MURCIA. El éxito de los pactos ha soterrado una verdad que escuece en González Adalid, la sede los populares murcianos: el PP sufrió este año dos batacazos en las urnas. Primero cedió en las elecciones generales de abril, imbatibles en Murcia desde el año 1993; después claudicó en las autonómicas, el feudo inexpugnable desde 1995. Por primera vez en casi tres décadas el PP asumía que ya no era la primera fuerza de la Región de Murcia: la hegemonía se había esfumado.
Fue el fin de una era. El PP había sido una apisonadora en la Región, hasta el punto de que en ocasiones se erigió en la punta de lanza nacional de su maquinaria electoral. En las generales de 2011, dominadas por Mariano Rajoy con una aplastante mayoría, el PP logró 380.000 votos en la circunscripción de Murcia y acaparó ocho de los diez diputados murcianos. En el Ayuntamiento de Murcia, Miguel Ángel Cámara, que consiguió cinco mayorías absolutas consecutivas, se convirtió en 2007 en el alcalde de las capitales de provincias con el porcentaje más elevado de voto; el récord de Cámara ha perdurado hasta el 28-A, desbancado por el vigués Abel Caballero. El PP era un rodillo: barría sin piedad en la Región.
Pero los tiempos de esplendor llegaron a su fin. En 2015, el PP perdió su primera mayoría absoluta y una legislatura después ya no era el ganador de las elecciones. Entre medias, brotaron el desgaste de un partido instalado en el poder durante veinte años, la pérdida de confianza de los murcianos, la irrupción de otras formaciones en el mismo espacio electoral -Ciudadanos, Vox e incluso Somos Región con un ex del PP al frente, Alberto Garre- y la movilización de las fuerzas de la izquierda para salir del letargo tras mucho tiempo a la sombra del PP. El partido también ha tenido que convivir con los escándalos judiciales, con un presidente, Pedro Antonio Sánchez (PAS), que llegó a estar imputado por delitos de corrupción y se vio obligado a dimitir ante la amenaza de una moción de censura.
El elegido para sustituir a PAS, Fernando López Miras, desconocido entonces para la mayoría, encaró el desafío electoral más difícil de los populares en mucho tiempo. "No se me pasa por la cabeza no ganar las elecciones", afirmaba el nuevo líder. Pero los peores augurios se cumplieron: el PSOE murciano derrotaba al PP y se impuso en las generales y en las autonómicas. El PP, aun así, plantó batalla y rozó la victoria. En abril, la diferencia se dirimió por 10.000 votos y en mayo, tras un recuento de vértigo, el triunfo se decidió por un puñado de votos: los socialistas vencieron por casi 500 papeletas.
Tras la debacle, el partido se lanzó a por el último salvavidas: los pactos electorales. Fernando López Miras, el primer líder murciano del PP que asumía una derrota en 28 años, apostó desde el primer minuto por una coalición de gobierno con Ciudadanos (un ejecutivo “liberal y reformista”, reclamaba) y, a diferencia de Ciudadanos, no tuvo ningún reparo en sentarse a negociar con Vox para obtener la suma necesaria para gobernar. Ciudadanos, que también negoció con el PSOE, eligió al PP como socio preferente, siguiendo el criterio de la dirección nacional, y dio la mano a López Miras. Vox se hizo de rogar pero al final hubo acuerdo. Miras y el PP murciano salvaban los muebles in extremis, para desazón de los socialistas, condenados otra vez más a la oposición.
El destino -o el fracaso de la clase política española- ha sonreído al PP. Porque la repetición electoral es, por un lado, un problema para España, que sigue anclada en el bloqueo, pero, por otro, también se presenta como una oportunidad para el PP. Nada mejor para resarcirse de un descalabro que un nuevo examen en cuestión de meses. Desde la convocatoria del 10-N, el partido vive mentalizado en 'modo remontada'. No hay otra palabra. Y están confiados de que mejorarán sus resultados.
El camino es el centro. La dirección nacional, a instancias de los barones autonómicos, cambió el rumbo estratégico, virándolo al centro, tras comprobarse como fallida la 'derechización' de Casado del 28-A. El voto de la derecha más radical "está perdido y no se puede convencer", señalan desde el partido en la Región. "Ese votante ya tiene a Vox, pero la clave está en el centro derecha, en el voto más moderado", añade un dirigente popular. Otra baza que el partido está explotando son los malos datos de la economía. El PP se agarra a su "herencia económica" como uno de los principales argumentarios para pedir el voto.
Pero si hay un mensaje que el PP machaca hasta la saciedad es el llamamiento al voto útil de la derecha. "No hay que dividir el voto del centro derecha", repiten desde el partido, conscientes de que la fragmentación del espacio conservador les ha hecho daño. Sin ir más lejos, Vox y Ciudadanos sumaron entre los dos casi 300.000 votos en la Región el pasado 28 de abril.
A los mandos de la campaña nacional del 10-N se sitúa el ciezano Teodoro García Egea. Los populares afrontan una paradoja: a pesar de que no se encuentran -electoralmente- en su mejor momento, el PP murciano tiene más peso que nunca en Génova gracias a la presencia de García Egea en la Secretaría General. Mano derecha de Pablo Casado, el nombre de Teodoro es una baza casi segura para ocupar una cartera si el el PP alcanzara el Gobierno nacional. Durante años, el PP murciano apenas tenía eco en la planta noble de Génova a pesar de su fuerza electoral. García Egea, exconcejal de Cieza y diputado en el Congreso desde 2012 -ingresó en la Cámara remplazando a Jaime García Legaz-, se convirtió en una pieza importante en la carrera de Casado hacia la Presidencia del partido.
García Egea ha sido clave en los pactos autonómicos del PP. El ciezano participó en las negociaciones, primero, por Andalucía y, después, por Madrid, Castilla y León y también en la Región de Murcia. El éxito de las negociaciones ha mitigado los malos datos de las urnas. "El PP ha pasado por los momentos más difíciles", considera el sociólogo y profesor de Política de la Universidad de Murcia, Juan José García Escribano. "Si hubiera llegado a perder el Gobierno en la Región, habría desparecido por los conflictos que hubieran aflorado", afirma tajantemente el politólogo, convencido de que el "PP no tiene estructura para desenvolverse fuera del poder".