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Marta Sanz: "Me veo como una 'influencer' marxista"

3/06/2021 - 

MURCIA. Marta Sanz acababa de publicar una novela, pequeñas mujeres rojas, cuando llegó el confinamiento. Instagram (IG) se convirtió automáticamente en una válvula de escape que inicialmente le ayudaría a promocionar el libro. Sin embargo, acabó dando pie a otro. Parte de mí (Anagrama) recopila los posts publicados por la escritora en dicha durante abril y diciembre de 2020. A partir de ellos teje una red de recuerdos, reflexiones, confesiones y diálogos que han terminado evadiéndose de lo virtual para tomar el mundo analógico y devolver a las librerías a una de las voces literarias más inquietas y combativas de nuestro país

-¿Es Parte de mí un diario adaptado a la dinámica de las redes sociales?
-Es la expresión de la incertidumbre de una escritora muy nerviosa y acaba convirtiéndose en un diario. Yo era muy reticente a la participación en las redes sociales, y sigo siéndolo por muchos motivos. Creo que cambian los ritmos de pensamiento y de procesamiento de la información, cambian las maneras de leer, las maneras de entender la política. Tenía todas esas reticencias, y las sigo teniendo, lo que pasa es que, tomando conciencia de mi idiosincrasia tremendamente alienada y tremendamente autoexplotada, en esa época de pandemia en la que la única forma de comunicarte con los demás era esta, caí en las redes de IG para descubrir que era una adicta.

-El libro discurre en el tiempo a través de varias temáticas.
-La primera parte es un homenaje a los sanitarios. Luego, con la desescalada, Chema [pareja de Sanz, personaje habitual en sus textos y presente también en la portada de Parte de mí] y yo ya salimos con nuestro coche rumbo a los infinitos y más allá, el libro se convierte en road novel y hay un homenaje bastante evidente a las librerías. Es un libro que se mueve en esos dos polos de homenaje y que a veces no escatima la reflexión triste. Se trata de contar un punto de vista a través de un lenguaje literario exigente que quiere ser empático con quienes están al otro lado. Me veo practicando un género híbrido que a mí me ayuda a encontrar otro tipo de lenguaje diferente para mirar una realidad que también es diferente.

-También nos hablas de tus antepasadas
-Creo que era importante rescatar esas voces que son parte de mí y que retumban dentro de mí. La voz de mi abuela Juanita, que en la guerra estuvo en el Socorro Rojo Internacional y que pasó el franquismo como hija de un represaliado de la guerra. Era de las pocas que se preocupaba por contar, porque en aquella época lo que predominaba era el silencio, la connivencia con el poder, el miedo. Tenía que rescatar la imagen de mi bisabuela Catalina, que tuvo que sacar adelante a sus hijos con su marido preso y sabiendo que era parte del bando d ellos vencidos y las vencidas. Y tenía que rescatar a mi bisabuela Carola, que fue ama de cría en Pravia, y también la persona de mi abuela Rufina, que era el paradigma de la perfecta ama de casa del nacionalcatolicismo, y que en la sombra hacía una gran labor para que las cosas funcionaran, ese templar gaitas, de una manera subterránea Quería hacer ese homenaje a mis abuelas porque las mujeres siempre están opacadas. Nuestra identidad es un mosaico de voces que a veces están en contradicción.

-¿Qué descubriste sobre esos posts cuando volviste a ellos para elaborar el libro?
-Lo que descubro es que todos hemos estado inmersos en una especie de presente artificialmente detenido, nos hemos quedado congelados, en un momento de pies quietos. He visto esa posibilidad de que verdaderamente los géneros autobiográficos y aparentemente onanistas puedan llegar a crear comunidad y a tomar el pulso a una sociedad. Y luego, ver lo bonito que es el libro, con mi Chema convertido en chico de portada, es maravillosa, él y la gata. El otro día me dijeron que parecía una portada de Edward Hopper. Yo pensaba que estaba haciendo un interior doméstico en plan el matrimonio Arnolfini, pero no, tenemos un interior doméstico mucho más pop.

