MURCIA. "Me he quedado tercero en el Premio Planeta, por si os interesa publicar mi novela". Esta era la nada desdeñable tarjeta de presentación del escritor cartagenero David Galindo cuando se puso en contacto con diferentes editoriales con el fin de publicar El Arpista; la novela negra ambientada en La Manga del finales de los sesenta que dio tanto que hablar al llegar a la terna final del millonario certamen (entre 846 originales de todo el mundo). Le salieron varios novios, recuerda, pero finalmente se decantó por Cosecha Negra Ediciones. "Esta es la primera novela que publico y quería sentirme elegido, que se apostara por mí", apunta el autor, que tras pasar por Cartagena Negra tiene previsto acudir a la Feria del Libro de Murcia y realizar distintas presentaciones, tanto en Cartagena, como en el resto de la Región y otras comunidades.
Galindo, licenciado en Filología Inglesa y profesor en el CEA del Mar Menor (San Javier), señala que es emocionante tener en las manos la novela -que ya está en las principales librerías y plataformas (también en Amazon después de que se agotara nada más ponerse a la venta)-, con una sensación que está entre "la sorpresa y el susto". "Ha dejado de ser una entelequia", apunta; al tiempo que añade que "eso significa que mucha gente la va a leer y eso asusta. Porque hasta ahora he recibido muy buenas valoraciones, pero eran de familiares y amigos; también de otros escritores. Me gustaría saber qué opinan los lectores, mantener con ellos un intercambio".
El Arpista es, según su autor, "un homenaje a La Manga que pudo ser y no fue", ya que toda la trama se desarrolla en un hotel de un lugar que entonces se presentaba "desnudo y por fundar, en un paraíso donde no rigen aún las leyes que todo lo codifican y enturbian, confín de la tierra donde todo es viejo y nuevo a un tiempo". Aunque el nombre no se menciona, Galindo apunta que no es difícil averiguar en qué hotel se ha inspirado -por las descripciones que ofrece y porque en aquella época solo había dos-, para esta historia protagonizada por un grupo de trabajadores que investigan las ausencias misteriosas de clientes. Entre ellos, destaca un antiguo niño prodigio, un virtuoso del arpa, ya crecido, y con cuya voz se irá refiriendo la historia.
Por su parte, la editorial Cosecha Negra, especializada en género negro y policiaco, señala que se trata de una obra con una prosa singular, con connotaciones específicas del género, y que, a su vez, cuenta con un halo especial y muy personal gracias al depurado estilo preciosista del autor y a su capacidad para crear atmósferas sigilosas rodeadas de misterio y también de enigmas. "Consigue que el lector se implique en la trama desde el primer momento, durante el trayecto de las aventuras y delirios de los personajes que viven su particular peripecia en el marco de la Manga del Mar Menor de mediados de los años 60", aseguran.
"Es una novela de desapariciones, de deserciones y de agonía de mundos que se saben heridos de muerte y ante los que sólo cabe la docilidad, un talante en el que todos están bien entrenados, o la ficción, vereda caprichosa que prefieren explorar y con la que se solazan en los tiempos muertos para escapar de la rutina y del miedo", describe la editorial. Paralelamente, añaden, "es una crónica de conflictos internos, de magia, dioses antiguos y música, de payasos muertos y de conspiraciones internacionales que tal vez les alcancen con sus tentáculos. De inocencia y catástrofes. Escrita en ocasiones con prosa nebulosa, a veces honesta, urgente, melosa, pero siempre radiante e intensa que pretende arrullar y agarrarnos por las solapas sin la más mínima consideración en el juego cándido en el que se ve el lector involucrado".
David Galindo, quien cuenta con otras novelas sin publicar en su "fondo de armario", es natural de Cartagena y profesor de educación Secundaria. Ha sido colaborador de diversas revistas literarias y suplementos desde 1995 hasta la actualidad y ganador de diversos premios de relato y cuentos, así como de menciones y accésits.
Todos están en su sitio. En el lugar exacto que les corresponde y en el que se han colocado las últimas noches. Casi como si hubiesen disfrazado una abertura a algún mundo latente del que nadie tiene noticia con cinta americana en forma de cruz y les resultara imposible alejarse demasiado de ella. Prestos a lo que pueda suceder: el desmayo de uno de los asistentes, un corte de luz por el que hubieran de correr a encender las velas que hay encima de las mesas con las cajas de cerillas que llevamos todos repercutiendo en los bolsillos, una discusión entre dos clientes bebidos que se vean obligados a apaciguar.
Yo estoy algo por encima. Elevado un palmo, subido a la tarima a la que han puesto unos faldones plisados del mismo color que las cortinas, y me es fácil verlos cuando me puedo permitir no mirar el arpa y echar un vistazo a la concurrencia para advertir cómo va la cosa y saber si me están haciendo caso o solo conversan entre ellos.
Ernesto está tras la barra, secando copas con su paño preferido, desmesuradamente blanco y de algodón, el que limpia y escurre él mismo cada día, como siempre que no hay nadie a quien servir ni botellas que orientar hacia el frente para que ostenten la estampilla que anuncia lo que contienen. Con la chaqueta nívea que le queda algo pequeña en la zona del abdomen y la pajarita lila y sobredimensionada que le obligan a llevar y que es parte del uniforme de los que trabajan aquí en el servicio directo a los clientes para que los reconozcan sin género de dudas y no haya malos entendidos. Aunque creo que es innecesario. Todos saben instintivamente quién es quién.
Eva está en el extremo oriental, sentada con las piernas cruzadas de esa manera tan peculiar suya en la que echa uno de sus perniles lánguidos en la parte de arriba del otro muslo y deja entrever su pantorrilla lo suficiente como para que quien la mire se pueda hacer una idea de lo que esconden los ropajes. Con un peinado que parece una escultura de tan perfecto y apelmazado.
Julio, en la puerta, con las manos enlazadas atrás, atento a que las bebidas de los pocos clientes que hay esta noche no rebasen cierto límite imaginario que él se ha marcado desde que se dedica a esto, y solícito cuando alguien le hace un mínimo gesto con las cejas o los dedos para reclamarlo. Un don que tiene.
Menuda banda estamos hechos.