MURCIA. Este texto va a fracasar en su intención. Incluso aunque al final quede más o menos resultón o que ustedes lo lean con mayor o menor agrado, no va a lograr expresar lo que tiene que expresar. Es imposible. Por una razón muy simple en apariencia pero que, justamente, refleja la complejidad del asunto. Va a fracasar porque en la imagen hay algo irreductible a palabras y por eso es imagen, va en su esencia. Claro que, desde este punto de vista, todos los textos que hablan de imagen fracasan de algún modo, aunque los escriba el más excelso de los escritores o la más extraordinaria analista. Sí, me temo que es lo que hay. La belleza, la maestría o la eficacia de los textos que se puedan escribir, incluso cuando nos abren los ojos, y el mundo, ante lo que vemos, no evitan que haya siempre un pequeño fracaso: la imposibilidad de traducir a palabras aquello que es un ejercicio soberano de la mirada.
Les cuento todo esto para curarme en salud, porque me he empeñado, sin que nadie me obligara, ya ves tú, en escribir sobre Irma Vep, que es una serie de este año y también una película de 1996, ambas del mismo director, el gran Olivier Assayas. Así que aviso desde ya de dos cosas para que no haya trampa ni cartón. La primera es que me ha fascinado, especialmente la serie, y desde la fascinación es prácticamente imposible hacer un ejercicio analítico. Cuando hablo de fascinación lo digo en el sentido más real de la expresión, que hoy en día todas estos conceptos (fascinar, encantar, amar, maravillar, etc.) se utilizan con una frivolidad y una sobreabundancia que acaba empequeñeciéndolas y quitándoles su verdad. Así pues: fascinada, embobada, seducida, atrapada sin poder salir ni dejar de mirar; arrebatada, que diría Zulueta.
La segunda cosa ya la he dicho, pero voy a completarla: voy a ser incapaz de trasladar lo que Irma Vep expresa porque… porque… pues porque hay que verla para entenderlo. No para entenderla, que con sus narraciones lineales y ordenadas se entienden perfectamente tanto la serie como la película, sino para entenderlo, lo de porque no puedo dejar de mirar. Porque se trata de eso, de mirar y dejarse llevar. Además, tanto Irma Vep película como Irma Vep serie van de eso, de por qué existen las imágenes, por qué unas sí y otras no y por qué no podemos dejar de construirlas y mirarlas.
Unos cuantos datos para situarnos antes. Irma Vep es la protagonista de una famosísimo serial cinematográfico de 1915, Les vampires, creado por uno de los grandes pioneros del cine, Louis Feuillade, e interpretada por una de las primeras grandes estrellas de la pantalla, Musidora; su nombre, Irma Vep, es un anagrama de ‘vampires’. En 1996, Olivier Assayas escribe y dirige Irma Vep, una película que cuenta las peripecias del rodaje de un remake de dicho serial, protagonizado por Jean-Pierre Léaud como René Vidal, un cineasta muy inestable fascinado por Irma Vep/Musidora, y Maggie Cheung, que se interpreta a sí misma como la protagonista elegida para el remake inventado por Assayas para su película. Y ahora, en 2022, Assayas ha vuelto a Irma Vep para contarnos en ocho capítulos la historia del rodaje de un remake, en formato de serie esta vez, de Les vampires, a cargo de un cineasta llamado René Vidal de nuevo, también muy inestable y torturado, maravillosamente interpretado por Vincent Macaigne. Solo que aquí se añade otra capa, puesto que el Vidal de la serie ya había hecho una película sobre Irma Vep, como el propio Assayas. La protagonista es ahora una absolutamente deslumbrante Alicia Vikander, que interpreta a Mira Harberg (Mira es otro anagrama de Irma).
¿Lo han entendido? No pasa nada si no es así, viendo la serie la trama no tiene pérdida. Pero incluso aunque no hayan entendido del todo la parrafada anterior, se habrán dado cuenta de la cantidad de rimas, capas, conexiones y cajas chinas que hay ahí, del precioso lío entre realidad y ficción que Assayas nos regala. Y eso que me faltan unos cuántos detalles, como que el personaje de Mira es una actriz sueca que trabaja en Hollywood y está triunfando en el cine de acción, como la propia Alicia Vikander, o que Maggie Cheung y Olivier Assayas se enamoraron durante el rodaje de la película Irma Vep y fueron pareja durante varios años, cosa que también se incorpora a la serie, ¡y de qué modo!
Todo este enredo entre realidad y ficción se juega a fondo en el terreno visual y es lo que nos atrapa sin remedio. La serie comienza de forma bastante tranquila y cotidiana, no hay nada extraordinario, ni cliffhangers, ni giros de guion; todo es, incluso, convencional. Pero de forma irremediable, porque la serie va a más todo el rato y nunca sabes por dónde va a salir, en algún momento te das cuenta de que estás atrapada entre las figuras de Musidora, Irma Vep, Maggie Cheung, Mira Halberg y Alicia Vikander y sus paseos por la pantalla y los tejados de París. Y no quieres escapar. Esto no es obra del argumento, sino de las imágenes, de la puesta en escena. De las rimas y conexiones, algunas evidentes y otras secretas, que se establecen entre las imágenes del serial de Feuillade, las de la película de 1996, las de la serie que se está rodando y las del propio rodaje que se cuenta en ella.
Y todo esto, por supuesto, constituye una reflexión a través de la ficción y el relato sobre la historia del cine, el estado actual de eso que ahora llamamos audiovisual, la evolución de la imagen en movimiento, el lugar de las pantallas en nuestras vidas y mucho más. No se me asusten por el empleo de la palabra ‘reflexión’, porque Irma Vep no es un ensayo, no da lecciones, no se detiene a explicarnos nada. Es la obra de un cineasta que hace cine, que construye relatos mediante la imagen en movimiento. Y eso es, un relato, una ficción en la que, de hecho, pasan cosas todo el rato de forma muy fluida. Una fluidez que casi es metamorfosis: las distintas Irma Veps se convierten unas en otras, como el propio personaje de Les vampires, y se confunden; las obras de 1915, 1996 y 2022 se entremezclan, cambian, se metamorfosean, como el rodaje y lo que se filma en el rodaje. Las pantallas, los formatos y las texturas cambian constantemente ante nuestros ojos: vídeo, blanco y negro, color, pantalla de ordenador, panorámico, formato tres cuartos, imagen analógica, digital. Ah, y también hay fantasmas.
En su análisis de la serie en la revista Caimán. Cuadernos de cine, Carlos Losilla, uno de los más sabios analistas cinematográficos de nuestro país, dice que Assayas “abre la puerta a un nuevo discurso en el que imagen y teoría de la imagen apenas pueden diferenciarse”, y analiza largamente la cuestión en su texto. Como no he encontrado mejor modo de resumirlo y Losilla lo explica a la perfección, como es habitual en él, ahí va la cita. Que es otro modo de decir, un poco más elaborado, lo que les he dicho al principio: lo que expresa el conjunto Irma Vep (película y serie) es irreductible a palabras. Y no me refiero solo la fascinación, es la propia esencia de la imagen.
Les vampires y seriales de aventuras como ese arrastraron hace más de cien años a millones de personas a las pantallas y convirtió al cine en algo esencial en nuestras vidas y en nuestra cultura. Musidora afecta a Maggie, Mira y Vidal, les transforma. No ha de extrañar, pues, que Assayas la haya elegido, esa enigmática figura vestida completamente de negro, como emblema del cine, de algo que no muere y que es serial, serie, cine. Eso que no podemos dejar de mirar.