajar solo para pagar las deudas, no tenían ninguna intención de ser famosos y alcanzar así un estatus superior.
Fueron conscientes de su éxito cuando vieron que iba a verlos gente que podía pagarse un taxi. Esa fue la señal. Hasta apareció por ahí Diana de Gales antes de serlo con sus compañeras de piso, vivía a dos calles de uno de los pubs. De ahí, en pocos años reventaron el Hammersmith. Todo lleno de gente que solo quería divertirse, sin estéticas de tribu ni coartadas ideológicas. Solo hubo un problema, cuando los posturitas se dieron cuenta de que eso molaba y nadie lo estaba pastoreando. Ahora los pastores nos lo explican todo para que lo entendamos bien y dejando muy claro qué pertenece a quién.