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Los ingredientes con los que Bowie creó a Ziggy Stardust

12/06/2022 - 

MURCIA. En algún momento de 1970, o puede que fuera en 1971, Bowie llegó a la conclusión de que la música pop se estaba alejando de su razón de ser: el público adolescente. Con los sesenta murieron también los Beatles, pero ni ellos ni el movimiento hippie habían logrado que el mundo cambiara para bien. El rock se estaba volviendo demasiado pomposo, y quizá por ello, su gran colega y a la vez rival, Marc Bolan, comenzaba a abrir una prometedora vía. Por medio de riffs contagiosos y afeminando su imagen, hizo que la energía volviese a fluir a través de canciones que funcionaban como pequeñas explosiones emocionales. Bowie también fue consciente de que el rock es la amplificación de muchas fantasías y, por lo tanto, es teatro. El artista sube al escenario para que cientos de chicas y chicos vivan su vida a través de las canciones del ídolo. Elvis movió las caderas, Jagger se contoneaba, pero nada eso tenía demasiado valor para el público teen en 1971..

El olfato que tuvo Bowie para lo nuevo y lo diferente siempre será uno de sus grandes talentos. Tuvo el primer álbum de Velvet Underground en 1966, antes de que este saliera a la venta; eso fue todo lo que su mánager de entonces, Ken Pitt, sacó de una reunión con Andy Warhol. Dicho encuentro buscaba algo que no pudo ser, que el artista patrocinara a un desconocido Bowie en Estados Unidos. La reunión fue un fracaso más de una larga lista que más o menos definió la carrera de Bowie en los años sesenta. Todos sus compañeros triunfaban y dejaban su huella, todo menos él, que nunca despegaba. Aquella cadena de humillaciones –porque su ambición seguro que le llevó a entender así cada revés artístico- debió actuar como acicate a la hora de diseñar su creación definitiva, la que marcaría una nueva etapa para él como músico y para la música pop como fenómeno. A través de Warhol y los Velvet, Bowie descubrió la osadía de unas letras que ignoraban los tabúes. El sexo, la calle, las drogas, y Warhol al fondo, impregnándolo todo sin necesidad de hacer nada. Le escribió al pintor una canción que tituló con su nombre, pero el día que al fin pudo conocerle, este no entendió la letra y se mantuvo distante con un Bowie de melena rubia, y zapatos de color amarillo canario, que fue recibido con más condescendencia que otra cosa en la Factory, un día de 1971.

Ese mismo año se estrenó en Londres Pork,  escandalosa y transgresora obra de teatro que representaba un día en la Factory, con actores y actrices como Cherry Vanilla y la rockera trans Jayne County, que cuenta ese episodio en sus memorias, Man enough to be a woman, recientemente publicadas en castellano. Bowie y su esposa Angie absorbieron aquel hallazgo, se hicieron amigos del reparto y algunos de ellos, un par de años después, terminarían trabajando para el lanzamiento de Ziggy Stardust en Estados Unidos. Pero incluso antes de aquel encuentro, Bowie ya había descubierto que convertirse en una criatura ambigua era el camino que tenía que seguir. Su esposa Angie le había animado a ello. No solamente alentando una relación sexual abierta, sino animándole a que fuera feminizando su imagen. En la portada de The man who sold the world (1970) aparecía con un vestido falda para hombre de Mr. Fish, célebre modisto del Swinging London que también le puso a Jagger un pantalón con faldita en el histórico concierto de Hyde Park de 1969. Aquella estudiada postura, el cuerpo reclinado sobre un sofá, la melena rubia que hacía de él una criatura prerrafaelita, fueron el prólogo de algo que aún había de ser mucho más grande. En la portada de Hunky Dory (1971) esa misma imagen se refinaba con un primer plano que mostraba al cantante como una diva de Hollywood de los años cincuenta, el hombre que quería ser Veronica Lake y Lauren Bacall a la vez. Mientras, Angie se compraba ropa pensando siempre que sería su marido el que acabaría llevándola. Entonces el circo de Pork llegó a la ciudad y el proceso se aceleró.

Cuando el diseñador Kansai Yamamoto acudió a la London Fashion Week en otoño de 1971, causó tal revuelo que se ganó un reportaje en la edición inglesa de Vogue. David y Angie cayeron rendidos a su derroche de exotismo, a la sensualidad de unos diseños que celebraban lo oriental, es decir, lo extraño, lo diferente. Hasta que tuvo dinero para pagarle diseños exclusivos, Bowie hubo de conformarse con copiarle. Y mientras, iba creando su nueva imagen. Un pelo teñido de naranja y cortado de forma anárquica por la estilista Suzi Fussey, futura esposa de su guitarrista y lugarteniente musical, Mick Ronson, director de su banda de acompañamiento, The Spiders from Mars. Sin ellos, Ziggy no habría sucedido ni habría sido lo que fue. Pantalones blancos y botas de boxeador que hacían parecer a Bowie uno de los drugos de la polémica adaptación cinematográfica que por aquellos días hizo Kubrick de La naranja mecánica. O pantalones y torera de boatiné, todo orquestado por su diseñador de cabecera y amante ocasional, Freddie Burretti, que también se encargaría de diseñar el mono brillante y los zapatos dorados que Lou Reed luce en su actuación londinense con Bowie en 1972. El rock urbano de Reed, sus letras, pero también la violencia nihilista de otro grupo americano poco conocido en Inglaterra, The Stooges, alimentan la invención de lo que en verano de 1972 será presentado antes el mundo como Ziggy Stardust, el primer personaje ficticio encarnado por un músico del rock. Bowie era Ziggy y Ziggy era Bowie, con sus outfits excesivos y sus cejas depiladas, el maquillaje que le convertía en un ser de otro planeta, con una sexualidad indefinible, capaz de satisfacer cualquier ensoñación adolescente.

La invención teatral y eléctrica se inspiraba, además en Iggy Pop, cantante de Stooges. Pero sobre todo, le debía mucho a Vince Taylor, un rockero británico de cierto renombre que acabó convencido de que era un dios extraterrestre que había llegado a la Tierra. Otro personaje inclasificable, el tejano The Legendary Stardust Cowboy, al que se suele acreditar como inventor del psychobilly, un tipo obsesionado con viajes interplanetarios, le sirvió también para acabar de modelar al personaje. En 2002 le rindió pleitesía interpretando una de sus canciones, “I took a Gemini trip on a Gemini spaceship” en  Heathen. En 2011, el propio Stardust editó una recopilación, For Sarah, Raquel and David, dedicado a sus más grandes admiradores: Sarah Ferguson, Raquel Welch y Bowie. Anécdotas al margen, nadie, ni siquiera el propio Bowie, imaginó el impacto que tendría The rise and fall of Ziggy Stardust & the Spiders from Mars, el álbum que hace ahora medio siglo, inauguró una nueva era. Conectando la energía básica del pop con la obra de artistas hasta entonces marginales, abrió una nueva dimensión en la cultura contemporánea. La identidad del artista quedó alterada para siempre. Podía inventar tantas máscaras como quisiera, desecharlas luego, cambiar de imagen e incluso de estilo musical. Ziggy Stardust acabó también con el reinado de la sexualidad normativa en el pop. Hizo lo que ni Liberace ni Little Richard hicieron antes, proclamar su no heterosexualidad y convertirlo en un espectáculo que hacía soñar a los adolescentes atormentados por sus cambios hormonales.

Foto: MICK ROCK

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