MURCIA. Da igual cuando leas esto. Si te pilla en pijama tratando de asumir los sinsentidos de la existencia, en la cola del supermercado, tomando el tercer café del día o esperando a tus amigas. En este mismo instante hay alguien en algún rincón del mundo eligiendo un libro con el obsequiar a otra persona. El verbo ‘regalar’ rima de maravilla con los engranajes de la industria editorial. Para comprobarlo, solo bastaba darse un veloz garbeo por las redes durante las últimas Navidades: en ese carrusel de la idealización cotidiana se arremolinaban las imágenes de títulos traídos por duendes o pajes. Lo tenemos claro, los libros son un recurso recurrente en el ecosistema del regalo, pero con el veredicto no nos vale: queremos trazar un atlas más completo del asunto.
Adoptamos el rictus del investigador criminalista, nos equipamos con la bata y los guantes reglamentarios y comenzamos las pesquisas. En primer lugar, toca preguntarse por las motivaciones: ¿qué nos empuja a agasajar a otros con estos tomos encuadernados? Para Olga Abad, librera en La Primera, regalar un libro es “regalar una experiencia, una emoción… Sabes que la persona que lo ha seleccionado le ha dedicado esfuerzo, que no ha sido al azar. Y, además, al darte ese volumen, te da la oportunidad de releerlo en diferentes momentos vitales, de volver a él cuando lo necesites”. “Se ofrece una nueva puerta que abrir. Y eso siempre genera ilusión”, considera Chus Bernabeu.
A través de esos ejemplares que hemos recibido en fechas señaladas (o por puro afán dadivoso un día cualquiera) se puede trazar una suerte de biografía en clave libresca. Así lo cree al menos Raúl E. Asencio, director editorial de La Caja Books: “La biblioteca personal de cada uno cuenta su propia historia, también a través de los títulos que nos han hecho llegar otras personas. Habla de quién nos regaló ese texto, cuándo y por qué, del lugar en el que se compró… ”.
Regaladores librescos: una propuesta de clasificación
No sería este un estudio riguroso si no estableciéramos cierta taxonomía de los obsequiadores de libros. Partimos de dos tipologías básicas. Por un lado, están aquellos que ofrecen a los demás esas obras que les han apasionado, que se les han metido bajo la piel y les han invadido las neuronas. En esta categoría establece su campamento base Raquel Bada, directora de la editorial Bamba (especializada en la escritura de mujeres), para quien estos presentes constituyen una forma “de compartir, transmitir algo que nos ha fascinado y pensamos que va a fascinar también a la persona regalada”.
La segunda tipología básica del regalador literario es aquel que llega a la librería sin tener nada claro qué volumen desea adquirir. Sabe que el futuro receptor tiene 23 años, que practica el patinaje o que disfruta cocinando. Y con esos ingredientes ruega a su librero de confianza unas migajas de alquimia. Así lo cuenta la responsable de La Primera: “a menudo llegan clientes un poco perdidos, te dicen qué es lo que le suele gustar a la otra persona para que tú les ayudes a encontrar el tomo ideal. Con unas cuantas características tienes que ir tirando del hilo. Ahí tú como librera tienes tus estrategias. Hay ciertos títulos que son éxito casi garantizado, pero también tienes un ratito de conversación para conocer a la persona a la que debes conseguirle ese regalo”. A veces, prosigue Abad, “te dicen ‘búscame algo para una amiga que lo está pasando mal, que sea un texto feliz’. Y, claro, eso es demasiado genérico, pero sigues charlando, vas sacando más cosas y entre las dos vais encontrándolo. Al final, es una búsqueda conjunta. Cuando la gente va a regalar un libro, quiere acertar y se nota en cómo van dando detalles de ese individuo para encontrarle una historia que le encaje”.
Gran parte del arsenal épico de Sentim les Llibreries se basa precisamente en la idea de regalar palabras escritas a un total desconocido. O casi, porque los participantes rellenan una breve ficha con algo de información orientativa. “La gente suele hacer bastante caso a lo que le marca el formulario de la persona que les toca. Pero, al mismo tiempo, mucha gente se apunta con la perspectiva de descubrir cosas nuevas y así lo señala. O concreta que quiere acercarse a nuevos autores de un tipo de literatura porque los clásicos ya los tiene controlados. Les hace ilusión recibir algo que no esperan. Nuestro discurso nunca ha sido ‘tienes que leer más’, sino ‘puedes descubrir nuevas literaturas, nuevas lecturas’. Y nos hemos encontrado a gente muy hambrienta de esos hallazgos”, resalta Bernabeu.
En este punto del relato regresa Raúl E. Asencio. Y lo hace para introducir otra variante en nuestro inventario: el regalo fallido o truncado. “Todos tenemos la experiencia de que nos hayan regalado una lectura que no nos interesa y, conforme nos la han dado, la hemos dejado en una balda… Y ahí está, con el pegamento del lomo intacto”, subraya el editor.
