CARTAGENA. Asensio Albaladejo lleva bajo el brazo un dossier que se conoce al dedillo. No le hace falta abrirlo para saber lo que hay dentro. Este documento lo ha paseado para mostrarlo una y otra vez con la vana esperanza de que alguien le haría caso. Fotos, un interminable rosario de instantáneas de su barrio, al que él representa a tiempo completo -cuando las cargas familiares se lo permiten-, nos preparan para la cruda realidad. Acompañado por Ginés Gallego y Fernando Gallego, dos de sus compañeros de la asociación de vecinos, nos muestra, sin tapujos, puro realismo social de una zona degradada en la que cualquier tiempo pasado fue, sin duda alguna, mejor.
Nadie mejor que ellos, algunos nacidos y criados allí, otros, vecinos con 'muchos años de mili' en el barrio, conocen el ocaso de sus calles, sus negocios y sus viviendas. Lo peor quizá es ese profundo sentimiento de desamparo e impotencia ante las palabras de aliento y las promesas incumplidas que cada político les ha brindado cuando visitaban San Antón.
Hasta una treintena de solares de titularidad pública y privada salpican sus calles. Es éste un cáncer que corroe el barrio. La suciedad se apila dentro de los terrenos sin edificar -bolsas de basura, escombro y matorrales-; la basura llama a la basura, lo que da lugar a la proliferación de ratas, que campan a sus anchas como parte del vecindario, con el consiguiente temor de los mayores por las enfermedades que transmiten. Asensio y su equipo tienen un plano del barrio donde están pintados en verde las parcelas. "Llevamos años reclamando al Ayuntamiento que actúe contra los propietarios que tienen abandonados los solares, pero los que antes eran oposición y se solidarizaban con nosotros al ver los problemas, ahora, en el gobierno nos dicen que ese es un asunto generalizado en la ciudad y no pueden actuar de un día para otro en San Antón", reclama Ginés Gallego.
En algunos casos la falta de guardia en los terrenos ha provocado, como es el caso de Flori Cañavate, que en su domicilio de la calle Salud el agua corra por dentro como si fuera una rambla. "Se me cae la casa", dice con angustia esta vecina que nos acompaña para ver lo que hay justo detrás de su vivienda. "Esto es con lo que tengo que convivir", se lamenta mientras nos enseña ese espacio lleno de suciedad, matorrales, escombro y un lamentable descuido que ha provocado las terribles humedades y grietas en su domicilio. "No sé ya dónde acudir. He denunciado al propietario y he informado al Ayuntamiento, pero mientras mi casa y la de mis vecinas se sigue hundiendo, aquí nadie hace nada por echarnos una mano", explica con frustración Flori.
Asensio explica, por su parte, que en gran parte de las ocasiones están atados de pies y manos cuando de solares se refiere y tratan de poner reclamaciones para su cuidado y limpieza. No hay propietario al que localizar, porque pertenecen a personas fallecidas en algunos casos y sus herederos ni tan siquiera han aceptado la propiedad de estos solares, lo que supone un vacío en la misma; la burocracia hace el resto.
En nuestra visita nos encontramos con Ali, que tiene un locutorio a la entrada de la calle más importante de San Antón, Hermanos Pinzón -antes la llamaban la calle Mayor-, donde años atrás se celebraban las fiestas del barrio. Por cierto, ya ni los feriantes quieren poner sus puestos porque han padecido el robo de material de sus atracciones. "No les cobrábamos por esos días, pero ni con esas quieren ya venir", dice Ginés Gallego.
Alí es miembro de la directiva de la Asociación de Vecinos de San Antón y el mejor interlocutor con los inmigrantes del barrio. Explican que el 60% de la población es magrebí y que la adaptación se convierte en un asunto polémico entre vecinos. Con su trabajo intenta hacer entender a un buen número de los llegados que es básico atender a las mínimas normas de convivencia social, urbanidad e higiene.
Por cierto, hablando de limpieza, Francisco Javier Contreras, el barrendero de San Antón, el único para una población aproximada de 10.000 personas, no da abasto. Dice que antes de que le manden a un compañero preferiría que la gente se concienciara de que la basura hay que tirarla a los contenedores. "Me paso más tiempo metiendo las bolsas dentro que recogiendo suciedad por la calle", dice el joven de Santa Lucía, que es casi como uno más de la familia de San Antón tras casi tres años recorriendo sus calles.
En la esquina de la calle Hermanos Pinzón tiene José Ros su puesto de venta de cupones de la Once. Aprovecha para explicarnos otro de los asuntos que le trae de cabeza a él y a todo el que pasa con su carro de la compra o el carrito de los niños por esa esquina con avenida Colón. Dice que han sido unas cuantas las veces que ha tenido que salir a la carrera para recoger del suelo a alguna persona mayor que ha resbalado por culpa de una polémica barrera arquitectónica entre la baldosa y el asfalto. La altura hace este obstáculo infranqueable para los que llevan peso o no están atentos y un sufrimiento que no acaba nunca de solucionarse. "Lo hemos hablado con los concejales. Llevamos cinco años pidiendo que se ponga una rampa y mientras no dejamos de ver cómo la gente tropieza o cae, pero ya sabes que a la gente mayor no le gusta esto de andar con denuncias", comentan Ros y Fernando Gallego.
Una de las últimas paradas es la de la barbería de Fabián. 57 años de vida tiene este negocio que saboreó momentos más felices. El propietario, junto con su hijo Raúl, explica que San Antón ha ido languideciendo y a su vera los negocios que aquí se asentaron. Recuerdan mejores tiempos, cuando estaba la Fábrica del aceite, la Escuela de Minas o la Fundición, un vago recuerdo que se difuminó en el tiempo. "Esto es un desastre. Tenemos problemas de convivencia y cada vez quedamos menos", se lamenta Fabián, quien añade que "habría que traer una pala y limpiar con todo".
Dice la historia que ‘la tradicional romería en honor de su Santo Patrono data del año 1842 y con el tiempo va adquiriendo mayor animación. La animación es grande por los muchísimos puestos que se instalan con garbanzos tostados, los famosos y tradicionales rollicos del Santo que todos adquieren, caballitos, tiro al blanco, cucañas, polichinelas y muchas atracciones, todo amenizado por las bandas de música en los bailes de los círculos y sociedades. Y finalmente, para sufragar los gastos, la tradicional rifa de un bien cebado cerdo’. Poco queda de aquello, un impreciso recuerdo que mantienen vivos los vecinos.
Algunos no claudican con la profética idea de que el siglo XXI acabe con su historia y su vida, pero ésta es la triste crónica de un barrio engullido por el olvido, muy lejos, a años luz, de las ínfulas de una ciudad que aspira a ser Patrimonio de la Humanidad.