entrevista

Andrés Lima: "El teatro surge cuando la vida entra por la puerta y sube al escenario"

El director, Premio Nacional de Teatro 2019, aterrizará en el Teatro Circo de Murcia con 'Shock I' y 'Shock II' los días 26 y 27 de noviembre

7/11/2021 - 

MURCIA. Golpe de Estado en Chile, 1977. Shock. Margaret Thatcher se convierte en Primera Ministra de Reino Unido, 1979. Shock. Guerra de Irak, 2003. Shock. Pandemia por coronavirus, 2020. Shock. Entre unos y otros, y más que podrían sumarse a la lista, hay un hilo invisible que los conecta, un hilo del que ha querido tirar Andrés Lima. El director, Premio Nacional de Teatro 2019, presenta los días 26 y 27 de noviembre en el Teatro Circo de Murcia dos montajes, independientes, pero conectados: por un lado, Shock 1 (El Cóndor y el Puma), por el que Lima ganó su quinto Premio Max a la mejor dirección; por otro, Shock 2 (La tormenta y la guerra). Inspirados en el libro La doctrina del shock, de la periodista canadiense Naomi Klein, ambas obras tratan de trazar un mapa con el neoliberalismo como fondo, un proyecto de teatro documental que pasa por algunos de los momentos clave de la historia reciente de la mano de un reparto que suma, entre otros, a Willy Toledo, Natalia Hernández o Alba Flores. Entre la ficción y la realidad, Lima dibuja un relato en el que cita a las grandes figuras de la era moderna, un repaso tan incómodo como necesario que sacudirá este fin de semana las butacas de Rambleta.

-Defiende que el teatro plantea más preguntas que respuestas, ¿cuál diría que es la principal cuestión que presenta Shock al espectador? 
-Tanto Shock I como Shock II es una obra que nace de la autocrítica y la reflexión sobre el mundo en el que vivimos y en qué manera somos participes de un sistema, el capitalismo, que se ayuda de la violencia para perpetuarse. La doctrina del shock, libro de Naomi Klein, habla del avance del neoliberalismo desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué es lo que hacemos nosotros? Intentar reflejar esta historia a partir de la guerra y del auge de la política del monetarismo que lleva Milton Friedman desde la Universidad de Chicago, un capitalismo feroz que intenta evitar todo lo público es pos de la privatización, y cómo se organiza en Latinoamérica la intervención en países que están intentando otro tipo de sistemas para provocar shocks. Cuando el ciudadano está desconcertado en su entorno las empresas intentan intervenir en todo lo público para privatizarlo. En el siglo XX, además, llega uno de los mayores shocks que ha habido en la Historia reciente que es la Guerra de Irak, una invasión y guerra de la que somos socios. Es tremendo darse cuenta de esto, la pregunta principal es: ¿qué grado de responsabilidad tenemos?

-Frente a esto, en España fue muy importante el movimiento del 'No a la guerra'.
-El fracaso colectivo ante todas estas cosas es obvio en cuanto a que esa manera de hacer política y relacionarse con el mundo no ha cesado. Todavía hay mucha gente que considera que la guerra es la manera natural de pelear por el deseo de las naciones. Los movimientos ciudadanos que han existido ante cualquier injusticia de este tipo han sido importantes, y en España fue uno de los factores por el que cayó el gobierno de Aznar, pero me da la impresión de que el ciudadano del mundo todavía no ha aprendido, ¿cómo después de que acabara el periodo de Bush y de Blair te puedes encontrar con un ser como Donald Trump?¿Cómo el PP, después de habernos metido en esa guerra y después de haberse demostrado toda la corrupción institucional, puede tener tantos millones de adeptos? Esto para mí es un misterio que hay que mirar. En cualquier caso, el espectáculo intenta que reflexionemos sobre ello. Para eso sirve la cultura, para hacernos preguntas.

-Margaret Thatcher se convierte en el personaje bisagra entre Shock I y Shock II.
-Margaret Thatcher es una de las figuras clave del siglo XX y XXI, su definición del capitalismo popular representa una auténtica revolución conservadora. Ella y Ronald Reagan encabezan desde los años 80 lo que es la punta de lanza de los regímenes más conservadores del mundo basados en la economía de mercado y en el capitalismo más feroz y por eso es una de las protagonistas de nuestra historia. En la primera parte termina con la entrevista de Thatcher y Pinochet, un encuentro que tiene una trascendencia política tremenda, en la que una mujer que ha sido clave en esta revolución conservadora viene a decirle al mundo que Pinochet no solo no es un dictador genocida sino que es 'uno de los nuestros'. Esa confirmación tan descarada me parece muy honesta y muy perversa. Que el público pueda revisar su historia reciente a través de un espectáculo es importante porque el teatro tiene el poder de la emoción, es decir, te puede hacer revivir la historia. Ese es el juego, no leerlo de una manera fría.