Claro, hasta ahora nos habíamos asomado a esos estantes que cobijan complicidades compartidas. Pero la geografía del obsequio truncado se mueve por coordenadas más ásperas, como la brecha, la pérdida y la fractura: “cuando compramos tomos de segunda mano, me resulta encanta toparme con una dedicatoria manuscrita y, a través de ella, intuir que dos personas estaban unidas por una gran amistad o un gran amor. El hallazgo puede llevarnos a interpretar ese volumen como una especie de ofrenda fallida, porque la amistad se rompió, porque la biblioteca se ha vendido… Me entra cierta tristeza al encontrarme alguna de estas notas, pero quizá también eso habla de la fuerza o la capacidad que tiene un libro para crear vínculos”.
Y aún nos esboza un subtipo más de texto regalado: el que los autores envían, dedicado, a otros autores o periodistas. “Hay una serie de leyendas negras de autores que se han encontrado en una librería de viejo con el libro firmado que le enviaron a otro autor. El presente fallido contiene una historia interesantísima, divertida y a veces trágica”, indica.
Juzgando un regalo por la portada
Llegados a estas alturas de la película, la pregunta es obvia: ¿el aspecto de una publicación influye en su potencial como posible agasajo de papel? Laura Baufalc, responsable del diseño de Bamba desgrana su entusiasta “sí” al respecto: “antes como lectora y ahora como profesional, siempre he prestado especial atención a cómo entra el libro sensorialmente. Cómo noto el papel, los colores que se hayan usado en la portada… Si no conoces la obra, al final es la portada lo que te atrapa primero, lo que te seduce. Después ya conectarás, o no, con el contenido, pero creo que sí se establece un vínculo emocional con el objeto, un cierto apego. Y ahí el mimo y la minuciosidad del diseño editorial, el cuidado que se le haya puesto, es esencial. Me ha ocurrido con alguna piezas que me han encantado a primera vista y luego cuando he comenzado a leer me han defraudado, pero son la excepción. Pienso que si se ha hecho un buen trabajo, si se ha pensado bien, contenido y aspecto visual van de la mano y no debería existir esa desconexión”.
Hay quien diversifica sus pasiones y hay quien cultiva entusiasmos fijos y persistentes en el tiempo. En este segundo grupo se cobijan un tipo de regalador de libros muy concreto: el reincidente. Es decir, aquel que regala un mismo título –su título estrella, con el que tuvo una conexión casi cósmica– a varias personas y en momentos diversos. Algunos de estos individuos se encuentran en estas mismas líneas. Queremos que confiesen. Queremos saber. Abre fuego Asencio: “durante un gran tiempo de adolescencia regalé a muchos amigos San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno, aunque no sé si se lo llegaron a leer. Es un texto que me tocó mucho de joven, no sé por qué. Y tampoco sabría explicar la razón concreta de por qué lo regalé tanto, pero creo que esa fiebre describe bien el entusiasmo que te producen ciertas lecturas”. Con la gorra de editor bien calada, identifica en el catálogo de La Caja Books una obra también convertida en regalo reincidente: “me ha llegado cierto feedback al respecto sobre Leer mata, de Luna Miguel”. De hecho, tiene todo el sentido del mundo que un tratado sobre la bibliofilia y sus peligros se acabe convirtiendo en ofrenda de unos lectores voraces a otros. Turno para Olga Abad: “aunque pueda resultar muy evidente, he regalado muchísimo El Quijote, especialmente a amigos extranjeros. Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer de David Foster Wallace es mi libro de amigos invisibles en los que no conoces mucho a la persona. Y en los últimos años he optado por Hamnet, de Maggie O'Farrell para amigas y familiares”.
Por su lado, Laura Baufalc recuerda haber regalado varias veces Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides, “sobre todo a personas a las que, tras una conversación, intuía que les podía interesar lo que esta pieza aborda respecto a la adolescencia”. También integra las filas de la reiteración Raquel Bada: “tiendo a regalar bastante Si no, el invierno, fragmentos de Safo recogidos y reinterpretados por Anne Carson. Creo que tiene mucha magia, mucha historia… Y si te gusta la poesía, ahí está el origen de todo. Pero no creo que sea un título para todo el mundo, un obsequio universal”.
Esta investigación no podía acabar sin apurar una última arista: el autorregalo. Porque está genial pensar en historias para otros, pero a ratos una necesita darse un homenaje a sí misma en forma de relato aún por estrenar. “Hay días en los que llega un cliente y me dice ‘necesito un libro, ¿qué me recomiendas?’. Y no se trata solamente de conseguir esa obra, sino de estar pensando en reservar un tiempo para leerlo tranquilamente. Un rato para estar contigo misma. Por eso cuando sé que alguien se está comprando un tomo que le hace ilusión, se lo envuelvo como si fuera un regalo. Me parece importante disfrutar del ritual de abrirlo y redescubrirlo”, comenta Abad.
En sus Instrucciones para dar cuerda a un reloj, Julio Cortázar expone que cuando nos regalan un reloj, en realidad, somos nosotros la ofrenda para ese emisario de la exactitud horaria cuyo cetro son las inmisericordes manecillas. ¿Sucederá lo mismo con esos misteriosos artilugios de papel encuadernados? Cuando nos regalan un libro, ¿nos están convirtiendo en obsequios para los espíritus de la palabra hecha tinta?