Hoy mis hijas cumplen dos semanas de vida. Dos semanas donde he vivido todo un terremoto emocional. Nacieron el pasado 4 de septiembre por cesárea. Hoy desde aquí alzo la voz en nombre de tantas y tantas mujeres que piden y luchan por partos más respetuosos y humanizados
Empezaré contando que mi parto por cesárea ha sido bueno. Todo salió como se esperaba. Mis hijas nacieron en el Hospital La Fe de Valencia, rodeada de un gran equipo de médicos y especialistas que me atendieron y me cuidaron con todo mimo y cariño. Era sábado 4 de septiembre a las 13:00 del mediodía cuando me bajaron a quirófano y ellas nacieron a las 13:35 horas.
Yo ya sabía que iba a ser cesárea, estaba mentalizada, porque me dijeron semanas antes que por protocolo en un parto gemelar cuando una de las bebés no está en posición cefálica (la cabeza abajo) entra la intervención quirúrgica para no arriesgar. Luna estaba bien posicionada para un parto natural, pero Manuela estaba en posición podálica (sentada). Así que no me dieron opción, tanto por el riesgo de mi embarazo en estas 37 semanas de gestación, como por ser un parto gemelar y teniendo en cuanta que una ya no pinta 20 años, los médicos me aconsejaron desde hacía tiempo que fuera una cesárea. Y así fue.
La cesárea estaba programa para el lunes 6 de septiembre pero tres días antes empecé a sentir que mi cuerpo me daba señales, el parto había empezado. Notaba contracciones sin ser regulares ni dolorosas pero tenía un malestar general. Fui a urgencias tal y como me habían indicado, y me quedé ingresada la noche antes. Era viernes.
Me di cuenta que mientras mi cuerpo daba señales, mi mente aún no estaba preparada para la llegada de las niñas. No podía creer que en cuestión de horas mi vida cambiaría de nuevo para siempre. Estaba a punto de convertirme en madre de tres niñas.
Ha sido una experiencia diferente a la que tuve con mi anterior embarazo y parto. Cuando nació mi hija Leo-Khadija, mi vida era otra, mi entorno era otro; su concepción fue distinta y el parto y la crianza también lo fueron. Ahora con el nacimiento de las mellizas, Manuela & Luna, es todo diferente y creo que esto ha sido la base para que mi cabeza haya reaccionado de una manera que no esperaba. Estoy segura que en este shock que he vivido unos días, además de las hormonas, la intervención de una cesárea no ayuda pues una se siente más débil y necesita tiempo para recuperarse. Un tiempo que en el momento del nacimiento de una bebé, o de dos, ya no existe como estamos acostumbradas.
Cuando me bajaron a quirófano sentía miedo y me sentía indefensa. En esos momentos yo me sentía pequeña y vulnerable, estaba siendo consciente de todo pero sin darme cuenta. Eran sensaciones extrañas y nuevas para mí. Tumbada en una cama de operaciones, con los focos agresivos sobre mi rostro, las manos maniatadas para controlar cualquier espasmo involuntario que pueda ocasionar la anestesia local, y rodeada de un regimiento médico que me trataron con todo el cariño posible comenzó la intervención. Ahí fui consciente de que por muy cariñoso y afectivo que fue el equipo médico conmigo, el propio sistema y sus protocolos de las cesáreas lo hacen frío y deshumanizado.
Un parto natural nada tiene que ver con una cesárea por muy bien que haya salido todo. Y ahora, tras haber vivido las dos experiencias, más cuenta y más afortunada me siento de haber vivido un parto maravilloso como el que tuve con mi primera hija Leo-Khadija. Fue un parto muy humanizado, dentro de lo que el hospital permite, en la más estricta intimidad y rodeada de amor y cariño con la presencia necesaria de personas cercanas a mí. Mi querido amigo Edu Ferri como matrón y una enfermera, mi madre y el padre de mi hija. Tan sencillo y lindo como esto. No se necesitó ni la presencia del ginecólogo pues fue todo fluido, un parto soñado. Nada más nacer mi hija tuve el contacto “pile con piel” y se puso a mamar. Quienes han podido experimentar esto saben a qué me refiero.
Nunca olvidaré el primer contacto con ella, el tacto de su piel envuelta en la grasa con la que nacen y sus lloros sobre mi pecho. Una maravillosa sensación que no pude vivir ahora en mi segundo alumbramiento.
Esta segunda vez pedí que me hicieran el “piel con piel” , ya que mi primera experiencia fue mágica, en gran parte gracias a esto, pero me dijeron que no era posible. No pregunté más. Luego supe que la pediatra y la ginecóloga lo ha de autorizar y no fue mi caso. En general prefieren que no sea así para no hacer excepciones a una serie de protocolos que ya los tienen establecidos. Siempre me quedará la duda que si hubiera insistido, quizá lo podría haber conseguido.
Creo que no descubro nada cuando manifiesto que en estas situaciones una quiere lo mejor para sus bebés y para que el parto y el nacimiento vayan bien. Y ante las indicaciones médicas, yo nunca sentí la necesidad de cuestionarlas.
Me enfrentaba a este parto con muchos miedos, como los miedos que me han perseguido en todo mi embarazo y que todavía me acompañan. Unos miedos que no he podido gestionarlos como a mi me hubiera gustado. Así que en este parto no planifiqué nada ni pedía nada. Entendí que el equipo médico haría lo que mejor considerara (siempre he confiando mucho en el equipo de La Fe) y tomaría las mejores decisiones para que saliera todo bien. Y así fue. Agradecida estoy de cómo me trataron y que saliera todo bien, pero me quedó pendiente el poder haber tocado y abrazado a mis bebes nada más nacieron, sentirles y llorar sobre ellas de emoción. Mentiría si dijera lo contrario.
No quiero convertirme en una detractora de las cesáreas pues gracias a ellas muchas mujeres y sus bebés han podido llegar a este mundo y salvarse de riesgos tremendos e insisto que las cesáreas cuando son necesarias, bienvenidas sean. De hecho, en mi caso, estoy segura que la cesárea ha sido la mejor opción para las bebés y para mi.
Pero me hago eco de las denuncias reiteradas durante muchos años cuando se hablaba del abuso de la práctica de las cesáreas especialmente en el sistema sanitario privado.
Mientras que la sanidad privada debe responder ante unos criterios económicas, se presupone que en la sanidad pública no hay que rendir cuentas económicas y el criterio médico es el que prevalece a la hora de programar partos y hacer cesáreas.
Desde aquí invito a las mujeres que se van a enfrentar a una de las experiencias más bonitas de mi vida, a informarse y a decidir qué parto desean vivir y al personal sanitario a velar por el bienestar de la mujer y sus bebés tanto físico como emocional. En definitiva, a planificarlo con las indicaciones sanitarias que les den, pero a formar parte de ese proceso.
Para ello en su día, mi querida amiga Corina Preciado me invitó a asistir a una de las charlas del movimiento que surgió el Parto es Nuestro y que tanto me sirvió. Esta vez no he tenido energía ni fuerza para hacerlo pero desde aquí animo a quién sienta esa necesidad de formar parte en la elección de su parto que lo haga.
La semana que viene… ¡más!