MURCIA. Si tuviésemos la oportunidad de revisar un solo tercio de los fanzines musicales publicados en España desde mediados de los años setenta, tendríamos en nuestras manos la cara B de la historia. Muchos de los protagonistas de este universo paralelo serían grupos cuya existencia fue un destello. Bandas que no dejaron más estela que alguna maqueta y un par de reseñas mecanografiadas por alguien con arrebato pasional y poco interés por la corrección política o los giros lingüísticos propios del periodismo convencional. Esta cara B también haría aflorar el pasado emborronado de formaciones que en un momento dado salieron de las catacumbas y se fundieron con el mínimo común denominador de la música comercial. Saldría a la luz la diversidad de microescenas de ultra nicho que han vivido al margen de los festivales, las revistas y los presupuestos de ayuntamientos. Descubriríamos artículos primerizos de firmas que hoy son muy conocidas. Periodistas, escritores, managers o dueños de sellos discográficos como Kiko Amat, Rafa Cervera o Joan Vich que hace unos cuantos años montaban sus propios fanzines con poco más que unas tijeras, pegamento y una fotocopiadora.
Además de la información que atesoran -imposible de rastrear en las revistas especializadas oficiales- y de su valor estético como objetos culturales artesanales, hay otras razones por las que el proceso de recopilación y catalogación de los fanzines en España es importante. Una de ellas tiene que ver con la propia naturaleza informal de este tipo de publicaciones: fugacidad (muchas de ellas publicaron sólo uno o dos números) y tiradas cortísimas (pongamos que cien copias de media). También debido a un sistema de distribución muy peculiar, que a menudo se limitaba a cuatro tiendas de discos y algunos bares, pero que en otros casos era más hermético todavía. Los fanzines de micronichos como el hardcore punk, por ejemplo, solo eran accesibles si conocías previamente a los autores, o a algún amigo que te ponía sobre la pista y compartía contigo una dirección postal de otra ciudad, a la que tenías que dirigirte para pedir tu ejemplar. Todos estos factores explican por qué los fanzines son un tipo de publicación que tiende a perderse en el olvido.
Hay países que sí se interesan en inventariar este tipo de publicaciones alternativas mediante iniciativas institucionales (por parte de universidades o archivos públicos). Esto no ocurre en España, así que esta labor la asumen habitualmente coleccionistas particulares, colectivos o pequeñas editoriales. Lo que nos lleva al artículo de esta semana.
La editorial independiente madrileña Libros Walden acaba de publicar Papeles subterráneos: Fanzines musicales en España desde la transición hasta el siglo XXI, un volumen que sirve de continuación y complemento a Todo era posible, libro publicado en 2020 en el que se repasaba la vida e influencia de las revistas contraculturales españolas desde 1968 a 1983. A lo largo de varios capítulos -”Pioneros”, “La generación perdida”, “Cómo crear una escena”, “Mundos bizarros”, “Viviendo en la era pop”, “Revistas o casi”, “El boom” y “Muerte al papel”-, Papeles Subterráneos ofrece una mirada a vista de pájaro a los 45 años de historia de los fanzines musicales en España. Abarcan multitud de géneros (nueva ola, de punk, de garage, modzines, fanzines indies, pop, bizarros) y un arco temporal que cubre desde las primerizas y efímeras realizadas con tijeras y pegamento en un piso de Chueca al poco de morir Franco, hasta las realizadas con programas informáticos en esta misma década.
“Hay fanzines de ciudades grandes y de provincias; fanzines de los que aún habla la gente décadas después y otros con un solo número y tirada de 50 copias; fanzines de los que han salido nombres famosos para el gran público y aquellos hechos en diez minutos por tres amigos”. Detrás de esta publicación de tapa dura y 300 páginas están Manuel Moreno -director de Libros Walden-, César Prieto -autor de los textos que encabezan cada capítulo- y Abel Cuevas -responsable del exquisito diseño de este volumen-. Para acompañar la lectura, han creado una playlist de Spotify con un centenar de grupos referenciados en el libro.
Kaka de Luxe, Ediciones Moulinsart, 96 lágrimas, Penetración, La Herencia de los Munster, Reacciones, La Línea del Arco, Malsonando, Las Lágrimas de Macondo, 100.000 Luciérnagas, Kool'Zine, Mondo Brutto, Flandis Mandis, El Planeta Amarillo, El fanzine de las Ex-Tupendas, Serenidade, Mimo 2000, Miau!, Yo-Yo, Cateados, Chilena Comando, La Felguera, La Escuela Moderna…. Fueron cientos -más de mil con toda seguridad- de publicaciones gestadas y distribuidas fuera del circuito comercial, así que nadie debe esperar de este libro una recopilación completa. “Hay fanzines legendarios (como la Atlántida o los OVNIs) de los que no hemos sido capaces de encontrar ni rastro, ni una sola copia en bibliotecas, tiendas o colecciones privadas, ni siquiera un triste jpg en internet”, nos advierten en el prólogo.
