MURCIA. El mayor miedo del PP es un nombre con tres letras: Vox. Aunque jamás lo reconozcan en público, el gran rival electoral del PP está a su derecha. No el PSOE ni tampoco un hoy debilitado Ciudadanos: el partido que le puede hacer un agujero en forma de votos es Vox. Lo saben y lo temen, por más que las elecciones de Castilla y León hayan puesto de manifiesto la batalla por la hegemonía de la derecha. Esta pugna no pilla de nuevas en la Región de Murcia, ya que desde 2019 se vive cuerpo a cuerpo. Más sutil y tímida desde las filas populares, a pecho descubierto desde las huestes de Abascal. La sombra que se cierne sobre el PP regional no es una advertencia: en la Región es una realidad desde que dieran un puñetazo en el tablero al ganar en la circunscripción murciana de las generales de 2019.
Una frase errónea se ha repetido en la resaca electoral de Castilla y León: Vox puede entrar por primera vez en un Gobierno. No es verdad. La Región se convirtió en la primera que estrenaba esta fórmula. Fue en abril del 2021, cuando Fernando López Miras nombró a Mábel Campuzano como consejera de Educación y Cultura en compensación por el apoyo para desactivar la moción de censura. Otra cosa es que el partido no reconozca a Campuzano, ni la admitan como suya, pues la consejera fue, junto con Juan José Liarte y Francisco José Carrera, expulsada de la formación. Aquella fue una batalla interna por el control del partido, pero no una lucha de ideas. Ninguno de los tres se desmarca ni una mácula del ideario de Abascal y sienten como suyo el programa electoral: lo comparten al 100%. Los matices estriban en que no responden a ninguna disciplina de partido, lo que les da margen de maniobra para actuar a su antojo en la Asamblea Regional.
Si alguien puede morder y hacer daño en las costuras del PP es Vox por su poder de fascinación en una tierra tradicional e ideológicamente de derechas. No en vano, el 60% del voto suele ser conservador frente al 40% progresista, como suelen incidir a menudo politólogos y analistas. Un territorio además marcado por la importancia de la agricultura, los eternos problemas del agua y un cierto patriotismo sin complejos, receloso de cruzadas independentistas. Es decir: el caldo de cultivo perfecto para Vox. El caldo de cultivo que el PP ha intentado cuidar durante años, apropiándose del mensaje ("Agua para todos") y con el que la izquierda se topa, atrapado entre sus matices ideológicos (por ejemplo, Podemos no se arruga a la hora de denunciar a las empresas agrícolas que contaminan) y las contradicciones con el discurso nacional (otro ejemplo, el PSOE sufre con cada recorte del Trasvase ordenado desde el Ministerio).
A ello habría que añadir dos elementos capitales en el discurso de Vox: su posición contra la inmigración ilegal y la negación de la violencia de género. Dos ideas a las que el PP no se ha sumado, pero que inexorablemente calan en cierta parte de la población. O al menos 199.829 murcianos así lo refrendaron en las urnas de 2019, cuando eligieron la papeleta de Vox. También pesa el gran poder de convocatoria que exhibe Abascal cada vez que visita la Región. La manifestación del campo por las calles de Murcia fue otra demostración del tirón del líder de Vox, que incluso se subió a un tractor murciano entre gritos de "presidente, presidente". Encima esta semana ha caído como una bomba la guerra interna del PP, con Teodoro García Egea en el centro del huracán. En Vox se frotan las manos con la crisis interna de Génova, la mayor que se recuerda en mucho tiempo.
La pregunta es: ¿Cuál el techo de Vox? ¿El partido puede crecer más y está listo para conseguir la victoria? ¿O la campanada de 2019 fue su tope? José Ángel Antelo, el líder regional, siempre ha sacado pecho de las altas expectativas de su partido. "Vamos a gobernar", comenta a menudo. Pero Vox lleva ya tres años en el escaparate nacional y todavía no ha dado el gran salto en ninguna de las elecciones autonómicas (ni en Galicia, ni en el País Vasco, ni Cataluña ni Madrid). Nunca han igualado el 28,16% de los votos que obtuvieron en Murcia en 2019. El PP, por el contrario, resiste en sus feudos. De hecho, estos comicios han mostrado una secuencia clave: si el PP es débil, Vox sube (País Vasco y Castilla y León); si el PP es fuerte, Vox se frena (Madrid y Galicia).
López Miras nunca se ha caracterizado por combatir los argumentos de Vox. No ha entrado nunca en esa disputa. Primero por interés pragmático, pues Vox era su aliado necesario para sellar la investidura. También fue su primer socio parlamentario para los Presupuestos de 2020. Después por mera coherencia, pues vio el cielo abierto cuando los expulsados de Vox (ahora readmitidos por la Justicia) podían ayudarle para sumar una mayoría absoluta de facto en la Asamblea. De aliados a compañeros de Consejo de Gobierno. Sin embargo, sobre Castilla y León Miras sí se ha alineado con las tesis de quienes defienden que Mañueco debe gobernar en solitario. Claro que si hubiera dicho lo contrario se habría quedado solo, pues todo el aparato del PP y los barones autonómicos son partidarios de no integrar a Vox en la Junta castellanoleonesa.
Antelo, en cambio, sí que atiza al PP en tal que ve la ocasión. Especialmente en la gestión de la hostelería: Vox ha salido en tromba por cada restricción ordenada a los bares y restaurantes. También por el pasaporte covid. Oposición dura en la calle... con quien puede ser su socio en el futuro. O quizá no. El PP, aun así, parte con ventaja en las encuestas mientras que Vox no termina de despegar. Salvo sorpresa y giro de las tendencias políticas, salvo que remonte el PSOE (que tendría que concentrar todo el voto de la izquierda, arañar apoyos en el centro-moderado y esperar una honda división de la derecha; es decir, la receta de 2019), el PP mira a su derecha. Ahí está su partida electoral.
También plantea una consulta sobre la inmigración ilegal