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Bitácora de un mundo reinventado / OPINIÓN

El zapatero y el loco

5/05/2021 - 

MURCIA. Roberto no defrauda a las enfermeras: encuentran al cincuentón entrañable y naíf que les he descrito antes de dejar el hospital. Sus gafas ochentonas han vuelto a estar de moda antes de que él se enterase de que habían sido demodés. Su sonrisa es la que conozco diez años. Él, sin embargo, no será el protagonista de la visita: es Ali, un negro enjuto que deja la casa cuando nosotras llegamos. 

El zapatero y el loco. Ali y Roberto. El último le ha ofrecido su cama al primero, su cocina, su hospitalidad de psicótico ocioso y dispuesto. Los okupas que desfilan por su casa no son el motivo directo de nuestra visita, pero sí la expresión de que su soledad ha vuelto a brotar como una erupción, una urticaria del alma que emerge de vez en cuando y le tuerce el gesto, lo convierte en depredador de compañía, invitador infinito, barra libre para todos los perdedores del barrio. En los tiempos apacibles Roberto no abre su puerta a nadie salvo a la señora de la limpieza y la hermana. El jaleo dispara enseguida las alarmas familiares.

Charlamos con él en el salón austero de su casa, donde el pueblo se desmiembra y empieza a ser cuadrícula irregular, asfalto indeciso comido de solares y matas. Acaba de despedir a su amigo Ali y éste le ha hablado de diez años fuera de Mali, de las cuadrillas que cogen naranjas y de una patera pagada con el esfuerzo de coser zapatos. Lleva sus herramientas siempre encima, ¿cuántos zapatos gastados hay que juntar para acceder a la inmunidad europea? 

Ali ya se despedía con un codo-codo cuando hemos bajado del coche blanco con logo sanitario. Accedo a las presentaciones. Todos somos exquisitos, benevolentes. Enseguida le pido a Roberto que no se quede a charlar en la puerta para que el vecindario no vea nuestros pijamas blancos pero él ríe de mis escrúpulos, “me han visto tantas veces loco, doctora…”

El africano desaparece entre los bloques que bordean la huerta como si acabara de venderle una enciclopedia o un tupper ware y continuara su ronda. Pronto me entero de que, clausurada la acogida breve de su amigo, el árbol bajo el que dormirá esta noche es siempre el mismo. “Un pino, doctora, junto a la huerta, porque se quemó su casa de okupa”. Roberto se encuentra bien, sigue bien, aunque las pastillas lo dejen blandengue. La soledad lo vuelve a acosar pero él dibuja una sonrisa fatua en la cara y ofrece té, café, agua mineral, está a punto de ofenderse porque no aceptamos nada. Niega que esté deprimido. 

No es que se sienta sólo –luego le contaré a la enfermera de qué forma los psicóticos afirman negando-, pero “a veces lloro, porque me acuerdo de mis muertos, o de otros traumas, y me siento…no solo, porque tengo a la gata y su cariño, pero con este hombre estaba bien...” Sigue creyendo en dios, poniendo velas, una a San Pancracio para que Ali encuentre faena porque así se podrá casar y vivirán todos juntos, uno en cada planta. Ali arriba. Él abajo. Su hermana se ha puesto nerviosa, sí, lo admite, y no le ha dejado explicarse, él que ha estudiado psicología y psiquiatría y sabe cuándo alguien es bueno de veras. Le ha demostrado que era de fiar al darle dinero para la compra, dos veces, y tomaron té, y Roberto le enseñó a partir almendras con una máquina. 

También nos enseña a nosotras los tipos de incienso que tiene y que son medicinales, “healing, curativo del estrés, estimulación sexual…”. Él reza mucho, ¿cómo podía negarle unos días de asilo a un hombre bueno? Pero dos hombres en una casa no van bien, para qué negarlo, y Ali lo ha entendido enseguida, no ha tenido ni que explicarle. El de Mali no quería molestar, le ha dicho, y también ha jurado que era la casa en la que mejor lo habían atendido de toda España. Le deja cosidas unas botas que tenía ya viejas y lo ha hecho con hilo de caña, del que usan los pescadores.

Pero él bien, insiste, muy bien, ¿estamos bien nosotras? No da con la forma de acortar nuestra visita. Él estaba bien hasta que hemos llegado porque se pone peor si le preguntan. Por lo demás de maravilla. No le ha gustado que yo tome la iniciativa de abrir la ventana, va y viene de la cocina mientras lucha por mantener su puesta en escena. Imagino las noches de tertulia con Ali y descarto que fueran incómodas. El joven de rastas recogidas y sonrisa luminosa no estaba bajo sospecha. Lo escucharía con el gesto pagado de quien se contenta con que le llamen por su nombre. Han compartido sus sueños y sus destrezas. Han hablado como hombres, dice Roberto poniéndose misterioso, no va a decirme de qué. Imagino el momento en que su hermana y tutora sabría de este zapatero inquilino, visualizo su caída de comisuras, su vaya por dios, su vete pensándote que este amigo tuyo no puede quedarse. 

Me entristece el final del juego. Es inevitable soñar con un puesto de asistente para Ali. Hombre de compañía. Escuchador. Arreglista. ¿Por qué no pueden nivelarse dos dependencias? Fantaseo un instante con un win win en el que sus mundos sigan tocándose para crear algo hermoso, dos desposeídos en intercambio, un juego útil que debería regir a escala planetaria. Mundos que se miran. Sueños que se enlazan. 

Que nadie se llame a engaño, todos estamos desposeídos.

 

Leo las noticias sobre India y se me cae la ingravidez europea a los pies, el velo de Fernando Simón acerca de que ya la luz y ya el túnel: sólo será para nosotros. Somos tozudos al mirar el mundo como compartimentos estancos. En el mayor productor de vacunas del mundo la demanda se ha disparado, los fotogramas de los tanques de oxígeno desfilando en convoyes lentos produce una sacudida. Es una imagen de la asfixia a nivel masivo como sólo las cámaras de gas nazis crearon en nuestro imaginario. El primer ministro se estaba luciendo con la vacunación, iban ya por los 142 millones de dosis, pero se ha excedido en la confianza. Y la variante india, mientras no se demuestre lo contrario (cosa improbable), no tiene mayor letalidad, tan sólo la que provoca carecer de un sistema sanitario universal y gratuito. 

Varios países encauzan ya su ayuda hacia el segundo país más poblado del mundo, pero sobrecoge pensar lo tarde que llega. Como Roberto con su amigo Ali, se comparte un sueño y se comparten destrezas. Necesitamos una acción global, ¿tiene que ser un loco quien regale lo que le sobra para tener lo que necesita?

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