MURCIA. Catherine Corsini ha ido componiendo una carrera de lo más estimulante, desde sus inicios con Les amoureux o La nueva Eva hasta Un amor de verano y Un amor imposible. En todas sus películas, la mujer siempre se ha situado en el centro del relato y siempre encontramos algo combativo que caracteriza sus historias. En ese sentido, La fractura se ambienta prácticamente en un campo de batalla, para ser exactos, en uno de esos días en los que los integrantes del Movimiento de los chalecos amarillos se manifestaron en las calles para protestar por la subida del precio de los combustibles y clamar contra Macron, generándose disturbios.
Apunte. Los franceses siempre tienen la capacidad de utilizar los conflictos sociales que les sacuden y con ellos hacer películas para radiografiar casi en tiempo real su situación. El caso es que, en medio de ese caos, una mujer tropieza, se cae y se rompe el brazo mientras intenta alcanzar a su pareja tras una discusión. Todos los proletarios heridos procedentes de las concentraciones por la policía terminarán en el mismo hospital que la torpe señora burguesa de los barrios altos parisinos que ha tenido una caída tonta. Pero, en una sala de urgencias, todos somos iguales.
Una de las ideas que bascula a lo largo de la película es el desencanto, en este caso, sentimental o político, es decir, puede que sea porque se ha acabado el amor o porque nos han decepcionado los líderes en los que habíamos confiado. El caso es que, en ambos casos, ahí está la fractura y, esa fractura genera mucho dolor, porque casi se ve el hueso, y también desata la rabia. Así, dos personajes de diferentes clases sociales coincidirán en la sala de espera de urgencias, efectivamente, doloridos y rabiosos. La mujer de la caída se llama Raf (interpretada por Valeria Bruni Tedeschi, o la amas o la odias) y es una auténtica drama queen. A su lado, un chico que viene de las protestas y que tiene la pierna destrozada, que es un camionero que vive con su madre y que se llama Yann (Pio Marmaï).
La directora se centra en ambos, pero su mayor interés es el de retratar el espacio en el que se encuentran, es decir, ese hospital sin recursos, abarrotado, destartalado, en el que las enfermeras hacen mil horas extras y no hay camillas, ni quirófanos, ni material, ni nada. Allí nuestra conductora será Kim (Aïssatou Diallo Sagna, gran descubrimiento) una diligente y buena enfermera (y persona) que intentará dar una atención personalizada a todos sus pacientes, aunque sepa que la sanidad se ha ido a la mierda y poco pueda hacer. La cámara de Corsini la seguirá por la interminable red de pasillos de ese hospital a modo de laberinto mientras la crispación irá creciendo poco a poco hasta casi estallar la revuelta. Si los servicios públicos no funcionan, estamos jodidos, algo que se demostraría de forma todavía más clara y contundente durante la pandemia.
A pesar de que todo lo que cuenta La fractura es serio, muy serio, la directora utiliza la comedia loca, la sátira disparatada, como vehículo para vertebrar su tesis y a sus personajes. Así, los gritos histéricos de Valeria Bruni Tedeschi, los running gags de sus caídas de la cama, sus llantos pidiendo perdón a Julie (Marina Foïs) para recuperarla, pueden sacar al espectador de sus casillas o funcionar de forma contraria, ya que es puro zumo de humor absurdo y autoparódico que se contagia de la atmósfera claustrofóbica en la que transcurre. En ese sentido, el acting se nutre del ambiente, y tiene todo el sentido que la locura termina apoderándose de la función.
A excepción de un final un tanto ejemplificador, La fractura es una brillante mezcla entre comedia y cine social crítico, con una actriz en estado de gracia y con un pulso narrativo tan tenso como vibrante.