MURCIA. Estamos ya entraditos en el futuro. Esta semana, cuando así lo decidió el diario El País, quedó inaugurada la Inteligencia Artificial merced a chatGPT. Esta es una aplicación que a mí personalmente me recuerda a las aventuras conversacionales de los videojuegos de los años 80. Ciertamente, tiene más carrete que aquellos juegos donde los diálogos no daban mucho de sí, pero tampoco tanto. Se repite bastante, suelta clichés por un tubo y mete la gamba. Lo puedo asegurar, la empleé para discutir en twitter con un desconocido y unas de las réplicas que yo iba armando preguntándole a la IA estaba equivocada. La IA prefirió darme la información mal en lugar de callarse y decir que no lo sabía. Quizá en eso consista el milagro de la Inteligencia Artificial, que así ya es cien por cien humana. La cuestión es que ya estamos en el futuro de los robots que hablan y les echas broncas como quien discute con el presentador del Telediario, ya estamos en el siglo XXI propiamente dicho y, sin embargo, cojo la prensa esta semana y, zas, en 20 Minutos, que Google Earth ha visto al Yeti. ¿Para esto los satélites controlados por IA? ¿Para que nos vengan con las mierdas de Jiménez del Oso?
La verdad es que resulta curioso que haya que recurrir a tecnología punta revolucionaria para buscar al Yeti cuando tenemos a cientos de turistas cada día recorriendo las cordilleras más altas del mundo. Lo vimos recientemente en el documental Réplicas que dejaba cierto regusto a placer por una hipotética extinción de la raza humana.
Con menos lucecitas, todas estas problemáticas ya fueron tratadas en su día en el mundo del cómic. Hay una obra paradigmática al respecto, El hombre de las nieves, dibujada por Milo Manara y con guión de Alfredo Castelli. Es una obra singular, no por su contenido, sino por la trayectoria de su autor. A Manara se le asocia automáticamente al erotismo cada vez que aparece su nombre y es difícil que se hable de erotismo en el cómic sin citarle a él. Sus dibujos de mujeres son clásicos, como puedan serlo los de cualquier pintor de siglos pretéritos, y es frecuente encontrarse con citas suyas relativas al sexo y sus capacidad para liberar el alma humana. Aquí, no obstante, dibujó una historia de aventuras. Una obra con terror, suspense y contenido filosófico, casi de ciencia ficción. Seguro que no es lo que se espera alguien que se acerca a un álbum donde figura el nombre de Manara.
Últimamente, este tebeo fue editado por Norma allá por 2001 y, en 2019, se introdujo en un álbum llamado Odiseas iniciáticas con Manaras donde el sexo no era lo más importante. En la historia del hombre de las nieves, el sexo era tan poco importante que su lectura hoy deja al descubierto la mentalidad del autor se disfrace como se disfrace: no aparece una sola mujer. Como se trata de lo dicho, aventuras, filosofía, acción, terror, ciencia ficción, pues ahí no se le pasó por la cabeza introducir una mujer. Si no hay sexo ¿para qué quieres una?, diría su subconsciente.
El relato partía de una idea que sigue siendo más de lo mismo hoy, que se lo digan si no al 20 Minutos, como era una noticia en un periódico con un titular sensacionalista que había montado un buen follón. Unos montañeros habían visto unas huellas de algo y el protagonista del cómic, un periodista, titulaba que se trataba del abominable hombre de las nieves.
Lo que seguía ya no es tan habitual en esta época después de un clickbait. Se habían vendido tantos periódicos que la empresa le pagaba un viaje al redactor al Everest para ver qué encontraba. El periodista había investigado, googleado en la actualidad, y había visto que Herodoto o Plinio el Viejo ya habían mencionado a estas criaturas en sus obras, con lo que era perfectamente posible que existieran. La frase con la que le despide el redactor-jefe es perfectamente asimilable al espíritu de los círculos en los que el buen hacer de José Manuel Villarejo acababa convertido en titulares al día siguiente; le decía: "si no lo encuentra, invéntelo".
Si he despertado su curiosidad, acuda en busca de la obra. Lo que sucedía luego en la montaña era francamente interesante. Al menos para un cómic de aventuras, donde con un poco de imaginación y atrevimiento que pusiera el autor de su parte podía aportar mucho placer y sueños locos a sus lectores.
No obstante, hay una escena que yo nunca he logrado olvidar y que recordaré toda mi vida, lo mismo que cuando veo al Príncipe Harry estoy condenado a pensar que se le congeló el pito. En un momento dado, el protagonista estaba atrapado en un monasterio de monjes budistas que estaba en las alturas remotas de una montaña. En ese momento de la historia ya empieza a mezclarse lo onírico con la fantasía, y resulta que el hombre no podía huir de allí por motivos esotéricos.
Los monjes no empleaban ningún tipo de violencia, solo que cuando el periodista se quería ir, ocurría cualquier contratiempo que se lo impedía. Una vez, pase, pero cuando ya llevaba varias, el tipo se enfadaba y escapaba a las bravas. Esto es, consciente de que le estaban manipulando la mente, se reventaba la cabeza a sí mismo con una piedra enorme para liberarse de la hipnosis de los curas. Era una escena brutal y completamente inesperada. Aunque a estas alturas de la vida y el del futuro, tengo que decir que más que sorprenderme, es algo que deseo. Con el tsunami de microinformación estúpida que recibimos por móviles y rrss, amén de otros medios, el cuerpo me pide estamparme una piedra en la cabeza y resetearme a mí mismo para escapar de esta vorágine. Dicho lo cual, tampoco tiene nada de original. Hoy, en el futuro, todo eso tiene nombre: mindfulness. Palabro que es oírlo y, de nuevo, tener ganas de tener esa piedra entre mis manos.