Una de las interesantes aportaciones de este libro se encuentra al final, donde más de una veintena de creadores de fanzines de las últimas décadas analizan la importancia, objetiva y subjetiva, que tuvieron estas publicaciones en la educación cultural de varias generaciones de jóvenes. “Fueron fundamentales en la era pre-internet para cualquier persona con un mínimo de curiosidad -señala Manuel Moreno, co-creador del fanzine Bang! en la primera década del siglo XXI-. Eran un medio de expresión en muchos casos ajeno al concepto de línea editorial. Abrieron caminos desconocidos y aportaron una visión mucho más plural e idiosincrática a la de la prensa oficial, y sobre todo más pasional. En una época en la que aún había un sentido de la crítica, de hablar bien de algo porque te gustaba mucho y mal de algo porque no te gustaba nada, si te fiabas del criterio de un fanzine era probable que te sirviera para acertar a la hora de escuchar ciertos grupos, y ver ciertas pelis, y ahorrarte otros. Además, la única pretensión de supervivencia económica implícita era recuperar el dinero de las fotocopias o del tóner, que también redundaba en mayor libertad”.
Papeles Subterráneos arranca con los pioneros -La Cochu de Chueca a la cabeza, con las primeras publicaciones fechadas en 1977-; da cuenta de los diversos relevos generaciones que se producen tanto en bandas como entre creadores de fanzines; nos habla de la importancia de estos para crear redes de contactos en la era previa a internet; de cómo la llegada de los primeros procesadores de texto imprimió cambios estéticos importantes, aproximando la factura de los fanzines a la de las revistas; de la decadencia de la segunda mitad de los ochenta y el resurgir fanzinero a finales de los noventa -cuando ya podíamos acceder a todo tipo de información sobre bandas con unos pocos clicks-. Hubo otro boom, según defienden, en los primeros años del nuevo siglo, empujados por las nuevas posibilidades de distribución en el territorio nacional que implicó la fiebre de las listas de correo (yahoogroups, geocities y demás) y los foros. “También era mucho más fácil entrevistar a gente importante. Le escribías un mail y ya está. Todo el mundo tenía el mail a la vista. Otro factor a favor de la aparición de nuevos fanzines fue la caída del precio de las fotocopias”, recuerda Manuel Moreno. Paradójicamente, internet fue al mismo tiempo el causante de la abrupta desaparición de la mayoría de fanzines de esa época, que no se vieron reemplazados por otros. Hoy en día son un fenómeno residual.
Todo comenzó con Comida de Perros
Entre los fanzines incluidos en las páginas de Papeles Subterráneos encontramos varias referencias al territorio valenciano: Estricnina -una de las pioneras y creada por un joven Rafa Cervera que se movía tanto en la escena valenciana como en la madrileña-, Combustión, Noise Club, Flanzine -impulsada por el equipo que después formó la revista Verlanga Rafa Rodríguez, Eva Muñoz, Miguel Ángel Puerta y Diego Obiol- o Chilena Comando -creada en los primeros dosmiles por Jonathan Bordes (Antiguo Régimen), Iván López Navarro y el ilustrador Luis Demano-. “A mí me gustaba mucho Chilena Comando porque era muy diferente al resto de fanzines de ese momento -comenta Manuel Moreno-. Tenía un estilo muy marcado; hablaban de grupos antiguos como Wipers o Big Boys de los que no hablaban los demás. Y además estéticamente tenía un rollo muy loco”.
Para ahondar un poco más en la aportación que se hizo desde el territorio valenciano al mundo de los fanzines musicales, hablamos con Jorge Vives, más conocido como Viruta, y miembro del colectivo El Punt, donde lleva varios años recopilando y catalogando este tipo de publicaciones. Este trabajo, junto con el de otros coleccionistas como Alejandro Álvarez y EIXA, está logrando recomponer esta historia subterránea de publicaciones underground que en muchos casos solo llegaron a sacar un número.