-En un momento dado escribes: “Nos hemos hecho viejas de golpe”.
-Esto tiene que ver con el envejecimiento del cuerpo, pero también tiene que ver con que estamos viviendo un periodo de la Historia en el que, a consecuencia de la enfermedad y la crisis económica, nos estamos haciendo más reaccionarios y en ese sentido, más viejos. Ese estar detenidos, en lugar de darnos la tranquilidad necesaria para la reflexión, para darnos cuenta de que vivimos en un sistema abyecto, injusto, lleno de brechas de desigualdad, lo que nos ha creado ha sido una especie de rabia no productiva, de rabia un poco imbécil. Al principio de la pandemia, Naomi Klein decía, “yo no quiero volver a la normalidad, la normalidad no era normal”. Aprovechemos este momento para tomar distancia, para ver lo que está mal hecho, aprovechemos que se ha limpiado el mundo, que los patos han paseado libremente por las ciudades, aprovechemos todo eso para darnos cuenta de que nos tenemos que cuidar, tejer redes. 

-Pero no ha ocurrido eso, ¿verdad?
-Lo que ha pasado es que nos ha entrado una especie de rabia comprimida de botella de champán en la cual hemos malbaratado el concepto de libertad. Y fíjate lo que está pasando en Madrid, cómo ahora la libertad parece que va a ser un concepto chorra que tiene que ver con la libertad de comprar y de vender o con la libertad de yo hago lo que me da la gana y me pongo hasta las cejas. Cuando dicen, “vamos a recuperar unos nuevos años veinte por la alegría de vivir”, a mí eso me produce un escalofrío. Yo no sé si quiero ese tipo de libertad. 

-La resignificación de esta palabra es muy preocupante.
-Se han olvidado de que la libertad es un concepto que no podemos entender sin la igualdad y la fraternidad y la sororidad, es una triada. No se trata de una libertad animalesca de satisfacción de los instintos personales. Vivimos en sociedades donde tiene que haber unas reglas que tengan que ver con el respeto al otro y que, sobre todo, no ahonden en las brechas de desigualdad. Me estremece esa ultraderecha completamente desacomplejada en sus valoraciones del feminismo, en su xenofobia, en su intento de conservar como sea sus privilegios de tipo, sólo les preocupa la propiedad privada y los derechos heredados, su populismo barato. Decimos que esto es respetable porque es democracia y la gente lo vota, y a la vez que sucede esto, resulta que la izquierda, acusada de social comunismo, lesboterrorismo y cosas más terribles, cada vez es más conservadora, en el sentido de tender a un falso centro. A lo más que aspira la izquierda en este país es a la práctica de un capitalismo social. Unos atenúan las posibilidades utópicas de su discurso, y los otros radicalizan los aspectos más reaccionarios del suyo. A mí me gustaría saber qué hubiera pasado en este país si en lugar del gobierno que hemos tenido hubiéramos tenido al PP o a Vox.

-¿Cómo se combate esa perversión del lenguaje?
-Yo creo que lo que podemos hacer las personas que escribimos, que tenemos determinada voz en los medios es decirlo, intentar recuperar los significados de las palabras que nos están robando todos los días a través de nuestros relatos, de nuestras columnas o a través de nuestras entradas de IG. Yo he usado IG paródicamente porque no he buscado la fotogenia ni he buscado identificar la alegría con la estilización maquillada de una vida. En ese sentido me veo como una influencer marxista, cosa que es un oxímoron, pero vivimos en una época llena de contradicciones, somos contradicciones con patas y como lo que estoy buscando son fórmulas de literatura popular que consigan que las palabras literarias y la poesía cristalicen en transformaciones en lo social, pues venga, p’alante, ahí estamos.

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