MURCIA. Lunes santo, 11 de la mañana. Las puertas del tranvía se abren en una parada de Juan Carlos I de la capital murciana. En el andén espera una única viajera. Cuando entra, los vagones se suceden casi vacíos: apenas cuatro pasajeros se distribuyen a lo largo de un pasillo de 30 metros, mucho más alejados entre sí de lo que marca la distancia de seguridad recomendada. Todos llevan mascarilla y levantan la mirada, comprobando la reciente e inesperada incorporación. En muchas paradas, ni sube ni baja nadie.
"Estas semanas el tranvía ha cambiado: no hay casi nadie. Lo bueno es que puedes sentarte donde quieras y está más limpio que nunca", señala Luisa, usuaria habitual que se dirige a trabajar en una casa. Eso sí, no se quita los guantes e intenta no tocar nada "por si acaso".
Desde que se decretó el estado de alarma y el confinamiento de la población, el transporte público es un fiel reflejo de lo que pasa en la ciudad y ha visto menguar sus ocupantes hasta un 90%, a pesar de que las frecuencias se han reducido.
En la plaza Circular, normalmente abarrotada de gente que espera en el andén para subir o bajar, hoy la estampa es muy diferente. Apenas dos o tres personas lo hacen evitando acercarse al resto. Un gesto que se repite por la calle: los ojos de los que se cruzan, apenas media docena desde el comienzo de Alfonso X hasta Santo Domingo, expresan por encima de las mascarillas cierto temor y curiosidad por el resto de la población que 'se atreve' a salir a realizar las pocas actividades permitidas. Hay espacio de sobra para los pocos transeúntes, la mayoría con perros o carritos de la compra, y el tráfico es algo anecdótico. El sonido que más se oye es el del canto de los pájaros. Y aún así, el ambiente no deja de ser perturbador, una mezcla de día festivo, lluvioso y de agosto con aspecto sanitario. Y es que en esta ciudad post-coronavirus, las mascarillas y los guantes son parte del uniforme de casi todos los que andan por la calle o asoman a la puerta de sus negocios.
Entre los que tienen permitido la apertura están los kioskos, comercios de alimentación, farmacias y bancos. De los cuatro sectores hay establecimientos en la plaza de Santo Domingo y alrededores. El kiosko continúa abierto a pesar de que "los clientes han bajado mucho. Resistimos porque hay que pasar esta época, pero está siendo duro", asegura la dueña mientras le señala a un único cliente que no le queda El País. "Nos traen pocos". Entre las novedades que ha decidido incorporar a su repertorio están los guantes sanitarios y las calzas para los zapatos, "y casi todos los días vendo alguna caja. Pero solo lo haré durante este periodo, como excepción".
La farmacia también avisa en grandes carteles colgados del mostrador que tienen guantes y mascarillas, además de gel hidroalcohólico. "Entraban preguntando tanto que decidimos ponerlos para agilizar. Es verdad que algunas semanas no hubo pero ahora se van reponiendo con normalidad", explica la farmacéutica. No obstante, asegura que "la gente está muy concienciada. Todos vienen con mascarilla, respetan la distancia de seguridad y esperan su turno en la puerta". Aún así, han instalado dos mamparas para separar la zona del mostrador de los clientes, algo que en apenas dos semanas ha proliferado en los comercios. También han notado que acude menos gente desde que comenzó el estado de alarma, "sobre todo por la tarde: no viene prácticamente nadie".
Dos policías en moto irrumpen en la plaza y repasan en la distancia a las pocas personas que pasean, pero no detienen su recorrido ni piden documentación alguna. No han juzgado sospechoso a nadie y siguen su camino. La vida apenas se vislumbra por la calle con una sucesión de comercios cerrados y casi total ausencia de población.
De la sucursal del banco al principio de la calle Trapería sale Víctor, que trabaja como ordenanza para una gran empresa de alimentación y está haciendo gestiones. "Queda la gente de producción y en oficina quedamos cuatro gatos. Los demás están haciendo teletrabajo", cuenta. Tanto él como su mujer siguen llevando "casi la misma vida" porque ella es cajera de Carrefour. "Creo que está todo cambiando un poco. Se nota que la gente es más amable, en general, aunque otros te miran como diciendo, ¡no te acerques!". Sobre el ambiente general, o la falta de él, señala que lo ha visto menguar a lo largo de las últimas tres semanas. "No hay gente en ningún sitio y la poca que hay, con carros de la compra. Esperemos que pase esto pronto", dice mientras se despide.
En Cafés Salzillo han decidido incorporar la imprescindible mampara en el mostrador, "así estamos más tranquilas trabajando", apunta la dependienta. "Viene menos gente y un poco asustados. La primera semana todos estábamos con más miedo. Ahora mejor. Todo el mundo con su mascarilla y sus guantes". Aquí han decidido compensar la bajada de la clientela con envíos a domicilio. "La gente no sale pero sí hace más pedidos".
'Uso obligatorio de guantes', ordena un cartel en la frutería 'El Primo', "y si no se los ponen se lo recuerdo yo", asegura la encargada. Aquí, a falta de mampara, han hecho un apaño mientras llega con film transparente a lo largo del mostrador. "Yo lo estoy viviendo bien. Viene la mitad de la gente pero aguantamos. No tengo miedo pero estoy deseando que se acabe esto", señala.
Si hay un negocio en el que no ha decaído la venta es en los estancos. En algunos, hay momentos que hay tanta cola como en los supermercados. "Lo estamos llevando de la mejor manera posible: con filosofía y tranquilidad", dice Félix, el dueño de este establecimiento del centro. Siguen abriendo mañana y tarde, hasta las nueve, y admite que la afluencia no ha bajado demasiado. "Tenemos muchos clientes de paso, habrá bajado un 25%, pero se compensa porque los clientes gastan más. Eso está estudiado: en momentos de crisis y ansiedad, la gente fuma más". Como en el resto de negocios, no falta la mampara y las señales en el suelo que indican la separación mínima obligatoria entre clientes.
También respetan la distancia de seguridad los clientes en la puerta del supermercado Mercadona de una Gran Vía con menos coches que personas. Es la zona donde más gente se ve de la ciudad. Tanto en la puerta principal como en la lateral, hay que tener paciencia para entrar. "Siempre está así o peor. He llegado a estar más de media hora esperando. Intento comprar lo máximo para venir solo una vez por semana", subraya Marisa. El silencio se impone entre los que guardan cola de uno en uno, que se distraen mirando al cielo o jugando con el móvil. La fila se va moviendo lentamente pero no mengua: cada vez que sale una persona, otra puede entrar, y alguna más se suma.
La plaza de la Catedral presenta una aspecto fantasmagórico: sin gente, con todos los restaurantes y cafeterías cerradas y las terrazas recogidas, sin grupos de turistas ni feligreses que entren y salgan de su interior. Es una imagen difícil de ver y de olvidar. Lejos quedan las procesiones que debían rodearla esta Semana Santa llenándola de color y vida, como al resto de la ciudad.