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EL GATO EN LA TALEGA / OPINIÓN

Peripecias de una ciclista neófita

20/01/2023 - 

MURCIA. Entre las experiencias deportivas que aún no había probado estaba el spinning. La verdad es que las bicicletas y yo no nos disfrutamos mutuamente desde que perdí la audición y con ella se fue mi equilibrio. Para mí es un suplicio ir en bici con los ojos en el cogote y manteniendo una trayectoria en línea recta luchando contra la especial atracción que tienen los bordillos, arcenes y terraplenes sobre mi versión ciclista. La última caída, allá en territorio leonés, fue al salirme de una calzada de cuatro metros de anchura por la que circulaba yo solita. Tras avanzar un kilómetro sin novedad, mi trayectoria fue abducida y acabé sobre la valla metálica de una huerta, que se encontraba tras una cuneta en pendiente, quedándome con la bici entre las piernas y mi dedo pulgar derecho ensartado en un alambre. Fui rescatada por mi hijo, que aguantaba la risa a duras penas, y un chorro de sangre vivísimo brotó de mi dedo mientras recuperaba mi mano y dignidad.

A pesar del trauma, por dar un voto de confianza a la bici estática, me he atrevido a probar el spinning, en el que el equilibrio es lo de menos. Los intentos los llevo a cabo con un monitor virtual, en un centro deportivo y con compañeros y compañeras de sufrido entrenamiento. Entrando en materia, las clases las seguimos con unos vídeos que muestran un monitor en su bici perfectamente equipado y estupendamente torneado. Es un tipo entusiasta de energía infinita, capaz de hablar en los 48 minutos de clase e, imagino por los gestos, que en plan motivador. Él suda, pero su capacidad vocal es inmune. Cree en su propia motivación y va subiendo enteros. Todo esto para nada, porque si no lo oyes cada vez te parece más cansino.

"¿se han fijado en que ciclistas y pilotos de motos están mejor sobre sus vehículos que cuando se bajan?"

Al lado de su imagen en la pantalla hay varios accesorios supuestamente útiles para seguir la clase. Uno de ellos es el perfil o relieve del trayecto en plan ascenso, descenso y dificultad. Emplean inclinaciones del perfil y colores, de verde al rojo pasando por el naranja y el amarillo, que expresan la dureza. Una línea blanca en vertical marca por dónde vas y hay un crono debajo que te indica lo que queda de clase, con otro de tiempos parciales que aún no he descubierto para qué sirve. Sobre el relieve aparece una especie de medidor de pulsaciones-revoluciones esférico similar a un velocímetro de esfuerzo con una aguja que va de un rango a otro según la dificultad, también con colores, cosa que tampoco tiene utilidad si no oyes. Luego hay una cifra de velocidad bajo el perfil del relieve. Doy fe de que lo único coherente a golpe de vista es la barra blanca.

Lo más extraordinario es que llega un momento en el que no sabes si el estupendísimo está sentado en el sillín o levantado sobre los pedales. El motivo es, además de porque no deja de pedalear con ritmo aunque suba el Everest, porque detrás ponen un vídeo como si los sufridores fuésemos en bici por una carretera. Nosotros miramos hacia la pantalla, desde la que él nos mira y a su espalda tiene la subida a los Picos de Europa o la bajada del Teide que alguien ha grabado desde un vehículo, y el contraste no te deja ver dónde tiene sus tonificadas posaderas puestas en cada momento.

El vídeo del itinerario siempre es una carretera de circulación en doble sentido por la que de repente aparece un camión o una moto que vienen por el carril contrario hacia ti con intención de atropellar al ciclista animador o de embestirte. También hay disociación cognitiva al tomar una curva y enfocar la cámara hacia el suelo de la carretera de montaña, creyendo que te vas a despeñar por el acantilado o que el monitor va a ser succionado por un agujero negro. Reitero, esto solo puede pasarle a una persona sorda. La idea es que las personas oyentes se relajen creyendo que van por el monte y que el monitor es un ser que vela por ellas.

El esfuerzo mental que hay que hacer si no oyes la perorata del loro parlante es tremendo. Lo más extraordinario es que entre el doble crono, el relieve, los colores, las pulsaciones, la barra blanca, las revoluciones y el tío y su charlita, no hay ni una sola señal visual útil para seguir la clase. ¿Cómo puede ser que nadie haya caído en esto? Mis compañeras en la primera clase me explicaban dónde debía mirar para seguirla porque una persona oyente cree útiles esa multitud de indicadores en pantalla al estar oyendo las instrucciones. Pero no, son solo un decorado defectuoso. Eso sí, no desisto en mi eterno impulso por no ser una carga y lograr la independiente normalidad, así que por el rabillo del ojo puedo seguir meridianamente bien los "me pongo de pie, me vuelvo a sentar" dejando el asunto de mayor o menor dureza de pedal a mi buen criterio. Las clases concluyen cuando llegan los minutos de estiramiento y el caballero desciende de su montura sin dejar de hablar y es entonces cuando pierde más enteros; ¿se han fijado en que ciclistas y pilotos de motos están mejor sobre sus vehículos que cuando se bajan?

A estas alturas de mi relación con las bicis puedo decir que no he desistido al menos en las estáticas, o en un buen tándem. Si el vídeo fuese accesible para personas sordas podríamos pasar de la cháchara motivadora, acoplar indicadores visuales rigurosos de las instrucciones y poner música cañera a un nivel de audición por vibración. Las paredes de la sala cuentan con grafitis de animales salvajes en tonos neón y es entonces cuando el engendro de bicicleta se convertiría transmisor de las ondas sonoras para que oyese con la estructura ósea de mi cuerpo. A tope, entonces sí que sí. Mucho mejor para mi karma que estar oyendo con mis ojos.

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