BRUSELAS. En los albores del tercer milenio, un gurú llamado Harari anunciaba que la humanidad había conseguido “controlar el hambre, la peste y la guerra”. Nada más allá de la realidad. Su augurio, publicado en 2016 bajo el nombre de “Homo Deus”, no contaba con la pandemia provocada por el virus de la covid-19, que asoló el mundo en 2020, y la guerra que comenzó en Ucrania en 2022.
Nada de esto predijo Yuval Noah Harari pese a que la hambruna en el continente africano era recurrente y las guerras en Oriente Medio, incluido su país Israel, habían devenido sistémicas. Dejarlo en manos del hombre con una comisión de investigación, en lugar de apelar al castigo divino, es la solución a la que llegó la humanidad antes de concluir en la simbiosis entre hombre y máquina.
"Deus ex machine”. “La ciencia converge en un dogma universal, que afirma que los organismos son algoritmos y que la vida es procesamiento de datos”, afirma Harari. Y alerta del momento en que “la inteligencia se desconecta de la conciencia”. Ese momento no había llegado cuando Rusia invadió Ucrania en la primavera del año II d.C. -después de la Covid-. No era la guerra que imaginábamos en el tercer milenio.
Era una guerra desfasada, de otros tiempos. No escuchábamos los enjambres de drones oscurecer el cielo, cual aves migratorias buscando el sol. No veíamos los drones autónomos acechando el objetivo a abatir escondido, entre los esqueletos de los edificios que quedaban en pie. En su lugar, la artillería pesada se movía lentamente entre campos y ciudades, como un gusano de seda que teme no llegar a tiempo para encerrarse en su capullo y convertirse en crisálida en el glorioso día de la batalla final. De los cielos, las bombas y los misiles caían indiscriminadamente sobre almas en pena.
¿Qué pecado había cometido la humanidad para adentrarse en ese camino sin retorno? El pensamiento ilustrado y sus sucesivas revoluciones, padre y origen de todos los “-ismos”, ya no permitía achacar todos los males a un dios vengativo. La geopolítica fue la nueva ciencia que encarnó al dios supremo, el chivo expiatorio para justificar lo injustificable. Hasta que ya no hizo falta dar ni buscar explicaciones, porque los algoritmos se habían encarnado en la razón pura, sin dudas metafísicas, sin posibilidad de crítica alguna.
Mientras los filósofos pensaban, una Europa cada vez más depauperada por los estragos de la pandemia y vendida a los mercados financieros internacionales se aprestaba a pagar las consecuencias de mantener intactas sus fronteras. Medicinas, alimentos, dinero, armas…, todo era poco para socorrer al territorio vecino en su odisea contra Goliat.
Y, para limpiar su conciencia por haberlo hecho mal en los últimos 30 años, la Unión Europea asignaba “otros 50 millones de euros en financiación humanitaria para apoyar a las personas afectadas por la guerra de Rusia contra Ucrania, incluidos 45 millones de euros para proyectos humanitarios en Ucrania y 5 millones de euros para Moldavia". Esta financiación formaba parte del paquete de apoyo de 1.000 millones de euros prometido por la Comisión Europea en el evento mundial de promesas de contribuciones “Stand Up For Ukraine”, un bonito festival de solidaridad.
Era su regalo de Pascua. Con ello, la financiación total de la ayuda humanitaria del gobierno de la Unión en respuesta a la guerra "asciende a 143 millones de euros”. Mientras que los Estados miembros de la UE habían proporcionado casi 766 millones de euros en asistencia humanitaria desde el inicio de la invasión de Rusia el 24 de febrero.
-La realidad, David, era que la Unión y los Estados miembros proporcionaron más de 2.700 millones de euros desde el comienzo del conflicto en 2014, en pago por cerrar los ojos. Parte de ese dinero debía ser destinado a ayuda humanitaria, pero una parte importante fue decisiva para el rearme del país.
-Exacto, Laura. Fue un conflicto ignorado por todos durante ocho años el del Este de Ucrania, donde morían civiles ucranianos todos los días. Muertes inútiles de humanos provocadas por humanos. Un sinsentido como otro cualquiera, cuando debimos dejar a las máquinas que se destrozaran entre ellas.