El mundo al revés. Una parte de España desea independizarse de Cataluña y el País Vasco, y hacer realidad el sueño de los nacionalistas. Cada vez somos más los que firmaríamos para que se fuesen. Cuarenta años de chantajes al Estado son demasiados. La fiesta autonómica nos ha salido muy cara. Ahora que ellos se paguen sus caprichos
MURCIA. En circunstancias normales escribiría sobre el XXV aniversario de la muerte de Lola Flores, o la interesante película Los papeles de Aspern, basada en la novela homónima de Henry James, pero como no nos dejan vivir, agotando nuestra paciencia y últimas esperanzas, y cada semana que pasa nos empujan, un poquito más, hacia el precipicio, me obligo a escribir estos artículos en legítima defensa.
Ya tienen lo que buscaban: el Gobierno reaccionario de izquierdas ha atado la aprobación de los Presupuestos del Estado gracias al carísimo apoyo de los catetos nacionalistas y los epígonos del tiro en la nuca. Si Dios o una recesión duradera no lo remedian, se han asegurado tres años en el poder. Largo y frío invierno nos espera a los disidentes. El exilio interior en Calatañazor, pueblo de la provincia de Soria, y hacerse portugués —amo Portugal a pesar de lo que algunos digan— son las dos opciones en las que pienso para borrarme del país que me ha tocado en desgracia.
El presidente maniquí y sus ministros no han reparado en nada, incluida la subasta del Estado a precio de saldo, para sacar adelante las cuentas del Reino. Creíamos estar curados de espanto, pero este Ejecutivo reaccionario ha demostrado tener una falta de escrúpulos desconocida desde los tiempos de Fernando VII, y conste que, visto lo visto, comenzamos a sentir simpatía por el rey felón.
Lo de los Presupuestos es sólo el principio de una película de terror. Esto acaba de empezar. Asistimos al desguace de España a plazos, un proceso emprendido hace cuarenta años cuando san Adolfo Suárez, un falangista acomplejado y poco leído, compró la peregrina idea de montar un Estado autonómico para solucionar el problema territorial de España. Sus nietos están pagando aquel craso error. No ha funcionado. Donde había tres problemas, ahora hay 17. Sólo falta que Cartagena se declare de nuevo cantón independiente.
Llegados a ese punto, me pregunto: ¿por qué no acabar con esta farsa, de una vez por todas? Démosle a los independentistas lo que piden y que se asomen al abismo. Pero sin perder el tiempo en referendos amañados desde la escuela. ¿Dónde hay que firmar a favor de la independencia del País Vasco y Cataluña (y de Galicia si el moderado Feijóo si lo tiene a bien)? ¿Hace falta empadronarse en Vilanova i la Geltrú o en Rentería? Lo haría de mil amores, y como yo otra mucha gente. Sólo lo sentiría por los compatriotas que aún se sienten españoles y que quedarán a merced de unas élites regionales que han acreditado su corrupción e incompetencia en sobradas ocasiones.
Pero la fiesta debe terminar y con ella los beneficios que los nacionalistas han sacado del chantaje permanente al Estado. La independencia será siempre mejor que seguir como hasta ahora, con un país en manos de sus peores enemigos, vampiros alimentados por la sangre de una España agonizante (disculpad el tono truculento y gótico de este párrafo, que sólo lo he escrito pensando en mis haters).
Si la secesión tarda en consumarse, lo que viene será peor: una independencia de facto, sin costes para sus beneficiarios, a través de la creación de una republiqueta confederal. Así los españoles seguiremos pagando los caprichos del partido del racista Sabino Arana y de los golpistas de Esquerra y Puigdemont.
“El experimento de Isabel y Fernando ha salido mal. Se intentó por las buenas y a las bravas, con dictaduras y democracias, monarquías y repúblicas, pero no ha habido manera”
Me atrevería a sugerir que el novio de Meritxell, además de ministro de Justicia, llame a Íñigo Urkullu y a Pere Aragonès para firmar, como representante del Estado español, un convenio de divorcio exprés con reparto equitativo de bienes y cargas, y a partir de entonces que las pensiones se las pague Rita la Cantaora, si es que pueden.
El experimento de Isabel y Fernando ha salido mal. Se ha intentado por las buenas y a las bravas, con dictaduras y democracias, con monarquías y repúblicas, pero no ha habido manera de llegar a buen puerto. Somos incorregibles. Es absurdo seguir intentándolo. Si se pudiera, lo más razonable sería volver al 18 de octubre de 1469, víspera del matrimonio de los futuros Reyes Católicos, un enlace que lo echó todo a perder. Siendo como somos un país feudal —hoy más que nunca—, qué de malo tiene volver a los reinos medievales de Castilla, Aragón, Navarra, etc.
Y ya puestos, ¿qué habría pensado la Lola de España de todo esto? A española no le ganaba nadie, pero si hoy estuviera viva, me hubiera comprendido. Yo, que debí de tener sangre gitana en otra vida, siempre fui muy de ella, de Lola Flores, de su marido El Pescaílla y de sus tres hijos, siendo Antonio mi preferido. Por eso me tomo la libertad de rescatar la célebre frase que pronunció para disolver al gentío que había acudido a la boda de su hija Lolita. “¡Si me queréis, irse!”, gritó en la puerta de la iglesia de la Encarnación de Marbella, pensando en la necesaria tranquilidad de los novios.
Pues eso: como las parejas que han dejado de estar enamoradas pero aún se respetan, rompamos la relación de manera civilizada. Hagámoslo con el cariño de quienes compartimos casa y hacienda durante más de cinco siglos. Los españoles por una parte y vosotros por otra. Si nos queréis de verdad, haced el favor de iros. Cuanto antes. No olvidéis cerrar la puerta a la salida, que entra frío.