Ejercer de ser humano implica, a menudo, comunicarte con otros individuos. Es duro, lo sé, los seres humanos pueden llegar a ser una cosa insoportable. Sin embargo, de estas interacciones homínidas hay una que me maravilla especialmente y a la que creo que no rendimos la pleitesía que deberíamos: escuchar a otra persona hablar con entusiasmo durante un buen rato sobre una cuestión que adora y domina y de la que tú no tienes ni repajolera idea. ¡Menudo gustazo! Gozo como un gorrino en un barrizal asomándome a los cabarets mentales de los otros, a esos temas cuyas hechuras y filamentos conocen al dedillo. El queso, el Imperio bizantino, Walter Benjamin, las pelis de zombis, la ebanistería, el sistema ferroviario checo… Si os interesa, me interesa. Contádmelo para que pueda incorporarlo a mi catálogo de pasiones ajenas. Cuanto más específico sea el derrotero, más extensa la sabiduría y más ilusión os provoque, mejor. Lo quiero todo.
Se produce una alquimia discursiva brutal, una suerte de chispazo mágico, cuando alguien aborda con fervor sus asuntos preferidos. Se nota en la expresión de su cara, en el tono danzarín que adquiere su voz, en cómo se deja llevar por los senderos de esa materia que considera íntimamente suya. Y, para quien lleva puesto el sombrero de interlocutor, resulta magnético sentir que ese sujeto te está mostrando los armarios escoberos de su espíritu, que en esos soliloquios hay un universo propio en ebullición.
Sin embargo, esta vida que transitamos no está diseñada para construir pasiones duraderas a no ser que puedas convertirlas en una fuente de empleo. Ya lo sabes, convierte tu hobbie en tu trabajo… y ya no tendrás hobbie. En la perspectiva utilitarista en la que estamos instalados, parece que solo puede fascinarte hasta los huesos una actividad o campo de conocimiento que “sirva para algo”. Únicamente vale la pena ser experto en cuestiones a las que logres ordeñarles productividad. Entusiasmarte a fondo por asuntos que simplemente te generen placer se considera una pérdida de tiempo, una rareza pintoresca. "Fulanito es un friki de (inserte aquí afición o interés que no sea monetizado)" Si no se somete a las lógicas del mercado, mejor vívelo desde una superficialidad emocional que esté preparada para convertirse en indiferencia en cualquier momento.
Así, la fascinación queda reservada a la infancia, como si cruzar hacia la adultez supusiera, per se, dejar de observar con intensidad aquello que más nos gusta. Quizás, una de las pocas excepciones socialmente aceptadas sea la adhesión inquebrantable a un equipo de fútbol (por motivos que seguro están estudiadísimos). Pero más allá de ahí, haz el favor de controlar tu entusiasmo, que ya tienes una edad. Claro, apasionarte con algún tema se parece a jugar… y los mayores no juegan, solo producen y ponen lavadoras.
Uno de los dragones que marcan el ritmo de nuestras rutinas es la fragmentación; la tenemos bien presente en las trayectorias laborales y vitales inciertas, inestables y volátiles. Pero ese bicho reptiliano también despliega sus alas en las esferas del ocio. El poco tiempo libre que nos deja la velocidad contemporánea hay que dividirlo en tantas esferas diferentes que poco hueco queda para cultivar un entusiasmo en profundidad. De hecho, nuestro día a día es un grito de guerra contra la profundidad, ¡que muera, que muera! Esta época histérica exige goces fugaces y volubles, intereses que apenas se prolonguen unos minutos. Un rápido vistazo a ese pozo del averno que es LinkedIn resulta suficiente para comprobar que ahí fuera se fomenta y se premia la constante reinvención. Debes vivir en una interminable mutación de ti mismo, mantenerte siempre alerta, siempre en movimiento. Se te conmina a salir de tu zona de confort y no hay nada más confortable que dedicar un rato a esa actividad que te chifla y que es para ti un refugio frente a las inclemencias del mundo exterior.
En esa ofensiva contra las pasiones profundas luchan en primera línea de batalla los todólogos, expertos en ocupar el espacio público con sus argumentos de baratillo sobre la cuestión de actualidad que se precie. Rusia, la tectónica de placas, la poesía china del siglo XII o el origen de la tortilla de patatas, siempre habrá una vehemente opinión de dos centímetros de profundidad dispuesta a ser vomitada. Eso sí, no intentes perforar más allá de esos dos centímetros o encontrarás una tremenda nada nadeando.
Así que, frente al régimen de las atenciones fugaces y los especialistas en vender humo a precios muy competitivos, es hora de reivindicar los chapuzones intensos, los aprendizajes que crecen a través de los años y se forran de detalles, de descubrimientos y ramificaciones. Esos huertos mentales que nadie puede arrebatarte porque te acompañan adonde quiera que vayas. Defiendo el cultivo de las pasiones, sí, pero también el hacerlo de forma ruidosa, sin avergonzarse de esos asuntos que tanto te interesan, sin ocultarlos por miedo a parecer pesado o excéntrico. ¡Dad la chapa con vuestras aficiones! ¡Esparcid sin temor vuestra turra por la faz de la Tierra, peinad los océanos con ella!
Ya basta de tibios que viven desde la barrera y asumen toda experiencia con una mueca de distancia irónica. Menudos memos. Ya basta de aproximarse a la realidad de manera aséptica, gris, neutra. Necesitamos que nos habléis apasionadamente de las cosas que os ilusionan. Necesitamos vuestro entusiasmo por la jardinería, la natación, los dinosaurios o la poesía chilena; necesitamos tomarlo prestado, redescubrirnos en sus espejos, otear sus horizontes. Al fin y al cabo, la revolución íntima que supone entusiasmarse es una de esas cosas que hacen que la vida valga la pena. Dadnos la turra, ayudadnos a encontrar nuevas piscinas de bolas en las que jugar.