Otra vez las élites han escurrido el bulto. Cuando el país más los necesitaba, los poderosos —las grandes empresas, la banca y algunos medios de comunicación— le han dado carta blanca al Gobierno para aplicar su política suicida. Esas élites, que echan cuentas con los fondos europeos, serán recordadas por su cobardía y traición
MURCIA. Como no tengo cosas mejor que hacer, dedico las mañanas a rebuscar en los contenedores de basura por si encuentro alguna razón, por modesta que sea, para anclarme al futuro. No la hallo, y eso que le pongo todo el empeño. Lo único que saco son mascarillas usadas, algún condón y muchas trolas gubernamentales. Creo que voy a desistir. A casa regreso siempre con las espaldas tristes, a punto de cocerse mi desesperanza.
"Las élites empresariales y financieras viven cómodas con este Gobierno porque con su retórica izquierdista les garantiza la paz social"
La cosa pinta muy mal. Nos hundimos de manera inexorable. En lugar de aliviar nuestro desamparo, los políticos echan gasolina en la hoguera nacional. Ahí se queman los restos de paciencia que nos quedan de los lejanos días optimistas. Nada cabe esperar de los partidos con representación en las Cortes.
Estamos gobernados por la extrema izquierda, empeñada en desvalijar el país, y a fe de que lo están consiguiendo, para regocijo de sus socios separatistas, que se relamen de gusto. Sufrimos además a una derecha impotente, dividida e inútil, y a un grupúsculo de liberales castrados, amadrinados por la niña Arrimadas, que ocupan las horas libres en cantar el manido cuplé de la moderación y el diálogo.
Mientras la política española se asemeja a una astracanada con malos actores que interpretan unos pésimos diálogos, las élites —los antes llamados poderes fácticos— permanecen en silencio. Era de esperar porque las élites casi nunca han estado a la altura de las circunstancias. Sólo en la Ilustración y al inicio de la II República pueden encontrarse generaciones de hombres que antepusieron el interés de la nación a sus privilegios. Consagraron sus vidas a la mejora de España, pero les salió mal.
Me gustaría ser el diablo cojuelo para colarme en los despachos de los banqueros importantes del país y escuchar lo que opinan del presidente maniquí y su desgobierno. Prestos y solícitos acuden a su llamada cada vez que presenta algún plan quinquenal con boato propagandístico. ¿De qué hablarán Ana Patricia, Carlos Torres y ‘Goiri’ con sus consejeros delegados cuando son invitados a un acto de Pedro II el Cruel? Sería muy excitante hacer de notarios de estas conversaciones. Pero no sólo se trata de banqueros sino también de grandes empresarios y propietarios de medios de comunicación.
Resulta ensordecedor el silencio de los florentinos, brufaus, entrecanales, palletes y el feo de Iberdrola, y paro de contar, ante el marasmo que vive España por la política suicida del segundo Frente Popular, que considera que esta democracia raquítica es patrimonio exclusivo de la izquierda, y que la derecha, limitada a un papel de comparsa, carece de legitimidad para ejercer el poder. Lo mismo que ocurrió con el régimen nacido el 14 de abril con el triste final conocido.
Los poderosos del país, que podían haber impedido un Ejecutivo de socialistas y comunistas, están callados, a la espera de mojar en el reparto de los fondos europeos. A la velocidad que crece el agujero de las cuentas públicas, los 140.000 millones serán calderilla, en el caso de que al final lleguen, lo que no sucederá hasta mediados del año próximo, como pronto. Demasiado tiempo para un enfermo agonizante.
Las élites empresariales y financieras viven cómodas con este Gobierno porque con su retórica izquierdista les garantiza la paz social. Ni en pintura desean ver el regreso de los conservadores al poder porque intuyen que la muchachada progresista incendiaría el país a la manera chilena. Por tanto, a los florentinos se les ve satisfechos con un Gobierno de lacayos que sirve a sus intereses.
Mención aparte merece la discreción calculada de los cuervos purpurados. Estamos acostumbrados a que la jerarquía eclesiástica, ahora con monseñor Omella a la cabeza (Omella suena a califato, ¿no?), se venda por un plato de lentejas, con Franco o sin Franco. Con la excepción de Cañizares y algún que otro prelado valiente, se callaron durante el golpe en Cataluña, se pusieron de perfil con la exhumación de Franco y ahora, cuando el país se va al carajo, renuncian a criticar al Gobierno de las leyes de la eutanasia y más aborto, no vaya a ser que Carmencita Calvo, la licenciada de Cabra, les retire el aguinaldo en esta triste Navidad, que será laica, por supuesto.
Estamos solos, dolorosa e irremediablemente solos. Pero aún podemos confiar en nuestras fuerzas imitando el ejemplo de aquel pueblo de Madrid que, en contraste con los nobles de su época, se echó a la calle para defender la independencia del país frente al invasor francés. Aquellos madrileños fueron traicionados por unas élites cobardes, igual que ahora. Pero su coraje dio al final su fruto, y España se libró de Napoleón, un tirano mucho más sugestivo y culto que lo que tenemos aquí.