CARTAGENA. Un día como hoy de 1992 la Asamblea Regional ardía en llamas. Cerca de las seis y cuarto de la tarde, un cóctel molotov volaba hacia la primera planta del Parlamento. El artefacto incendiario se colaba por una de las ventanas rotas, golpeadas por los fuertes disturbios que se vivían en la ciudad, y prendía fuego a las cortinas. La sala de conferencias se incendió y unas largas columnas de humo negro ascendieron por el edificio. Aquel momento, un icono inmortalizado por las fotografías de la época, quedó grabado para siempre como un símbolo de la revuelta obrera que asoló a Cartagena y también como una jornada triste en la historia del parlamentarismo.
Cartagena se desangraba por la reconversión industrial. Mientras España se preparaba para los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, dos joyas de la corona que catapultaron al país, la ciudad portuaria, en cambio, sufría como ninguna el desmantelamiento de su industria, exigida por los planes europeos. Aquella crisis condenó a más de 15.000 personas a buscar un nuevo empleo (hasta 5.000 puestos de trabajo se perdieron de forma directa y unos 10.000 indirectamente, según las cuentas de los sindicatos).
Aquel 3 de febrero hubo, como tantos otros días en los últimos tres meses, duros enfrentamientos con los antidisturbios de la Policía. Fue, como recuerdan los testigos, toda una batalla campal: barricadas de neumáticos en llamas, contenedores como parapetos, coches volcados, persecuciones por las calles, gritos, sirenas, humo negro espeso, explosiones, lanzamientos de tuercas y tornillos, pedradas... La Policía incluso desalojó a los alumnos del colegio de Maristas, situado a las espaldas de la Asamblea. También fueron quemados seis coches de la Policía, uno del Ejército y varios particulares, así como varios contenedores de basura. La jornada se saldó con 40 heridos: 20 trabajadores y 20 agentes.
Las protestas se iniciaron por la mañana, cuando un grupo de trabajadores de la empresa pública Bazán (hoy Navantia) y la metalúrgica Peñarroya intentaron acceder a la Asamblea, donde comparecía el entonces presidente murciano, Carlos Collado. Por la tarde, un grupo de jóvenes se sumó a las revueltas y uno de ellos lanzó el cóctel molotov. Nunca se ha identificado al autor. El presidente de la Cámara, un atónito Miguel Navarro, se encontraba dentro del Parlamento, junto con el diputado socialista Ramón Ortiz y varios funcionarios. La rápida intervención de los bomberos evitó daños mayores en el edificio, aunque la fachada quedó destrozada.
En total, más de 2.000 trabajadores de Bazán, Fesa, Enfersa, Azur y Fundición Santa Lucia, entre otras, tomaron las calles de Cartagena. Todos ellos clamaban por sus puestos de trabajo. La situación era crítica. Bazán, que era la gran industria naviera de Cartagena, acometía una fuerte regulación de empleo que se llevó a la mitad de su plantilla. Otras compañías simbólicas como Peñarroya y fertilizantes Enfersa se iban a pique, dejando en la estacada a muchos trabajadores. No fue tampoco un hecho aislado: apenas dos semanas antes, el 22 de enero, el Palacio de San Esteban, la sede del Gobierno murciano, era rodeada por unos 4.000 manifestantes.
"Se dice a menudo que fuimos los agresores, pero en realidad los agredidos éramos nosotros", rememora en Onda Regional el historiador y sindicalista de CCOO José Ibarra, autor del libro Cartagena en llamas y que en 1992 era empleado de Bazán. "Los cartageneros nos sentimos desamparados por el poder político", esgrime. "Bazán no hizo despidos en los astilleros de El Ferrol ni tampoco en Cádiz, pero sí en Cartagena". La presión política, a su juicio, fue determinante: "Los gallegos contaban con Manuel Fraga, un hombre muy temido en Madrid. Y en Cádiz era diputada la socialista Carmen Romero, esposa del presidente del Gobierno, Felipe González".
El ataque a la Asamblea se convirtió en un icono con el paso del tiempo. Se han escrito libros, se han publicado reportajes sobre la efeméride y se han rodado documentales. Recientemente el director murciano Luis López Carrasco relataba aquel episodio histórico en El año del descubrimiento, que fue premiada con el Goya a Mejor Documental. La obra, de hecho, cuenta desde un bar de Cartagena las preocupaciones laborales de varios vecinos al mismo tiempo que atruenan los disturbios de la crisis industrial de 1992. Treinta años después, Cartagena sigue sin olvidar aquel aciago 3 de febrero.