MURCIA. Hubo un tiempo en el que Arte y Ciencia caminaron de la mano en su común interés por comprender los misterios del mundo. El desarrollo de la pintura y la escultura es indisociable del descubrimiento de nuevos pigmentos y materiales, del mismo modo que las Matemáticas y la teoría de la proporción áurea fueron cruciales para la evolución del Dibujo y la Arquitectura. ¿Y qué decir de la ilustración botánica y su papel indispensable en la difusión de la taxonomía de las plantas cuando no existía la fotografía?
Aunque Arte y Ciencia han seguido cruzando sus caminos a lo largo de la historia, el Renacimiento europeo ha quedado como paradigma irrepetible de esta vieja sinergia. La hiperespecialización de la ciencia moderna en infinitas ramificaciones, sumada a su progresivo encapsulamiento dentro de un lenguaje críptico e inaccesible para el resto de la sociedad condujeron en la era moderna a una separación, quizá, demasiado drástica entre lo racional y empírico, por una parte, y lo emocional y subjetivo, por la otra.
La era digital, sin embargo, ha vuelto a girar las tornas. El arte, la tecnología y la ciencia se asoman a una nueva convergencia, que además tiene mucho que ver con los acuciantes retos a los que se enfrenta la humanidad, ya sea la emergencia climática o los avances en el campo de la biomedicina.
Artistas y científicos vuelven a mirarse los unos a los otros, especialmente en todo aquello que tiene que ver con los algoritmos y la visualización e interpretación de datos a través del arte. Existe un creciente consenso sobre el enorme potencial que tienen los proyectos de colaboración dirigidos a hacer más inteligibles conceptos tan complejos como, por ejemplo, el Gran Colisionador de Hadrones. De ahí que, desde hace ya una década, la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) invite cada año a artistas de todo el mundo a desarrollar proyectos a partir de cuestiones físicas y metafísicas, como la asimetría entre materia y antimateria o las incógnitas sobre el origen del universo. No es casual tampoco que la principal publicación especializada en Arte, Ciencia y Tecnología, la revista Leonardo, naciese en el seno del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT).
"Existe una tendencia muy clara entre los artistas, sobre todo desde hace treinta o cuarenta años, a preocuparse cada vez más por los grandes problemas que afectan a la humanidad, en lugar de centrarse en la exploración introspectiva de su propia persona. Somos muy conscientes de que formamos parte de la sociedad", nos explica Carlos Castellanos.
Este artista norteamericano de orígenes cubanos es el beneficiario de la primera residencia artística impulsada por el Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas de Valencia (IBMCP) junto con el Vicerrectorado de Arte, Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidas Politécnica de València. Una iniciativa que está en sintonía con los acuerdos de colaboración entre artistas y científicos que llevan a cabo habitualmente universidades, centros de investigación, empresas privadas y organismos públicos en todo el mundo.