Fotos de la pedanía murciana de Espinardo. Foto: A.A.O.C.
MURCIA. Espinardo, una localidad de la que sus vecinos se sienten orgullosos. A sólo diez minutos de la capital murciana se encuentra el barrio más joven del municipio de Murcia. Fue integrado, el 23 de noviembre de 1960, como parte del casco urbano de la ciudad, acción derivada del crecimiento de la urbe murciana. Con un enclave que conecta la ciudad y Molina de Segura, se convirtió en un punto estratégico, lo que generó su expansión, no sólo industrial sino poblacional. Este enclave murciano cuenta con 12.464 habitantes, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) del año 2021.
Pero la historia de esta barriada no empieza a mediados del siglo pasado, hay que mirar más atrás, porque se remonta a la edad media, cuando era un caserío a las afueras de Murcia que compartía lindes con Molina de Segura. En el siglo XIII empezó a tomar valor convirtiéndose en un señorío; y a finales del siglo XV, de manera progresiva, aumentó su crecimiento económico y poblacional, fundamentado en la ampliación de las tierras cultivables por la nueva distribución de las aguas de las distintas acequias como la de Alfatego, Churra la Vieja y Churra La Nueva, cmo lo relata el sacerdote e historiador, Francisco Alegría Ruiz. Siguió en expansión la villa de Espinardo; así fue nombrada en 1618, momento en el que ya se identificaban las distintas zonas que constituían el norte de la ciudad. Fue en 1626 cuando el rey, Felipe IV nombra a Juan Fajardo de Guevara, marqués de Espinardo, quien previamente obtuvo el título de vizconde de Monteagudo. Desde ahí y hasta la Guerra de Sucesión, a principios del siglo XVIII, la villa vivió un estancamiento que limitó su crecimiento agrícola y la vida de la zona.
Este poblado se consolida como ayuntamiento en 1826. Diez años más tarde, se independizaría como municipio y no es hasta mediados del siglo XIX que se convertiría en pedanía de la ciudad de Murcia. Esta zona se volvió un punto de referencia al ser la vía de comunicación entre la capital murciana y el municipio de Molina, desarrolló distintas empresas entre la manufactura y aquello relacionado a la producción agrícola, como la fábrica de pimentón de la que fue referencia esta localidad.
Entre los edificios emblemáticos que se conservan se encuentra el Casino, ubicado en la calle Mayor, pocos metros más arriba de la Iglesia de San Pedro Apóstol y Nuestra Señora del Carmen. Construido en 1916, por la élite de la industria del pimentón, quienes desarrollaron su vida social en él. En su historia alberga la anécdota de consumo de whisky americano, que traían, de manera ilegal, de sus viajes al otro lado del Atlántico los comerciantes del producto estrella de la zona: el pimentón.
Este edificio se convirtió en sede sindical durante la guerra, pero para la posguerra recuperaría su función inicial. Entre sus socios se encontraba: el músico, Manuel Massotti Littel; los fabricantes de pimentón, Jesualfo Breis y José Mengual; y el conocido como ‘Pepe el del Romea’, José Hernández Toral, único socio honorífico del casino.
Esta pedanía cuenta con una innovadora urbanización, un proyecto dirigido para los jóvenes, donde emprendedores locales se volcaron en su ejecución. Lleva el nombre de Joven Futura, es un complejo urbanístico que se destinó a la adquisición de viviendas por este grupo social. Mientras se realizaban los trabajos para su construcción se descubrieron unos restos romanos, como son tres necrópolis, una de ellas del I después de Cristo, así como una basílica paleo-cristiana. Este sería un punto de conexión para la historia de Espinardo, lo que situaría su fundación mucho antes de la Edad Media.
Desde Murcia Plaza, conversamos con algunos de sus vecinos. Cristina, de 30 años, charla animadamente sobre su vida en la pedanía: “Recuerdo que había muchos negocios, todos regentados por personas conocidas, del mismo pueblo. Muchos bares pequeños, con los años, unos se jubilaron y otros no lograron sobrevivir a la crisis. Durante los años posteriores a la crisis, si querías tomarte algo, tenías que salir, ahora se nota que las cosas mejoran y ya se ven de nuevo negocios innovadores”. Esta ciudadana lamenta la etiqueta que posee su localidad por el tema de las dogas, “lamentable que se dañe a todo un barrio por las malas prácticas de unos pocos”.
Cristi, como nos pide que la llamemos, sonríe al destacar: “¿Quién cuenta con un parque acuático, zoológico de nueva generación, un espectacular campus universitario y un palacio renacentista en el mismo lugar? Todo eso está aquí, en Espinardo”.
Para Antonio, vecino de 85 años, relata que su padre le contaba como su abuelo había trabajado en la fábrica de los 'Breis' y como había echado para adelante su familia, "todos trabajaron ahí, dieron de comer a muchas familias de aquí, por no decir que a todas" y sonría. "La guerra fue mala pero la huerta les permitió mantenerse y dieron de comer a unos cuentos". Este vecino habla de la huerta y cómo se pierde, "la huerta que tengo es la misma que la de ellos, un poco más pequeña, porque ahí construí para mis hijos. Pero la verdad es que ellos ya no la trabajan y yo me hago mayor".
Cuando se le pregunta cómo ve su pueblo, sonríe: "Lo veo mejor que antes, cuando la Universidad está abierta, esto no para de gente y eso da gusto. Parece que las cosas están mejorando y hay mucho negocio nuevo". Añade con entusiasmo: "Necesitamos mantenernos así, que si no, esto se ve muy triste".
Y así es, al inicio de la calle Mayor, se ubica el palacio de los Marqueses de Espinardo, con una construcción de estilo renacentista se terminó de construir a finales del siglo XVI y posee una anécdota con respecto a la pieza romana, Ara Pacis o Altar de la Salud. El cronista de la ciudad de Murcia, Antonio Botías, recoge en su libro “Murcia, secretos y leyendas II” como este recinto sufrió la pérdida de una de sus piezas, con fecha de la primera parte del siglo I. Aunque la pieza es de origen cartagenero, fue un regalo que recibió el marqués por parte del obispo Sancho Dávila y que pasó a ser un adorno del jardín del palacio. Pero el XIV marqués decidió trasladarlo al monasterio de Monserrat. Aunque la pieza nunca estuvo perdida, sí sufrió la partida de una pieza histórica, que se ubicaba en la capital, y que forma parte de la historia romana de Cartagena.