Foto: Laura Ortega

-Hablamos de capitalismo feroz, de movimientos ciudadanos, en última instancia, fallidos, ¿Cómo se gestiona el desasosiego del ciudadano/espectador? 
-Aquí hay dos temas interesantes: la respuesta del público ante lo que se le plantea y la validez o no del movimiento ciudadano. El hecho de que no se acabe con la injusticia no quiere decir que el movimiento ciudadano no sea positivo. Estos movimientos existen desde siempre, imagino que desde el cromañón contra el bruto más grande de la tribu [ríe], y deben seguir existiendo porque es la única manera en la que la mirada crítica de la sociedad se represente en la calle, que es fundamental. Muchas cosas han cambiado, pero todavía queda mucho, y esto tiene relación directa con el público. El teatro surge cuando la vida o la realidad entra por la puerta y sube al escenario y entonces nos vemos a nosotros mismos reflejados ahí. No busco contentar al público ni mucho menos, ni creo que sea una función esencial del teatro. La reproducción de la realidad de una manera crítica no tiene que producir únicamente relax, puede producir desasosiego, y aún así querer seguir viéndolo. También puede producir terror, alegría o excitación erótica. La mezcla de todo eso es un buen reflejo de la vida. El teatro no solo tiene que hacer descansar nuestra menta, a veces tiene que hacerla trabajar más.

- En este viaje entre ficción y realidad habéis trabajado con distintos periodistas, como Olga Rodríguez, Alba Sotorra y Alberto Arce, ¿por qué era importante su visión?
-Ha sido vital. Cuando hacemos Shock I tenemos la oportunidad de revisar la historia desde la Segunda Guerra Mundial, abarcando sobre todo los shocks en Latinoamérica y cómo todo ese experimento que nace en Estados Unidos se extiende por el mundo. El orden cronológico nos lleva a los 80 y, desde entonces, es cuando cubrimos la Guerra de Irak y todo lo que la rodea. En Shock II ya tenemos edad para haber vivido prácticamente todo ese proceso, con lo que hay mucha gente que puede asesorarnos, gente como Olga [Rodríguez], que era amiga de José Couso y estaba un piso más arriba cuando disparó el tanque. Si yo quería trabajar con el documento histórico para mí era fundamental trabajar con la gente que ha proporcionado esos documentos. El periodista y el periodismo en general es historia viva, es una fuente de inspiración y de documentación para hacer la obra vital. Ha sido muy emocionante. Este tipo de teatro tiene mucho que ver con el periodismo.

-Shock II toma forma, además, en pleno shock por el coronavirus, ¿cómo ha ayudado o no en el proceso de creación? 
-Desde lego lo ha condicionado. El taller empezó durante el confinamiento, de hecho la primera reunión que tuvimos fue por Zoom. Es muy interesante porque al fin y al cabo la pandemia es un shock, diferente al que provoca el neoliberalismo, pero puede que también lo aprovechen las fuerzas vivas del neoliberalismo. Cuando la ciudadanía está desorientada es cuando ellos pueden intervenir con más facilidad. La privatización de lo público es un hecho y esto es lo que puede que suceda en muchos casos con la pandemia. De hecho, este shock se ve un poco en la obra, que empieza con un niña intentando ver la tele con una mascarilla.

Foto: Laura Ortega

-Es importante en todo este relato el término libertad, o la perversión del mismo. De hecho sigue siendo un arma arrojadiza en política, con ejemplos recientes como el ‘Comunismo o libertad’ de Ayuso.  
-Esto no es nuevo, la palabra libertad es uno de los grandes principios a defender desde la Revolución Francesa, junto con la igualdad y la fraternidad. En la revolución conversadora Margaret y Reagan tienen la palabra todo el día en la boca, pero hablan de libertad de mercado, que no tiene nada que ver con la concepción más sociológica o política de la palabra libertad. Reagan la usaba con mucha facilidad y todo es en función de la libertad, sin embargo la regulación de cualquier situación económica es vital para que no haya abuso de ‘libertades’. Es interesante cómo se utiliza, como Ayuso en la campaña que la ha hecho ganar en Madrid ha esgrimido la palabra libertad con una frivolidad brutal. Era lo único que proponía y propagandísticamente era muy interesante, pero, ¿es real? La derecha y la extrema derecha han tenido siempre muy claro cuáles son las finalidades de la propaganda, especialmente en la época de la posverdad, después de una Guerra de Irak en la que quedó claro que no importa mentir. A los gobiernos no les importa la verdad o la mentira sino el fin que tienen que respaldar, entonces entran en un terreno resbaladizo y peligroso. Pero también depende de nosotros creerlo o no, o si nos interesa creérnoslo. Se vive bien en Occidente, en España vivimos muy bien, y no hay que renegar de eso, pero hay que ser crítico, ¿a quién se está pisoteando?

-¿Por qué llamamos posverdad a la mentira? 
-El lenguaje manipula mucho. Ya lo decía Valle Inclán con Divinas palabras: el cura habla en latín y como nadie lo entiende parece que debe ser algo poderoso e interesante. Pertenece a la misma hipocresía del lenguaje por manipulación política. Posverdad es como tolerancia cero. Si hay tolerancia cero querrá decir que soy un intolerante, pero no quiero decirlo. La era de la posverdad es la era de la mentira, pero no queremos decirlo. Son pequeñas hipocresías que pertenecen al mismo sistema con el que deberíamos ir acabando, aunque sea artísticamente.

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