MURCIA. Esteban Vicente (Segovia, 1903 - Nueva York, 2001) es uno de los pintores españoles más relevantes e internaciones del siglo XX, aunque puede que sea más (re)conocido en Estados Unidos que en su propio país, de donde huyó en 1936 -con el estallido de la Guerra Civil- para formar parte de los círculos artísticos más importantes de Nueva York. Darle al artista el lugar que le corresponde es uno de los objetivos del Museo de Arte Contemporáneo dedicado al artista en su Segovia natal, de donde proceden la mayor parte de las 53 obras que hasta el 8 de enero expone Fundación Cajamurcia en el Centro Cultural Las Claras. Se podría decir que con esta muestra el pintor regresa a una tierra con la que mantuvo una fuerte vinculación emocional, ya que pasó largas temporadas estivales en la casa de La Alberca de su amigo el también pintor Juan Bonafé, a través de cual mantuvo relación con otros artistas murcianos como Gaya, Pedro Flores o Luis Garay.
La exposición titulada Esteban Vicente. Una visión individual de la realidad ofrece un recorrido por las diferentes etapas de un pintor "libre y hasta solitario", que aunque recibió un gran número de influencias y transitó por diferentes estilos, destacó por su papel en el expresionismo abstracto americano. Así lo ha señalado la comisaria, Ana Doldán de Cáceres, directora conservadora del Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente de Segovia, quien ha estado acompañada durante la inauguración por el director de Fundación Cajamurcia, Pascual Martínez. La muestra -que cuenta, además, con 9 obras de colecciones privadas e institucionales- reúne piezas de sus inicios más figurativos, collages, dibujos, sus obras de madurez e, incluso, pequeñas esculturas que él consideraba "divertimientos".
De su primera etapa corresponden los cuadros que el artista pintó entre los años 20 y 30, cuando estuvo en Murcia invitado por Bonafé, con quien compartió estudio en el número 7 del Paseo del Prado y expuso conjuntamente en el Ateneo de Madrid. A este periodo también pertenecen pinturas, acuarelas y dibujos figurativos realizados en Madrid, Barcelona, París e Ibiza. Son obras relacionadas con la llamada Escuela de París, en las que ya se aprecia su interés por la luz y el color, nota dominante en la madurez del artista, así como una incipiente tendencia hacia la abstracción.
Esteban Vicente también formó parte de esa generación de pintores poetas del 27, aunque a raíz de establecerse en Estados Unidos se integró de lleno en la escena artística neoyorquina. A partir de los años 50 se introdujo con personalidad propia en la corriente del 'expresionismo abstracto americano'.
De esta época son, según señala Ana Doldán, una serie de pinturas y collages relacionados con la pintura de acción, gestual, de contraste y entrelazamiento de formas, "cercana a De Kooning, aunque en el caso de Vicente son piezas más líricas y poéticas".
La mitad de la década deja paso a composiciones donde la mancha y el color se concentran en el centro del cuadro, lo que evidencia la influencia de Guston y Hoffman. En este periodo comienza su producción como maestro del collage en obras compuestas rasgando o recortando papeles, que disponía sobre soportes de papel, cartón, tabla o lienzo.
"El lienzo blanco necesita color", asegura Esteban Vicente en el audiovisual que se proyecta en la planta de abajo de Las Claras y que merece la pena ser visto para escuchar al propio artista explicar cómo concebía una obra de arte. El color en sus cuadros cobra mayor protagonismo en los años 60, cuando la relación con la naturaleza se hace evidente, con obras de formas amplias y regulares que flotan en el espacio en una atmósfera muy personal, que son reflejo de sus viajes y estancias en Hawai.
A finales de esta década se aprecia un viraje hacia la pintura de campos de color. Se concentra en investigar "el comportamiento del binomio color-luz en sus 'paisajes interiores', composiciones casi arquitectónicas creadas gracias a inmensos estanques de color, de perfiles difusos, donde el gesto y la huella de la etapa anterior han desaparecido en pro del uso del aerógrafo, que le permite separarse del cuerpo a cuerpo de la obra", apunta Ana Doldán. Paralelamente, en sus dibujos y collages prima la estructura, la construcción y las formas rectangulares de color, influido por la arquitectura de la ciudad y el minimalismo.
En la muestra también se pueden admirar pinturas de gran calidad de los años 80 y 90, en las que el artista trabajó con una mayor libertad, multiplicando los colores e impregnándolas de luz e intensidad. Durante estas décadas, la naturaleza es el principal foco de interés, a partir de la visión de su propio jardín, el dibujo se combina con el uso del aerógrafo y los contornos se difuminan. Las composiciones parten de un trabajo de estudio, donde las formas se relacionan y se complementan.
La luz emana de las obras, "el color es la luz", decía Esteban, quien añadía que "mis pinturas son paisajes interiores. Los veo con el corazón, no con los ojos".
La exposición se completa con una breve selección de toys o divertimentos, pequeñas esculturas realizadas, entre 1968 y 1997, a partir de piezas encontradas en su estudio. Estas creaciones muestran las mismas características que sus pinturas y collages, pero trasladadas a la tercera dimensión. Son obras desenfadadas e improvisadas, donde el color, el equilibrio, la composición y el juego conforman los elementos principales.
"Vicente Esteban no buscaba la fama, sino comprender lo que le rodeaba", ha explicado la comisaria de la muestra, quien destaca que el pintor llevó a la práctica la máxima de lograr los máximos con los mínimos. "La pintura tiene que ser pobre", escribió él.