MURCIA. Trabaja en el sector cinematográfico, pero Cristina Campos (Barcelona, 1975) es licenciada en Humanidades y compagina esa función con la escritura. Una tarea que no se le da nada mal, visto el buen resultado del lognseller anterior: Pan de limón con semillas de amapola. Pero su última novela lleva el mismo buen camino. Con Historias de mujeres casadas quedó finalista del Premio Planeta en 2022 contando con honestidad lo que define como "una historia muy común" de muchas mujeres y, aunque defiende el matrimonio hasta el final, entiende que a veces aparece el deseo. Ahí surge la vulnerabilidad que origina su relato.
— Estamos acostumbrados a ver ese papel de mujer infiel en 'la otra', la tercera persona. Sin embargo, en tu novela es la protagonista. ¿Es un nuevo enfoque? ¿Crees que es novedoso?
— Esta novela está funcionando tan bien porque hay mucha identificación de las mujeres contemporáneas, europeas, independientes, etcétera, que encuentran aquí gran diferencia con mucha literatura anterior. La protagonista es una mujer económicamente independiente de su marido y tiene la libertad de irse. Esa puede ser la gran diferencia de mi novela y, sobre todo, que lo que hago es profundizar en el alma de una mujer enamorada. Es una mujer a la que le duele profundamente romper el matrimonio que ha construido. Al margen de eso, llora desde el amor, porque se ha enamorado de su amante. Es una historia muy común.
— Digamos que, entonces, aunque no sea una historia novedosa sino común, sí hay poca literatura sobre ello.
— Bueno, en Francia, las escritoras se desnudan constantemente, pero aquí vivimos en una sociedad con una mente un poco más pudorosa, quizá, y cuesta más hablar de la intimidad femenina, del sexo, de la masturbación. Cosas que hacemos todos.
— Es una novela con evidente carga erótica, pero con mucha carga emocional e intelectual…
— Puede que hable de las cosas que no habla todo el mundo, pero tampoco es una novela erótica, sino intimista. Novela erótica brutal hay mucha y yo soy muy fan, pero esta no lo es. Hay mucho sexo explícito, pero explicado desde la verdad. La novela erótica es esto del mito del empotrador, que a mí me despierta mucha ternura, porque luego supone mucha presión para los hombres. Les han puesto mucha presión encima para que puedan satisfacer a la mujer y eso no es verdad.
Yo hablo desde la inseguridad que tenemos todos los seres humanos cuando haces el amor con una persona. La verdad es que, cuando te encuentras con un hombre con el que quieres hacer el amor, tú te sientes muy insegura y él se siente muy inseguro. Yo hablo de eso. De esa inseguridad física y psíquica cuando vamos a tener una relación con un ser humano que nos importa. No es fácil desnudarse delante del otro. Eso no es tan fácil. Eso es la vulnerabilidad de un hombre y de una mujer frente al amado.
— ¿Qué diferencia a una mujer infiel de un hombre infiel? ¿Tiene mayor vulnerabilidad la mujer que el hombre? ¿La mujer, cuando es infiel, se enamora del amante?
— Pues es que creo que hay que estudiar más el cerebro. Yo estoy en ello, preparándome para mi próximo libro, y leído dos ensayos que son maravillosos: El cerebro femenino y El cerebro masculino, de la doctora en Medicina y neuropsiquiatra Louann Brizendine. Nadie habla de ellos, pero es curioso cómo explica que el hipotálamo, que es la parte del cerebro que se relaciona con el lado más sexual de la personalidad, es dos veces mayor en el hombre que en la mujer. Es una cuestión fisiológica, biológica, y es muy interesante. Son cosas que deberían estudiarse en el colegio.
A mí me van muy bien este tipo de ensayos sobre el cerebro masculino y femenino para crear mis personajes y para que tengan verosimilitud. Eso es una realidad científica y yo me baso en eso. Cuando lees mi novela, parece una novela muy sencilla, y es una novela muy sencilla, pero me he pasado tres años indagando sobre el cerebro masculino y femenino. Busco arcos de personaje muy veraces. El arco es la curva de ese personaje durante las cuatrocientas páginas: cómo cambia ese personaje. Esa verdad es la que conecta con el lector, porque sino es de cartón-piedra y no te lo crees ya que no tiene alma. Para mí, el trabajo de crear el alma del personaje empieza por profundizar en el cerebro.
— ¿Esta conversación está siendo sexista?
— Sinceramente, esa no es mi lucha. A mí me gusta hablar desde la verdad de lo que siento. Por eso creo que mi novela no es feminista, aunque hable sobre la intimidad de una mujer. Yo he crecido con un padre feminista, que era muy inteligente, y con una madre empresaria e independiente económicamente de mi padre. Entonces, claro, yo puedo entender el discurso feminista y lo respaldo, pero no soy una abanderada de todo eso. He crecido de una forma en la que me han tratado exactamente igual que a mis hermanos. Todo ese discurso no lo tengo. No es mi lucha. El feminismo no es mi lucha. La verdad es que todos los hombres de mi vida son inteligentes y feministas. He escogido muy bien.
— ¿Crees que no hay que involucrarse en las luchas ajenas?
— Yo sí que lucho, por ejemplo, por la educación. Por eso sí que lucho. Por el sistema educativo español, que sigue anclado en el pasado.
— El concepto de fidelidad es un tótem cultural. ¿Crees que se puede entender en la novela una cierta banalización de la infidelidad?
— Es una novela que defiende el matrimonio contemporáneo en el que dos seres humanos independientes se juntan y hacen equipo, se aman y cuidan de sus hijos. Lo que pasa es que puede aparecer el deseo en tu vida y te puedes enamorar de otra persona. Mi novela defiende hasta el final el matrimonio y la familia. Yo creo en ello, pero pobrecita mía la protagonista, que se pasa quince años de su vida sin dar ese paso, hasta que un día el destino les pone delante el uno frente al otro y sucede algo inevitable.