MURCIA. Hay una figura que, de tanto repetirse en distintas ficciones, se ha convertido en un cliché: el artista atormentado (poeta, guionista, pintora) por un bloqueo creativo que le impide avanzar en su carrera. Si es escritor pasará largos ratos frente a un folio en blanco o hará bolas de papel con los borradores desechados. Caminará por la ciudad buscando la inspiración en parques o antros. Quizás se quede hasta la madrugada bebiendo café y mirando por la ventana. Es posible que se vaya a una cabaña à la Walden. Y si el personaje tiene suerte (o sea, dinero o amigos ricos), intentará azuzar su talento en una villa toscana. El arquetipo funciona como un reloj en libros, películas y series. Ahora bien, toca preguntarse qué hay de romantización y qué hay de cierto en ese relato. ¿Cómo se vive estar bloqueado en la era del turbocapitalismo, donde la productividad es la santa patrona de todas las jornadas? Con unas industrias culturales tan precarias como hambrientas de novedades, ¿qué opciones hay para atravesar una crisis artística y no acabar arrojando la toalla?
Se lanza a la carretera la novelista Bárbara Blasco: “tengo temporadas en las que, no sé por qué. No tengo ganas de crear. De todas formas, la idea del bloqueo tiene algo de mito. Desde fuera, la escritura se ve como algo más pasivo, que depende de si te viene la inspiración o no te viene. Parece que te vaya a poseer una fuerza sobrehumana que te dicte las frases. Pero cuando te dedicas de forma continuada a tareas artísticas, al final te das cuenta de que un libro sale con trabajo, trabajo y trabajo. Probando palabras, relacionando situaciones y personajes... Tener una buena idea es genial, pero escribimos a base de las cosas que vamos aprendiendo”. “La inspiración juega un papel, sobre todo a la hora de arrancar las historias, pero luego es cuestión de ponerse a escribir. Hay una escritora que va por delante de mí sin que yo sepa bien por dónde quiere llevarme, pero esa me visita muy poco, con la que convivo habitualmente es la persona crítica y racional que rehace las frases hasta que suenen bien”, indica.
A menudo, la fórmula para sobrellevar un episodio de vacío es saber que no es infinito. Al menos, así lo defiende Antonio J. Iglesias, integrante de formaciones musicales como Dwomo o Sopas del Mundo y que acaba de lanzar su propuesta en solitario bajo el nombre de Revisionista: “lo vivo como un paréntesis que sé que tiene fecha de caducidad. Hay altibajos, no se puede estar al 100% todo el rato. La calma chicha pone nervioso, pero con la madurez aprendes que es algo que pasa, un ciclo. Si un día te sientes delante del papel y no te sale nada, pues ya saldrá al día siguiente, y tienes también que recordar que ayer te salieron tres buenas propuestas. Por otra parte, es importante estar rodeado de gente que te ayude a ver las cosas con más claridad”.
“Me considero más carpintero que artista, creo más desde la artesanía. Cuanta más experiencia y práctica adquieres, más herramientas tienes para poder trabajar sin necesidad de que vengan las musas. Es como un entrenamiento para no estar tanto a expensas de qué se te ocurre”, indica el dramaturgo, actor y director de escena Jerónimo Cornelles. Turno ahora Laura Esparza, quien presentó junto a Carlos Esteban su debut Mare Natura el año pasado: “en el caso de un proyecto musical, depende mucho de en qué momento estés: en mitad de una gira, aunque no te notes muy creativo, puedes ir tirando, pero por ejemplo, ahora que estamos preparando un nuevo disco y, aunque muchas letras están escritas, todavía nos quedan muchas cosas por ajustar y modificar... Tener un bloqueo creativo en esta etapa es mucho más duro”
“Hay momentos en los que, como autor, te pega un golpe la realidad y te das cuenta de que un proyecto con el que estás muy ilusionado no avanza como quisieras. En mi caso, suele suceder cuando llevo entre 5 y 10 páginas de cómic y de repente me planteo a quién le va a interesar eso. Y eso es un mazazo y, si no sales de ahí, la obra acaba en un cajón”, explica el dibujante José Fonollosa, autor de Refugio, Mordiscos, Los viajes de Darwin o Las hadas ya no existen, entre otros títulos. “Cuando me pongo con un cómic nuevo, las primeras páginas las veo en mi cabeza. Sin embargo, en el segundo escalón, cuando empiezo a dibujar y tengo que repensar lo que voy a contar a continuación, surgen las dudas y la incertidumbre”, indica.
También están los afortunados que no han tenido que enfrentarse nunca a la bestia parda del vacío inspiracional. A ese colectivo pertenece la artista plástica Fuencisla Francés: “He tenido mucha suerte: no he sentido un bloqueo creativo nunca, los he tenido de otro tipo, pero creativo no. Quizás ha sido casualidad o porque no soy muy regular: hago cosas muy diferentes y suelo además emprender varios proyectos a la vez, así que si no me siento cómoda por un lado, siempre puedo caminar por otro”.
El de Francés es, sin embargo, un caso excepcional. Para la gran mayoría de creadores, no importa la disciplina a la que te dediques ni los años que lleves ejerciéndola: ahí está don bloqueo esperando a que bajes la guardia para darte el abrazo del oso. Ya conocemos el traje que lleva, toca averiguar qué resortes le hacen salir de su madriguera y acudir implacable al encuentro de los profesionales de la cultura. Algunas pistas que se repiten entre nuestros entrevistados: agotamiento físico y mental, rutina, desorientación ante una nueva propuesta o una parálisis por análisis como una catedral...
