MURCIA. Cuatro años y medio después, un tiempo que ha sido tan intenso como una vida, Diego Conesa (Fuente Álamo, 1973) pone fin al sueño que inició en junio de 2017, cuando el entonces alcalde de Alhama de Murcia daba el paso para presentarse a las primarias del PSRM-PSOE. Ahí despegaba una carrera política fulgurante en la Región de Murcia, que le llevó a ocupar puestos de máxima responsabilidad, como la Delegación del Gobierno, y, sobre todo, a acariciar hasta dos veces el Palacio de San Esteban, el gran anhelo por el que suspira y se desvive el socialismo regional desde 1995. Ahora esa meta la perseguirá su amigo José Vélez, el flamante líder del PSRM, mientras que él se da un tiempo para reflexionar si sigue o no en política. Pero, eso sí, ya no será en primera línea. Ya no ejercerá como el líder de la oposición en la Asamblea Regional ni tampoco será la alternativa para presidir la Comunidad Autónoma.
Con cierta fama de dialogante y dueño de mejor verbo en las distancias cortas que en la tribuna, con un talante más próximo al socialismo de Zapatero que de González -municipalismo y feminismo son dos sus consignas-, Conesa fue aun así un político que se las tuvo tiesas con el PP y sus socios, cuya contienda le empujó a mostrar su perfil más crítico y duro: "Los compradores de voluntades tienen secuestrada la Asamblea", repite a menudo desde marzo. Mantuvo ásperos choques con Fernando López Miras en el Parlamento y deja un escaso balance de entendimientos con el Gobierno regional -la Ley de Recuperación y Protección del Mar Menor, si bien es uno de los asuntos más importantes para la Región-. Y, ante todo, se marcha sin poder cumplir su gran aspiración: lograr el cambio en la Comunidad.
El socialista entrega hoy, miércoles, su acta como diputado. Y el próximo fin de semana abandonará definitivamente su cargo orgánico del partido. El PSRM despedirá en su congreso regional la era Conesa. Una etapa que comenzó contra todo pronóstico, pues no era el favorito. Su rival, María González Veracruz, que había sido diputada en la Asamblea y en el Congreso, partía con ventaja para suceder a Rafael González Tovar. Pero las primeras primarias de la historia del PSOE regional se decidieron por apenas 220 votos. Resultó clave el apoyo del tercer candidato, Francisco Lucas, a la sazón pedáneo de El Raal, que cedió sus votos al regidor de Alhama tras no superar la primera vuelta.
La militancia optó por Conesa, un vecino de Fuente Álamo, hijo de un agricultor que emigró a Alemania y de una comerciante y hostelera, que aterrizó en Alhama a los 19 años mientras estudiaba Derecho en la Facultad de la Merced, que se afiló a Juventudes Socialistas en 1996 y que trabajó durante 16 años como autónomo en una asesoría hasta su incursión en la política. En 2011 debutaba como concejal de Alhama y en 2015 se convertía en el primer alcalde socialista tras 16 años de regidores del PP, apenas dos años antes de su ascenso a la Secretaría General del PSRM.
Era el otoño de 2017 y Conesa se ponía al frente del partido en un contexto nada halagüeño para el socialismo. El PP seguía gobernando la Comunidad, ya con López Miras, a pesar de los embates judiciales que forzaron la dimisión de un presidente, Pedro Antonio Sánchez; las fuerzas emergentes -Podemos y Ciudadanos- copaban gran parte del protagonismo de la primera legislatura sin mayoría absoluta y el PSOE, todo el PSOE nacional, languidecía tras una larga crisis interna. Las expectativas electorales no eran favorables: el Cemop de la primavera de 2018 hundía al PSRM, pronosticándole 9 escaños, y otorgaba la victoria a Ciudadanos, encabezado en aquella época por el hoy senador Miguel Sánchez. Pero sucedió el milagro.
