MURCIA. Una monja católica a la búsqueda del Santo Grial enfrentada a una IA que domina el mundo. Esta línea tan loca es, de forma esquemática, el argumento de Mrs. Davis, la serie de Damon Lindelof y Tara Hernández que puede verse en HBO Max. Seguramente, el argumento contado en una frase habrá ahuyentado a muchas personas, pero, ya les aviso, harán mal en salir corriendo. Y no porque no sea una serie loca, sino porque lo es mucho más de lo que se imaginan, hasta extremos insospechados. Bueno, en realidad, no puede haber forma de que imaginen todo lo que la serie contiene y lo extravagante y extraña que puede llegar a ser. Mezcla de géneros, tonos y temas; batiburrillo de referentes que incluye el cine clásico de aventuras, las cintas de mamporros de los años 70, los Monty Python, los hermanos Marx, la leyenda artúrica, los dibujos animados de la Warner, cómics, la Biblia, cine de serie B o Z, las propias obras de Lindelof como Perdidos, of course, aunque también The Leftovers, y suma y sigue.
Para que se hagan una idea, o puede que no se la hagan, tenemos, además de monjas, el Grial y una IA llamada Mrs. Davis, de ahí el título (de total actualidad, por cierto), a un Jesucristo que ejerce de camarero en un kebab, templarios, una guerrilla survivalista, magos de los que actúan en casinos y salas de fiesta, sociedades secretas, zapatillas de última tecnología, el Vaticano, madres terribles, padres ausentes, cowboys, un científico llamado Schrödinger, humor chusco y humor fino, emoción y mil cosas más. Todo esto en un esquema más o menos lábil de género de aventuras sin respiro que incluye debates en torno a la fe y la razón, o a la libertad individual y el bien común.
Nunca sabes qué va a pasar y no hay forma de adivinar por dónde irá la trama ni qué nuevo elemento estrambótico o personaje estrafalario se sacarán de la manga sus creadores. Y funciona, vaya si funciona, porque no se trata de acumular, sino de contar una historia. Es divertida, sorprendente y, de algún modo que no sé si soy capaz de explicar, sincera y genuina. Hay una voluntad de jugar y divertir, que no excluye que de vez en cuando nos quedemos pensando en algunas cosas bastante trascendentes, realmente contagiosa. También entiendo que, si no se entra al juego, si una no abraza con alegría y convicción su desconcierto, no hay modo de disfrutarla.
Con Mrs. Davis me ha pasado algo parecido a lo que me pasó con Todo a la vez en todas partes (Dan Kwan, Daniel Scheinert, 2022), película con la que tiene muchos puntos de contacto. Me siento tan desorientada que me cuesta reaccionar. Esto me pasa como espectadora, supongo que no estoy sola en ello, pero también como supuesta especialista en analizar obras audiovisuales: me desbordan y siento que me faltan herramientas críticas para abordarlas. No sé cómo encarar el batiburrillo de referencias y el perfecto desparpajo con el que se mezclan cosas que parecen, a priori, no mezclables; el entusiasmo con que se coge de aquí y de allá y el desprecio total por cualquier jerarquía cultural o principio de autoridad del tipo que sea. No me refiero aquí a propuestas de bajo presupuesto deliberadamente cutres o a esas pelis o series cuyo encanto está en lo naif de sus efectos o en lo mal hechas que están, tampoco es la sorpresa con la que vemos las versiones turcas de las pelis de superhéroes. Ni, por supuesto, el asombro que pueda generar una obra genuinamente surrealista, como algunas de David Lynch, por poner un ejemplo. No. Esto es otra cosa.
¿Cómo, desde la crítica y el análisis, nos enfrentamos a algo con clarísima vocación comercial y masiva, es decir, no autoral ni minoritaria, que, aunque se mueve dentro de unos parámetros narrativos aparentemente reconocibles, como el género de aventuras y sus leyes de causa y efecto o el famoso viaje del héroe, desdeña la lógica y abraza el disparate y el delirio como motor creativo? No vale el wtf, el “¿pero esto qué es?” como medida para la crítica y el análisis, porque estas obras son exactamente lo que quieren ser. El desconcierto es un prejuicio de quien mira y analiza, no de la serie ni de la película, que tienen muy claro de qué van, que están contando y cómo lo hacen.
Por eso son obras profundamente autoconscientes. Uno de los personajes más extremos y caricaturescos de Mrs. Davis dice en un momento dado: “A los algoritmos les encantan los clichés y no hay mayor cliché que la búsqueda del Santo Grial. El MacGuffin más sobreexplotado de la historia”. No se puede explicar mejor la propia esencia de la serie y su voluntad de no ser cliché ni algoritmo.
Claro que falta aquí un elemento esencial que aún no he nombrado y que hay que defender a muerte: la libertad creativa. Mrs. Davis y Todo a la vez en todas partes no se encomiendan a nada y a nadie: hacen estallar el relato cada dos por tres, rompen las barreras de la lógica, se ríen de lo que cuentan y lo admiran a la vez, lo construyen y deconstruyen sin miramientos; meten historias dentro de historias dentro de historias (aunque aquí no inventan nada, esto es tan viejo como el arte de narrar). No se trata de desconcertarnos sin más, eso es fácil y está al alcance de cualquiera, se trata de sorprendernos para que disfrutemos, para que lo pasemos bien, para que estemos atentos y descubramos el sentido del aparente nonsense, porque lo tiene. Es el puro placer de contar historias y vivirlas, tanto por parte de quien la cuenta como de quien la recibe, un poco como cuando éramos niños y todo nos fascinaba. Es cierto sentido de la maravilla vinculado no al uso de eficaces efectos especiales sino al desarrollo de la propia narración. Es, en suma, uno de los valores supremos de la ficción: disfrutar del viaje y de lo que encontramos por el camino.