“Los fanzines musicales llegaron con bastante retraso a València con respecto a Madrid y Barcelona -nos explica Viruta-. Parece ser que el primero fue Comida de Perros (1982). Desde mediados de los setenta había fanzines, pero de cómic principalmente. Hubo un estallido justo después. Entre los primeros en aparecer fueron No Tocar -que sacó tres números y se convirtió en Barraca Magazine (los fichó la discoteca)-; Estricnina, de Rafa Cervera; Editorial del Futuro Método, de Juan Vitoria; Los mares del sur; Tu padre, de Hilario Cortell, el cantante del grupo Esgrima; Aleluya. El Fanzine Didáctico del Arzobispado de Valencia, que sacaba un sello que duró muy poquito y se llamaba Ediciones Milagrosas, muy ligado al grupo La Morgue; o La razón de la discordia (fanzine creado en Buñol que luego se transformó en Neonada). Casi todos hablaban de los grupos de la Movida Valenciana (Glamour, Esgrima, Fanzine, Europa, Última Emoción, Ceremonia, etc.), y de las bandas británicas y madrileñas que les habían servido de influencia. Había también algunos monográficos que publicaban los mismos grupos para promocionarse a sí mismos, como el de Extrema Cordialidad Homicida o el de Masas glúteas. Pueblos El interior (Ontineynt)”.
A mediados de los ochenta aparecen los primeros fanzines propiamente punks. Porkata Barata fue el primero. Después vinieron otros como Kolectivo Lascivo (1984), No Control; Masacre (desde 1986 hasta 1993). “Muchos de ellos no eran puramente musicales -señala Viruta-, sino que también contenían muchos comentarios políticos, artículos sobre temas afines como la liberación animal; cómics, poesías, etcétera.
Jorge Vives también tiene la percepción de que durante la segunda mitad de los ochenta hubo una gran sequía de fanzines. Con algunas excepciones. “En 1989 aparece 2000 Maniacos -que era de gore y de porno principalmente, pero con algunos contenidos de música-, que es el fanzine que más repercusión ha tenido en València”.
En los noventa, la fiebre de los fanzines resurge. “En los 80 casi todos se vendían en tiendas de discos como Harmony, Ámsterdam, Oldies, poco más… En los 90 aparecen muchos más, pero están mucho más dispersos. Para conseguirlos tenías que conocer a la persona que lo hacía. También se nota una dispersión de estilos musicales. Si en los ochenta casi todos se centraban en pop, rock, punk o hardcore, en los noventa muchos empiezan a mirar al indie, como D.I.U.K.; Versión Original; El Pijama de Úrsula; Matarile Pop; Amanecemos en Hawai (Buñol) o 96 Millones de Lágrimas. También tienen bastante empuje en este periodo los fanzines mods (Cool mod zine, Big 6), y de otros géneros como el garage y la psicodelia (The Last Dragons, La Chica de la Montaña). Por supuesto, seguían apareciendo muchos fanzines de punk y hardcore como Regurgitated, Taladro, Sembrando Cebollas; Viviendo entre Mentiras; Herida Abierta; Puerta Zine; No Name; Anti Power, y un largo etcétera. La provincia de Castellón fue especialmente fecunda, como Anar Fent y Contracorrent (ambos de Castellón de La Plana) o Prou (Vinarós). En la provincia de Alicante destacan La Karretilla (Elche) y La Maskletà.
En la segunda mitad de los noventa tuvieron su momento de auge los fanzines de red skins (Casual; Skin-es; Força Redskin) y a finales de los noventa los de black y death metal (The Pentagram magazine, La Estirpe de la Cripta) y de rap (Rapapolvos; Respeto Mutuo). Los aficionados al heavy en València han sido menos propensos a editar sus fanzines, pero algunos había también, como Dark Ages y La Oreja Metálica.
“Los fanzines fueron (y son) muy importantes -opina Rafa Rodríguez Gimeno, recordando los tiempos de Flanzine-. Llegaban donde los medios tradicionales (e incluso los especializados) no lo hacían o no les interesaba hacerlo. Cierto que su alcance era reducido, pero mejor eso que nada. Alguien tenía que contarlo. Una buena prueba de que trascendieron fueron la apariciones de Spiral y Factory, cada una a su manera buscaba a ese público en los quioscos. También el hecho de que El Europeo & La Tripulación le publicara a Kike Babas y Kike Turrón un libro sobre fanzines es muy significativo. También es verdad que si cada uno de los fanzines reseñados hubiera comprado una copia del libro se hubiera convertido en best-seller, y no fue así. Y, curiosamente, y de eso me he dado cuenta ahora, tienen hoy en día un valor de inventario, de documentación muy importante, porque algunos fanzines son los únicos lugares donde poder acceder a determinadas informaciones sobre determinados temas”.