La moción de censura contra Mariano Rajoy cambió el tablero político. Marcó un antes y un después. Y el PSOE regional, con Conesa a la cabeza, empezó a encontrar su hueco. Aprovechó la posición que le dio ser uno de los valedores de Pedro Sánchez durante su época en el destierro. Siempre fue sanchista. De hecho, a diferencia de otros barones autonómicos del PSOE, jamás ha cuestionado al Ejecutivo central, salvo una sola vez: el recorte al Trasvase de finales de 2019. Su relación con el presidente del Gobierno se remonta a tiempo atrás. En 2014, inmerso en campaña por llegar a Ferraz, Sánchez llegó a dormir en la casa del entonces concejal de Alhama. El propio presidente lo relataba en un mitin en Puente Tocinos: "Conesa me ofreció su casa. Dormí en la cama de sus hijos y allí conocí realmente a Diego". Desde entonces se fraguó un vínculo que fue clave en el futuro.
En junio de 2018 era nombrado delegado del Gobierno. No tenía el acta de diputado ni formaba parte del día a día de la política regional, pero poseía todo el altavoz mediático del Gobierno de España para relanzar su figura. Y lo aprovechó. Escuchó el clamor de los vecinos en el gran conflicto social del momento, como era el soterramiento del AVE de Murcia. El Gobierno nacional dio preferencia al soterramiento de las vías en detrimento de la entrada inmediata -por vía provisional- de la alta velocidad, como quería el PP. El AVE le dio alas a Conesa, aunque también cometió el mismo error que los políticos del PP: aventurar una fecha. Dijo que llegaría el segundo semestre de 2020. Hoy, el AVE ni está ni se le espera a corto plazo. La fecha más optimista apunta a 2023.
La coyuntura política también entró en acción: la irrupción de Vox, junto con la pujanza de Ciudadanos, descompuso al PP, que por primera vez acudía a las urnas con su electorado fragmentado. Otrosí: Podemos, su principal competidor en el bloque progresista, estaba de capa caída. Y el PSOE sacó tajada. La prueba del algodón se vio en abril de 2019, las primeras generales de aquel año tan prolíficamente electoral. Los socialistas, con Pedro Saura como número uno de la lista, rompieron una sequía de 28 años de derrotas en la circunscripción murciana. Se creó el caldo de cultivo necesario para soñar con una victoria en las autonómicas. Ni siquiera Conesa tuvo que arriesgar en campaña. El candidato llegaba listo, en plena tormenta perfecta para el PSOE: era el momento, la ansiada oportunidad que nunca antes había sentido el socialismo para alcanzar la Presidencia de la Comunidad.
Y Conesa lo consiguió. Derribó la barrera con la que tantos aspirantes del PSOE se habían tropezado en más de dos décadas. Ganó las elecciones autonómicas de 2019, su mayor logro político y que le quedará para siempre como su legado, si Vélez no lo iguala en 2023. Por menos de 1.000 votos de diferencia venció al PP, intocable en 26 años. Se alzó como la primera fuerza de la Asamblea Regional y, en lo que parecía el colofón a su buena estrella, Ciudadanos, un partido que abogaba por el cambio, reunía los seis escaños exactos para tejer una mayoría absoluta.
Lo que pasó después ya es historia: Ciudadanos se decantó por la margarita azul, siguiendo la estela marcada por la dirección nacional, en manos de Albert Rivera y partidaria de negar el pan y la sal al sanchismo. El PP obtuvo además el apoyo parlamentario de Vox. Y López Miras sonrió el último y condenó al PSOE a la bancada de la oposición. Muchos de sus adversarios le recuerdan a Conesa que nunca superó aquel mazazo y que vivió atrapado en la victoria de 2019.
No fueron tiempos fáciles para Conesa en la oposición. Afrontaba un nuevo escenario, con todos los focos hacia él, y su grupo parlamentario, en el que sólo dos diputados tenían experiencia en la Asamblea -Alfonso Martínez Baños y Emilio Ivars-, tuvo que habituarse a las labores de control al Gobierno. Conesa amagó en más de una ocasión con presentar una moción de censura y, justo cuando más crítico se mostraba, asentado ya en la Cámara, estalló la pandemia.
