CUANDO HABÍA UHF...

Pippi Langstrumpf, la niña que se reía de los adultos

Aunque en otros países tuvo problemas para ser emitida, España acabó programando las aventuras de Pippi Calzaslargas, una serie sin precedentes en ninguna parte del mundo, que conquistó al público infantil del momento

25/08/2022 - 

MURCIA. El 9 de noviembre de 1974, el personaje de Pippi Langstrumpf llegó a los salones de todos los españoles que entonces tenían televisión. Aterrizó en plena programación de sobremesa del sábado, un año antes de que la dictadura muriera por causas naturales. Nadie se esperaba a un personaje como el de aquella niña pelirroja y colorista —que pasó a ser uno de los grandes atractivos de la recién llegada televisión en color— de trenzas tiesas y actitud desafiante hacia todo aquello que pudiera ser visto como una forma de autoridad adulta. No está muy claro en qué pensaban los directores de programación y censores, que solamente alteraron algunos elementos nimios cuando podían haber prohibido de principio a fin la serie. Se limitaron a cambiar el título original del libro de Astrid Lindgren que la editorial Juventud había publicado con el título de Pippa Mediaslargas.

Por lo visto, algún antepasado ideológico de Olona entendió que aquellas medias infantiles podían causar el mismo efecto mesmerizante que las de Silvia Pinal en Viridiana. Por si acaso, la serie fue presentada a la prensa como Pippa Calzaslargas, aunque finalmente se estrenó con el nombre de Pippi, evitando así cualquier interpretación perversa. Todo esto no son más que minucias comparado con lo que traía bajo el brazo aquel personaje irreverente que se hizo terriblemente popular entre la juventud de entonces. El estreno de Pippi Calzaslargas fue casi un acto revolucionario, un pequeño buen prólogo para el fin de una etapa siniestra en España.

Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Langstrumpf es una niña de nueve años que se instala en Villa Kunterbunt. Vive sin la compañía de adultos. Es huérfana de madre y según nos cuenta ella misma, su padre es el rey de la isla de Tuca Tuca, que está como prisionero por unos piratas que quieren saber dónde esconde su tesoro. Dicho tesoro es un arcón lleno de monedas que Pippi lleva consigo y usa para comprar golosinas sin tener que preocuparse por nada. Su única compañía son dos mascotas, un caballo moteado llamado Pequeño Tío y un mono apodado Señor Nilsson.

Los hijos de sus nuevos vecinos, Tommy y Annika, caen rendidos ante aquel huracán infantil nada más conocerla. Pippi no es una amiga cualquiera. Ni siquiera es una niña cualquiera. Pippi desafía a cualquier forma de autoridad. Se ríe de los dos cacos que quieren robarle el cofre, pero también de Klin y Klan, la pareja de policías. La señora Praselius, una metomentodo que quiere meterla en un orfanato, tampoco se libra de sus tretas y bromas. Pippi se ríe de todos con un descaro envidiable. Tiene una fuerza descomunal y fuma en pipa. Es generosa y rebelde, contestataria, valiente. Ama la naturaleza y a los animales y detesta el abuso de poder. 

Grandes y pequeños asistieron boquiabiertos a las aventuras de un personaje que iba en contra de cualquier norma pedagógica. Los adultos se indignaban ante su descaro —y eso que la serie solamente duró una temporada— y los docentes clamaban al cielo —servidor, que tenía once años cuando se estrenó, fue testigo de ello—, rechazando semejante encumbramiento de la anarquía. Porque Pippi, básicamente, hacía lo que le salía de las coletas. En 1949 hubo una versión cinematográfica que no convenció a Lindgren, y en Estados Unidos se rodó en 1961 una adaptación para el programa de televisión de Shirley Temple.

Lindgren había publicado su primer libro de Pippi en 1945. Fue madre soltera y tuvo que dar a su primogénito en adopción, por eso, cuando al fin pudo recuperarlo, escribió el cuento para ganarse su atención, aunque mantendría vivo el personaje también para su hija, que contrajo una enfermedad pulmonar. En 2018, Elvira Lindo escribió en El País un artículo acerca del libro que sirve también para hablar de la serie: «Estando aterradoramente sola en el mundo, no se presenta jamás como víctima, sino que decide transformar su desdicha en loca alegría y se comporta ante los vecinos como un ser independiente, salvaje, risueño, que reniega de la autoridad adulta y crea su propio sistema de valores». Esa era Pippi Langstrumpf.

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El Hormiguero, mediante una rudimentaria aplicación, ha recreado la voz de difuntos para ponérselos a sus familiares. Un truco como de feria del XIX que no tiene nada de nuevo. Ya lo puso en marcha Anne Germain en Telecinco –y Portugal- con gran éxito sin necesidad alguna de IA, lo hacía con sus poderes mágicos. Eso sí, empezó con famosos. Y luego, con las grandes artes de Mediaset, pasó a víctimas de crímenes polémicos. Ahora reside en Alicante y enseña reiki

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