MURCIA. Hay una noche que para mí explica lo que llegó a ser Garage, un espacio anexo al edificio que acogía a la sala de conciertos Arena Auditorium Valencia (inaugurada en diciembre de 1983 con el nombre de Pachá). Por supuesto, esta historia no es nueva -a veces me pegunto si todavía queda alguna historia que no haya sido contada antes por alguien en cualquier otro momento o lugar-, pero merece la pena insistir en ella porque cuenta la primera vez que los Pixies tocaron en Valencia. Esta última frase también puede zona exagerada porque el grupo sigue activo y quién sabe si no volverán a dejarse caer por aquí en algún momento. Aunque se trate casi de la misma banda, los Pixies de aquel momento aún estaban fabricando algo que los haría legendarios e irrepetibles, incombustibles incluso al desgaste al que se someterían en su segunda etapa, cuando se reformaron en 2004 después de casi diez años peleados.
Fue a principios de junio de 1989. La banda de Boston había adquirido una gran popularidad en nuestra ciudad y sus discos se vendían más que bien cuando llegaban, recién publicados en Inglaterra, a las tiendas de importación. Había expectativas alrededor de los Pixies, que por aquel entonces andaban presentado una de sus obras maestras, el aclamado Doolittle, donde por primera vez el cuarteto concedía protagonismo a la melodía por encima de la distorsión y la furia que hasta entonces caracterizaba su estilo.
Esa noche, la sala Garage se llenó. No cabía un alfiler. Recuerdo las gotas de vaho adheridas a las paredes mientras el grupo, que se encontraba en estado de gracia, nos daba aquello que queríamos sentir. Todo los que estábamos allí estábamos siendo recompensados de la misma manera, con la misma energía. El Garage estaba situado en una primera planta, así que cuando a la gente le dio por dar botes al unísono, uno cruzaba los dedos para que el suelo aguantara tanto entusiasmo. Aquel retumbar de cuerpos humanos sobre una superficie elevada en el aire bien podía haber sido una escena de una canción de Pixies. No fuimos más que ruido, emoción y algarabía.
Garage abrió sus puertas en septiembre de 1986 para acoger a artistas y bandas que hubiesen quedado algo perdidos de haber salido al escenario del Arena Auditorium. Por allí pasaron artista locales e internacionales que empezaban a despuntar. Unos meses antes de que tuviera lugar el concierto de Pixies, Sonic Youth habían presentado en aquel mismo escenario su Daydream nation. Si no recuerdo mal, la sala completó menos de la mitad de su aforo, así que aquel fue un concierto para iniciados, de la misma manera que lo fueron muchos otros de los que tuvieron lugar allí. En invierno de 1990, cuando habían hecho un giro hacia el rock, Primal Scream pisaron el Garage (recuerdo una anécdota muy divertida de mi querida Hermi Gallart, que fue a grabarlos para el programa de Canal 9 en el que trabajaba entonces, una historia que provenía de ese tono arrogante que se gastaban entonces algunos de estos músicos).
Allí ofreció Nico un concierto de la que sería su última gira. The Jazz Butcher, otra de esas formaciones que, por algún extraño motivo -supongo que el hecho de que sus discos sonaran en las discotecas que acabaron dando forma a la ruta del bakalao tuvo bastante que ver con ello- habían conseguido congregar a un grupo de fieles en la ciudad y sus alrededores, coronaron su concierto con una versión de “Guantanamera”. Ian McCulloch presentó en 1992 las canciones de Mysterio, su segundo álbum en solitario, haciéndose acompañar por nada menos que Roddy Frame a la guitarra (recuerdo entrevistarlos a ambos para el programa de Canal 9 Graffitti, pero no logro recordar nada más).
Uno de los momentos más inclasificables de los vividos en Garage fue cuando Matt Johnson vino a presentar Infected, el nuevo álbum que había grabado como The The, allá por 1987. No ofreció un recital de canciones, sino que se limitó a estar mientras se proyectaban los vídeos de dicho álbum, a razón de clip por canción, los cuales conformaban la versión audiovisual del disco. Johnson llegó acompañado por su mánager, el inefable Stevo -involucrado también unos años antes en el lanzamiento de Soft Cell-, un individuo famoso por sus maneras de hooligan. Johnson y su mánager solamente querían ver un partido de fútbol que se celebraba ese día y exigieron hacerlo en la pantalla gigante en la que tenían que proyectarse los vídeos que habían venido a presentar. Allí estuvieron, bebiendo cerveza, comiendo cacahuetes, pendientes del encuentro. Ignoraron -aunque aquello fue más bien un desprecio- a los pocos medios de comunicación que habían acudido al acto y apenas se dignaron a hablar con nadie de los allí presentes, a no ser que fuera para quejarse de algo.
Garage acogió el primer concierto de John Cale en València -creo que, desde ese día de 1992, solamente ha vuelto aquí una vez más-. Su voz y su piano rubricaron otra noche inolvidable, cuando en esta ciudad todavía quedaban (aún siguen quedando) tantas ausencias musicales por cubrir. Gracias a Garage, algunas de esas faltas dejaron de serlo. En ese espacio estuvieron The Gun Club y Jonathan Richman, Alex Chilton y Pere Ubu. También los Happy Mondays antes de pasar a ser un fenómeno a la inglesa y otras bandas apadrinadas por Jorge Albi, como The Mighty Lemon Drops y los imprescindibles Weather Prophets.
Cuando dejé València para trasladarme a Madrid, también perdí de vista la programación de Garage, que siguió sumando tantos trayendo a The Breeders, Stereolab, The Posies, Superchunk, Tortoise, Ride o Menswear, hasta que bajó definitivamente la persiana en diciembre de 1999, un mes después de que dejara de funcionar Arena Auditorium. Fue un proyecto ideado por Emilio Ruíz y auspiciado por Napoléon Beltrán, programador y copropietario de la sala, respectivamente, que a su vez delegó la dirección artística de la sala en manos de profesionales como Manolo Rock, Remi Carreres o Jose R. Seguí. La labor de aquellos equipos ya es historia de la cultura de nuestra ciudad.