“Tú no decides cuándo fluyen las ideas y cuándo no. Juegan muchos factores como el cansancio o estar quemado. A veces, has estado muy volcado en un proyecto y eso te absorbe, te exprime y sales tan exhausto que necesitas hacer un parón --resalta Iglesias-. Uno debe desconectar para volver con ideas más frescas. Porque aunque estés de vacaciones, la máquina creativa está ahí y puede ir generando propuestas que, una vez hayas vuelto al trabajo, puedes desarrollar”. “¿Por qué a veces no hay ganas? Pues porque a veces no nos apetece trabajar, estamos cansados o sin confianza. Igualmente, cuando vamos a dar algún salto cualitativo en nuestra obra, porque vamos a probar o incorporar algo nuevo, suele haber un pequeño parón, ya que uno se plantea cosas y se redirecciona”, seañala Blasco. En su hoja de servicios figuran los libros Dicen los síntomas, La memoria del alambre y Suerte.
Para Esparza, cuanto te pasa algo emocionalmente estimulante, cuando atraviesas un bache, “la creatividad es más fluida. Feliz y tranquila me cuesta mucho más crear porque no tengo esa motivación de descargar o plasmar en música lo que me remueve; me apetece vivir el momento, disfrutar. No es nada práctico en la vida diaria porque queremos estar contentos y estables, pero he notado que, cuando algo me trastoca, también me resulta inspirador”.
Las crisis creativas acechan a la vuelta de la esquina, pero ¿existe algún antídoto que las conjure? Preguntado al respecto, Fonollosa opta por un clásico: hacer que el proyecto se eche una siesta. “Si estás ofuscado en una viñeta y no te sale, lo mejor es dejar reposar las páginas, dedicarte a otras cosas más rutinarias y volver a ellas días después. Cuando regresas, lo primero que intentas te funciona”. “A menudo, la rutina del día a día no es una gran fuente de inspiración o de grandes ideas... Ahí yo necesito cambiar de ambiente, aunque sea darme una vuelta por algún sitio cercano con una libreta. Salir de mi entorno habitual y conocer a gente nueva me ayuda mucho”, explica Esparza.
Entre aquí en juego el concepto estrella en las pesadillas de periodistas y otras gentes de mal vivir: la fecha de entrega, el deadline. Ese día límite para lanzar tu trabajo esté como esté. Un horizonte de angustia y, al mismo tiempo, un acicate que obliga a poner el punto final a cada proyecto y no acabar atrapado en un tiovivo de correcciones y revisiones sin fin. Un revulsivo todopoderoso contra el vicio de la procrastinación. “Trabajar bajo presión me ayuda a ponerme las pilas y estar centrado. Del mismo modo, me resulta más fácil escribir por encargo, con unas directrices marcadas, que tener total libertad para hacer lo que yo quiera. Ahí sí me entra el horror vacui y me cuesta mucho empezar, me da miedo. Si no tengo un objetivo concreto, un fin, corro el peligro de verme arrastrado por la pereza o a darle vueltas sin llegar a nada”, expone Cornelles. Frente a la hipótesis de la desconexión como fuente de inspiración, el dramaturgo asegura que las mejores ideas le han surgido cuando estaba trabajando en un proyecto diferente “en un proceso han germinado los primeros pasos del siguiente. Desde la tranquilidad de unas vacaciones me es muy difícil pensar en algo; hay gente que necesita ese espacio de calma para que le surjan ideas, pero yo ahí me doy al hedonismo”.
Cuando el plazo de entrega se abalanza sobre ti no hay mentes en blanco que valgan... Como indica Fonollosa, “si recibes un encargo y debes enviar la obra en una fecha, pero no fluyen las ideas, tiras de oficio y profesionalidad. Aunque no te sientas realizado con el resultado final, intentas hacerlo de la mejor manera posible. En cambio, cuando se trata de un proyecto propio, puedes quedarte atrapado en esa inseguridad que a veces tenemos los artistas y no acabarlo nunca”.
Tranquila, comunidad lectora, esto no es una taza de Mr Wonderful, así que aquí nadie va a deciros que en chino se usa la misma palabra para decir ‘crisis’ que ‘oportunidad’ ni a intentar convenceros de que os apuntéis a un seminario de pensamiento positivo. Sin embargo, queremos saber si esas épocas en las que la imaginación se estanca y los trucos que conocemos nos fallan pueden ser también un lugar desde el que probar nuevos caminos y practicar piruetas distintas. ¿Pueden los bloqueos convertirse en una expedición que rebase de los bordes del mapa y deje atrás el hic sunt dracones?
Según Blasco “esa sensación de aburrimiento o de sentir que no tienes nada que decir es una fase más del arte. A veces llevas escritas varias obras en una línea similar y ya te cansa. De esa incomodidad surgen muchas ideas. Por eso es importante ese tiempo de no hacer, de no estar creando, para poder recargar las pilas”. Una opción que también transita Esparza, quien define esas crisis creativas como “una manera de renovarse, de atreverte a probar lo que sea. Y a lo mejor de forma inesperada te encuentras con cosas que te funcionan. En mi caso, en el primer disco muchas canciones venían de dentro, de una necesidad de comunicar y descargar. En este segundo no vienen tanto de ahí, sino de una creación más consciente y voluntaria; en el primer volumen me dejé llevar por una escritura automática y en este caso no ha surgido así”.
Se sube también a este carro Iglesias, para quien los parones “son necesarios y hay que hacer de ellos una ventaja. A posteriori, se puede sacar petróleo. Esas crisis forman parte de la obra y sales fortalecido y con conclusiones. Tocar fondo o hacer excursiones por un lado más gris del proceso creativo nos hace más conocedores de nuestro trabajo y de nosotros mismos”. Si Jorge Drexler hablaba de amar la trama más que el desenlace, quizás aquí se trate de aprender a disfrutar del bloqueo tanto como de la ebullición artística.