No ha sido tampoco un camino de rosas su andadura en Princesa. El ya ex secretario general soportó varios 'marrones' en su partido. El primero, la expulsión de Ana Belén Castejón. No aprobó la decisión del PSOE cartagenero de aliarse con el PP y Ciudadanos para gobernar Cartagena y evitar que el bastón de mando acabara en manos de José López. También fue muy sonado la decisión de no incluir en la lista electoral a Rosa Peñalver, una de las voces más valoradas del PSOE. Otro episodio incómodo fue la sanción a Emilio Ivars, que acabó finalmente expulsado del partido. La salida de Esther Clavero, la alcaldesa de Molina de Segura que dimitió por el escándalo de la vacunación, fue otro disgusto que tuvo que digerir Conesa, que le abrió un expediente de expulsión.
Los frentes se le acumularon. En enero de 2021 comparecía como investigado en un juzgado de Totana para dar su versión sobre la causa que investiga si hubo una presunta prevaricación administrativa en la tramitación de una multa de tráfico durante su etapa como alcalde de Alhama con el supuesto objetivo de evitar que un edil de Izquierda Unida fuera sancionado. Él siempre defendió su inocencia e incluso solicitó voluntariamente declarar ante la jueza, a pesar de que no está obligado por su condición de aforado como diputado regional. Fue un gesto del que siempre sacó pecho: "Renuncié a mi privilegio de aforado", reivindicaba.
Pero ningún momento resultó tan duro para Conesa como el ocurrido en la confirmación de uno de sus dos hijos, también en aquel aciago mes de enero. Pidió disculpas ante la polémica por el aforo de la iglesia. Aquel día descubrió la peor parte de la política, la que cruza fronteras y golpea de lleno el aspecto personal. Tiempo después lo reconocería: "He sufrido ataques furibundos, no sólo políticos, también personales y familiares que superan cualquier línea roja".
La política, aun así, todavía le deparó una última oportunidad: la moción de censura contra López Miras. En una operación dirigida con absoluta discreción, con hilo directo con Ferraz, el PSOE se dio la mano con Ciudadanos para desalojar al PP y hacerse con el Gobierno regional. Era la segunda vez que Conesa acariciaba San Esteban. Salían las cuentas y los 23 diputados habían firmado la moción. Todo estaba tan atado que hasta Conesa tuvo que renunciar a la Vicepresidencia, el puesto que habían acordado en un principio. Ciudadanos no estaba dispuesto a incluir un imputado en el Gobierno. Pero Conesa cedió. Escribió su renuncia en una madrugada, dispuesto al sacrificio en pos de su partido.
Pero no todo estaba tan atado. Al menos, no en Ciudadanos, que se partió en dos, con la consabida historia del transfuguismo: cuatro diputados se desmarcaron de su propia rúbrica y dieron la espalda a la nueva coalición y mantuvieron el pacto firmado con López Miras en 2019. Y con su maniobra dieron al traste con todas las ilusiones socialistas y naranjas, que incluso habían posado juntos en una simbólica puesta en escena en Lorca. Aquella fue una dolorosa derrota para el PSOE, y también para Cs -lógicamente-. Sus cabezas visibles, hoy día, ya no forman parte de la primera línea, pues Ana Martínez Vidal dimitió de sus cargos orgánicos -aunque continúa como diputada- y en septiembre Conesa hacía lo propio y anunciaba que no optaría a la reelección para la Secretaría General.
Aunque su figura había quedado debilitada tras el traspié de la moción de censura, para todos resultó una sorpresa el paso al lado que dio en septiembre. No es lo normal que un político se aparte en tan poco tiempo. Pero lo hizo, alegando que había sufrido un último año "muy duro". Mucho se ha especulado con su salida. Él sostiene que se debe a una razón estrictamente personal: "Ha sido bastante duro para todos, también para mí", dijo en su carta ante la militancia. Tres meses después de aquella decisión y ya a las puertas del congreso que proclamará la nueva ejecutiva regional, este martes daba el paso definitivo y renunciaba también al acta de diputado. Dimitía "por coherencia". En el día en que hacía público su adiós, señalaba: "Es el momento de demostrar que no todos los políticos somos iguales, algunos sí sentimos la democracia y las instituciones". Y apostillaba: "La política es algo bello". Su sueño en política, salvo giro del destino, acaba aquí.
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