MURCIA. El Partido Liberal inglés fue uno de los grandes del siglo XIX y principios del XX. Frente a los conservadores, los whigs fueron los grandes reformistas, los progresistas que lucharon contra los privilegios de la Corona, la Iglesia y los terratenientes, en favor de los comerciantes y trabajadores. Hasta que del movimiento obrero de finales del XIX surgió el Partido Laborista –cuyos primeros diputados lograron el escaño en coalición con los liberales– y empezó a comerle terreno por la izquierda. Atacado por los dos frentes y mermado por los tránsfugas hacia uno y otro lado, el sorpasso del Partido Laborista se produjo en las elecciones de 1922. Los liberales nunca recuperaron la segunda posición pero sobrevivieron como partido bisagra.
El antiguo Partido Liberal ya no existe. Le sucedió en 1988 la formación Liberales Demócratas, tras fusionarse una parte de los liberales con una escisión de los laboristas. Tocaron el cielo en 2010 con el 23% de los votos pero solo el 8,8% de los escaños –el sistema británico es aún más cruel que el español– y eligieron entrar en el Gobierno del conservador Cameron. Como suele ocurrir con las coaliciones de gobierno –como le ocurrirá a Unidas Podemos–, en la siguiente convocatoria electoral Liberales Demócratas –el pez pequeño– se hundió hasta la casi desaparición del Parlamento.
Quizás se miró en ese espejo Albert Rivera cuando rechazó el abrazo del oso del sanchismo en 2019. A toro pasado, cabe apuntar que lo mejor para el partido naranja habría sido, más que entrar en un gobierno de coalición, hacer presidente a Sánchez sin formar parte del Ejecutivo, influyendo con los votos en cada decisión como hace en la medida de sus posibilidades el PNV.
El caso es que Ciudadanos vaga como alma en pena desde que no supo aprovechar su mejor resultado como tercer partido, condenado a la irrelevancia en un Congreso fragmentado en el que Sánchez gana votaciones gracias al apoyo de Bildu y la abstención de Vox.
Ser el tercero en liza no renta –como dicen los jóvenes youtubers– y estar en medio renta aún menos. El sistema electoral beneficia a los dos grandes y castiga a los aspirantes. Por si esto fuera poco, cuando el aspirante está en el centro, el campo de batalla ideológico se abre por los dos lados y los votos fronterizos se ganan con la misma facilidad que se pierden. Si, además, ese partido en el centro se proclama liberal, la propia idiosincrasia de sus miembros conlleva poco sentido de pertenencia al grupo, menor compromiso y, consecuentemente, una obediencia nunca debida para quien se considera un librepensador. Lo que en otros partidos son guerras de familia entre las distintas corrientes aquí son portazos. Ciudadanos es el partido de los portazos.
El actual clima político polarizado pone aún más difícil la supervivencia de un partido que quiere estar en el centro. Cada vez que hablan Iglesias o Abascal –en la tele dan mucha audiencia– pierde votos la mesura. La crispación no admite medias tintas ni genera audiencia. Para que una iniciativa sobre la salud mental tenga eco –es decir, salga por la tele– es necesario que un energúmeno le grite "¡vete al médico!" al diputado que la propone. Errejón, que sería un buen candidato del PSOE para Madrid, debería agenciarse un vocinglero que le insulte cada vez que presente este tipo de propuestas.
Ciudadanos también los tuvo, a su pesar, y eso fue parte de su éxito. El partido de Albert Rivera se autocalificó, poco después de nacer en Cataluña en 2006, como formación de centro-izquierda no nacionalista, y situó su ideario en el socialismo democrático y el liberalismo progresista. Aportó ideas, una forma de hacer política diferente y, lo más destacable, declaró la guerra a la corrupción. Sin embargo, en 2017 renunció a la socialdemocracia en su ideario y se proclamó constitucionalista, liberal, progresista y demócrata, lo que provocó un nuevo goteo de portazos, entre ellos el de Carolina Punset. Porque una cosa es cómo te ves y otra cómo te ven.
El nacionalismo catalán orquestó desde el primer día una estrategia dirigida a presentar a Ciudadanos como un partido fascista y consiguió que mucha gente así lo crea. Especialmente en Cataluña, donde en 2017, a la pregunta –del CIS– de dónde situaría al partido entonces liderado por Rivera en una escala 1-10 (siendo 1 la extrema izquierda y 10 la extrema derecha), el 26% lo situaba en el 10. Lo que no deja de ser curioso tratándose de un partido que apoya el aborto, la eutanasia y el matrimonio homosexual.
Esa miopía tenía, no obstante, una base más allá de la propaganda antifascista. Ciudadanos se fue escorando del centro-izquierda inicial al centro-derecha con unas soluciones para la crisis de corte liberal, mientras los éxitos electorales amortiguaban los portazos de quienes no estaban de acuerdo. Y ocurrió que los naranjas se habían erigido en arietes del antiindependentismo, lo que les aportó muchos votos y no pocos advenedizos de la derecha que fueron acogidos sin filtro y que ahora vuelven a casa. Ser antinacionalista no necesariamente significa ser de derechas como intentan hacer ver los independentistas. El partido de Rivera nació como "no nacionalista" de centro-izquierda pero acabó compitiendo en nacionalismo español con el PP y más tarde con Vox. La foto de Colón en febrero de 2019, poco antes de lograr sus mejores resultados electorales, acabó por situar al partido allí donde sus enemigos lo querían, lejos de la centralidad que habría facilitado una coalición socialista-liberal.
La tímida vuelta a sus orígenes, ya con Inés Arrimadas al frente, provocó nuevos portazos y una bien ganada falta de credibilidad. Cabe destacar que la mayoría de los desencantados de Cs dejan el escaño y se marchan a su casa porque son ciudadanos que se metieron en política pero no viven ni aspiran a vivir de ella.
La formación liderada por Arrimadas vaga ahora sin rumbo por la política española buscando golpes de efecto porque la moderación no genera audiencia. El partido de los comerciantes, los autónomos y los profesionales liberales necesitaría que alguien le insultase en el Congreso, como a Errejón, para que se escuchasen algunas propuestas interesantes como la que presentó el año pasado otra vez –ya lo hizo en 2017– contra la corrupción.
En lugar de eso, acumula humillaciones de un Pedro Sánchez que no se casa con nadie y que ahora vuelve al centro-izquierda –las mociones de censura con Cs y los enfrentamientos con Iglesias no son casuales– para ocupar ese espacio que habían dejado libre el PSOE hacia la izquierda para arrinconar a Podemos y Ciudadanos hacia la derecha en su sorpasso frustrado al PP.
Casi todos dan por muerto al enfermo y de ahí este réquiem. Sería una lástima aunque solo sea por un motivo: el esfuerzo de Ciudadanos contra la corrupción. De hecho, es el único partido que defiende un Poder Judicial no controlado por los los mismos que dominan el Ejecutivo y el Legislativo. Al resto le parece normal.