MURCIA. No son pocas las series y películas españolas actuales ambientadas en las últimas décadas del siglo pasado que, con mayor o menor fortuna, llevan a cabo una revisión crítica de algunos hechos históricos o de determinadas certezas que a lo mejor no lo son tanto. Por ejemplo, en estilos y géneros bien diferentes, El año del descubrimiento (Luis López Carrasco, 2020), y Grupo 7 (Alberto Rodríguez, 2012) le dan la vuelta a la imagen de la España aparentemente triunfadora que las Olimpiadas y la Expo de Sevilla intentaron dar al mundo.
Series como El día de mañana (Mariano Barroso, 2018), Brigada Costa del Sol (Pablo Barrera, Fernando Bassi, Juan José García Rosa, 2019), y El caso. Crónica de sucesos (2016) o la película de Víctor García León, Los europeos (2020), sobre una historia de Rafael Azcona, viajan a los 60 y 70 y muestran las muchísimas sombras sobre las que se asentó el desarrollo económico y las bases de la posterior Inmaculada Transición (en ingeniosa expresión de Rafael Reig). También lo hacen, centrándose en los 80, La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014) o la miniserie Fariña (Ramón Campos, 2018). Al mirar a los 90, la serie Crematorio (Jorge Sánchez-Cabezudo, 2011) o la película del valenciano Nacho Ruipérez El desentierro (2019), retratan una corrupción sistémica (ambas, por cierto, en tierras valencianas) que sigue funcionando en nuestra sociedad actual.
Por su parte, La mort de Guillem (Carlos Marqués-Marcet, 2020), en un imprescindible ejercicio de memoria histórica sobre el asesinato de Guillem Agulló por parte de un grupo de neonazis en 1993, revela que la ultraderecha, y sus vínculos con el poder, nunca se fue (enlazando con el final de El día de mañana), cómo, desgraciadamente, seguimos constatando en pleno 2022.
Es importante destacar que la mayoría de los títulos reseñados no juegan a la nostalgia, por más que en algunas de ellas podamos disfrutar de la ambientación, de determinadas músicas y modas o nos evoquen elementos de nuestro propio pasado personal o familiar. Su objetivo no es el costumbrismo. Incluso en las que más se decantan por él, como Brigada Costa del Sol o El Caso, el alcance del relato va más allá del atrezo y la dirección artística. Y es que casi todas ellas, series o películas, más allá de su calidad, adscripción genérica o trascendencia, dan cuenta de una historia reciente construida a través de la violencia y la corrupción. Un pasado que sigue operando en la actualidad y que explica muchas de las cosas que suceden ahora mismo. Que muchas de ellas sean thrillers no es casualidad, con esa capacidad del género para ahondar en las más profundas sombras de la sociedad y establecer paralelismos y puentes con el presente.
Últimamente, dos títulos han venido a cubrir un hueco en ese repaso del pasado y nos han traído la memoria una realidad tremenda e imprescindible para entender la España de hoy: la presencia muy bien tolerada de los nazis durante el franquismo y, lo que es mucho peor, también después de la muerte del dictador. Por el lado de las series, tenemos un título como Jaguar (Ramón Campos, 2021) y, por el de las películas, la muy solvente El sustituto (Óscar Aibar, 2021). Es relevante porque, si bien es un tema cada vez más tratado en novelas, ensayos e investigaciones que están sacando a la luz toda esta siniestra historia, en el terreno audiovisual es más bien inédito. Solo nos viene a la cabeza la muy perturbadora y asombrosa opera prima de Agustí Villaronga, Tras el cristal (1986), en un registro bastante distinto.
La película de Aibar es un thriller que sigue a un joven policía taciturno que se topa con un buen puñado de gerifaltes nazis y simpatizantes nada menos que en la Dénia de 1982. Otra mirada poco complaciente al periodo de la transición y un relato que trenza el implacable proceso de turistificación, la especulación inmobiliaria y la pervivencia de los nazis y sus estrecha relación con el poder. ¿Les parece mucho trenzar? Pues esa fue la realidad. El director y guionista decidió indagar en esa historia cuando en un restaurante de Calpe, como ha contado varias veces, se encontró con una foto de varios hombres vestidos con el uniforme de las SS posando con el dueño del local. Pensó que se trataba de actores, pero no. “Son los nazis de Dénia”, le dijo el camarero como si tal cosa, “nuestros nazis”. Y es que la Costa Blanca fue un retiro soleado para la próspera comunidad de nazis, que celebraba sus fiestas con asistencia de las fuerzas vivas de la ciudad y la connivencia de una parte importante de las fuerzas de seguridad.
El sustituto habla desde el presente, a partir de los recuerdos de uno de los personajes, alternando las dos épocas. Es relevante este planteamiento porque establece de forma inequívoca una relación de continuidad entre el ayer y el hoy y, de ese modo, profundiza en la dimensión política del film.
Por su parte, Jaguar cuenta la historia de un grupo de cazadores de nazis en la España de los sesenta. Aunque no olvida nunca la dimensión histórica y política de lo que está contando, está centrada en ser una serie de acción y aventuras, y deja el realismo y el retrato de la miseria moral que sí exhibe El sustituto en un segundo plano. Lo cierto es que tiene un gran problema de tono: a ratos es Misión imposible, a ratos juega al costumbrismo, otras se mueve en el puro pulp y otras en el rigor histórico y acaba siendo una amalgama un poco difícil. Pero entretenida es y, en cualquier caso, desde aquí defendemos absolutamente la elección del tema para una serie de clara vocación comercial.
En este sentido, bienvenidos sean tanto el certero retrato político y social de El sustituto, como la pasión pulp de Jaguar: por poner la atención en un aspecto histórico que resulta, hoy en día, imprescindible para comprender tanto el ascenso imparable de la ultraderecha en nuestro país como la tolerancia, quizá no asombrosa, que con ella muestran algunos poderes y agentes sociales, como la justicia o los medios de comunicación.
Y en estos días se ha estrenado Malnazidos (Javier Ruiz Caldera, Alberto de Toro, 2020), nada menos que una película de zombis creados por nazis, ambientada en la guerra civil, que obliga a los miembros de ambos bandos, nacional y republicano, a luchar contra un enemigo común. ¿Alguien da más? No se lo han puesto fácil los creadores, no, teniendo en cuenta la urticaria que a algunos les produce que la guerra civil aparezca en cualquier película y el tono de comedia de terror que la cosa tiene. Pero rescatemos una idea que nos hace mucha falta, la de los nazis como enemigos de la sociedad y a los que hay que combatir. Parece mentira que haya que recordarla.