Las ayudas europeas no acaban de llegar, de manera que algo habrá que hacer. La solución a la crisis de España pasa por los españoles. Es muy sencillo. Si queremos levantar este país hemos de comprar a los nuestros. Así sobrevivirán empresas y así salvaremos empleos. Menos Amazon y más comercio de barrio
MURCIA. Regreso a la ciudad de mis padres, que es la mía, y cuento los cadáveres amontonados en las calles, decenas de comercios, algunos de ellos con solera, que finalmente han caído por culpa de la peste, la guerra de este tiempo. La nómina de negocios cerrados crece semana tras semana, sin que se le vea final a esta sangría.
Mientras el pequeño comercio se hunde y la hostelería lucha por sobrevivir con todo en contra, los hombres de poder, haciendo honor a su proverbial codicia, siguen haciendo cuentas con los fondos europeos. Pero el dinero de Bruselas se retrasa, para desesperación del Gobierno pinocho y de las grandes empresas que lo apoyan, los chacales del Ibex 35.
Esos fondos serán el chocolate del loro, el bálsamo de Fierabrás, en todo caso un maná insuficiente para tapar los muchos y enormes agujeros de la economía española, por no hablar de la Seguridad Social, que progresa adecuadamente hacia la quiebra si no se hace algo por remediarlo. Las ayudas contentarán a muy pocos y decepcionarán a muchos. A lo mejor se destinan a construir rotondas.
Si esperamos que la Unión Europea nos saque del atolladero, nos equivocamos por completo. Europa es un continente sin pulso, un actor ridículo en la política internacional, como se ha demostrado con el fracaso de su campaña de vacunación. Europa es una vieja ridícula y engreída que ha dejado de respetarse a sí misma, avergonzándose de su pasado y olvidando los valores que la hicieron el centro del mundo.
Europa fue la solución pero ya no lo es, y pronto puede ser el problema. Los españoles debemos actuar como si estuviésemos solos. Si salimos de esta será por lo que seamos capaces de hacer en solitario, no por los euros de los vecinos rubios del Norte.
Si de mis palabras entendéis que abogo por un nacionalismo económico, estáis en lo cierto. Más que nacionalismo, que es el individualismo de los pueblos, lo llamaría patriotismo. Ser patriota hoy es defender a nuestras pequeñas y medianas empresas y a sus trabajadores, aun a costa del libre comercio, que de libre tiene muy poco porque sus defensores juegan con las cartas marcadas: siempre ganan y pierden los mismos.
Dejémonos de vanas palabras; olvidemos los hermosos discursos empleados por los poderosos como coartada para sus intereses, y aprendamos a ser prácticos. Defendamos lo nuestro. Que cada uno, de acuerdo con sus posibilidades, apoye la economía nacional. No conozco mejor manera de levantar el país que comprando productos españoles. ¿Qué lo que propongo es ilusorio? Puede serlo, pero habrá que intentarlo. Porque ¿cuál es la alternativa? ¿Seguir como hasta hora y permitir que el comercio y la industria que resisten caigan en manos extranjeras? Los fondos foráneos saben que no tendrán mejor ocasión para comprar empresas a precio de saldo.
No quiero que mi sobrino acabe trabajando de repartidor de Glovo o como empaquetador de Amazon. Son dos trabajos igual de dignos que otros pero muy mal pagados. Quiero vivir en un país que cree riqueza para repartirla, y no mantenga subsidiada a la tercera parte de la población porque no hay trabajo para ella. No quiero que seamos la Argentina europea.
Como consumidores podemos inyectar oxígeno a las empresas españolas que subsisten o abocarlas al cierre si dejamos de comprarles”
Para que España salga a flote, y lo hará aunque sea a trancas y barrancas, dejándose muchos pelos en la gatera, hay que orientar el gasto hacia los mercados municipales, los supermercados y los grandes almacenes con capital nacional; comprar en el comercio de barrio y no en bazares de lejana procedencia; y darle la espalda al calvo de Amazon, fundador de una empresa que ingresó 5.400 millones de euros en España durante 2020, y por ellos sólo tributó 261, lo que apenas supone el 5% de su negocio.
Es falso que no podamos hacer nada. Como consumidores, gracias a nuestra capacidad de elección, podemos inyectar oxígeno a las empresas españolas que subsisten, o abocarlas al cierre si no les compramos. Su futuro depende de nosotros, y el nuestro de ellas, que mantienen los servicios públicos con sus impuestos. En unos años, si esto sigue así, ¿quién pagará nuestras pensiones? ¿El dueño de Wallapop? ¿O será el de Zalando?
En un momento crítico para España, que ha alcanzado los seis millones de parados reales, con miles de empresas que se debaten entre la vida y la muerte, la forma más eficaz de demostrar nuestro compromiso con el país es apostar por el “Made in Spain” y darle de lado, siempre que se pueda, al “Made in PRC”.
Ya que no lo hace el Gobierno reaccionario de izquierdas, genuino defensor de los intereses de la banca y la gran empresa, hagámoslo nosotros por la cuenta que nos trae. Porque sería muy triste que en pocos años sólo pudiésemos elegir entre Amazon, los chinos y el hipermercado francés de los fines de semana. Y a eso nos encaminamos si continuamos de brazos cruzados, a la espera de que la UE nos saque las castañas del fuego, como hizo en el pasado. Pero ese tiempo ya no volverá. Ahora cada palo aguanta su vela.