La humedad se pega a los huesos como una segunda piel que no deja de tiritar. No hay calor que valga cuando el cuerpo se estremece ante las bajas temperaturas costeras, pero un buen caldo de puchero, al fuego con una o dos pilotes de Nadal y unos pocos buñuelos de sopa, es algo indefectible. Corre el calendario hacia el final del trayecto de este año, un tiempo que ha vuelto a dejarnos más incertidumbre, inseguridad y demasiado cansancio. Este virus sigue residiendo en nuestras vidas. Con nuevas formas, nuevos síntomas, sin saber si vendrán otras variantes, muchas o pocas. Sin saber qué será de nosotras. La vacunación masiva es, sin duda, el éxito de este año que se escapa. Vacunarse es la única salida de este tortuoso túnel.
Estos días han ido acumulando infinitos mensajes de buenos deseos, de felicidad, de luchas compartidas. Mensajes que llenan esos rincones anímicos que siempre quedan al descubierto. También se mezclan los mensajes que se envían a mogollón de forma descuidada. Pero sientan bien aquellos de bellas palabras y sentimientos sinceros. Estos días son, ciertamente, una algarabía de sensaciones que nos arrastra, celebraciones del obligado cumplimiento. Pero el virus ha vuelto a sentarse a la mesa esta Navidad.
En la nueva casa solo se celebra la cena del 24 de diciembre. Esa noche pasaban los Reyes Magos de Castellón, los mismos que, después, recorren las comarcas del Nord hasta llegar a Morella el cinco de enero. Una pequeña tradición heredada de los Magos madrileños que partían de la meseta para, después, llegar a Castellón y a Morella el día cinco de enero. La historia quería evitar a otros personajes que se visten de rojo y reparten regalos en Nochebuena. La historia funcionó. Pero ahora ya no funciona. Para el pequeño Aimar, que ha viajado a Noruega, ha visto de cerca los renos, el paisaje nórdico nevado y helado, y que ha sentido allí a Papá Noel, no hay historia de los tres magos que valga. Siguió atento y emocionado el paso de Papá Noel por las calles de Castellón, pero reconoció que los renos eran raros. Para los pequeños Biel y Quim tampoco funcionará, pero recordarán que hay una casa en Castellón donde ellos encienden luces de colores.
La magia de estos días sigue vigente, aunque se revele en pequeños instantes, en una cena, en esos dos o tres segundos de ternura que escribiera y cantara el añorado Luis Eduardo Aute. Este año ha seguido la estela de confinamientos de las pasadas navidades, además con un mayor nivel de transmisión. Un virus disparado que nos obliga a no pensar en mañana, ni en pasado mañana. Cada día hay alguien cercano que se une a la liga de los positivos, cada día hay alguien cercano confinado porque ha estado en contacto con alguien positivo o sus hijas e hijos han sido confinados. La pasada semana fue un cúmulo de situaciones preocupantes y, en la mayoría de las ocasiones, sin diagnóstico ni pruebas PCR hasta hoy y a partir de hoy.
El mundo de la ciencia y la investigación, el auténtico, serio, y prestigioso, lleva semanas advirtiendo de la necesidad de aplicar restricciones severas y determinantes. Ayer, los dos referentes científicos Pere Estupinyà y Javier Sampedro, colaboradores del programa A vivir de la cadena Ser, mostraron su malestar por la falta de valentía y decisión política ante las cifras desbocadas que marcan la realidad de todo el país. Salvaron de la quema al gobierno catalán y vasco "por ser valientes". Criticaron la pasividad y el miedo a adoptar medidas incómodas. También advirtieron de que esta crisis remitirá. Pero, para ellos, el desbordamiento de los contagios actuales es el colapso de la Atención Primaria y el desbordamiento psicológico y emocional de la ciudadanía.
Estos días se está percibiendo el hartazgo, cabreo, y el agotamiento. Nos llueven piedras y alta tensión social. Las cifras de contagio siguen disparadas. Están siendo unas fiestas tristes, otro año tristes. No obstante, hay muchas navidades tristes. En estos días se imponen roles cargados de ese espíritu navideño que inunda el aire que respiramos, y la Navidad es, en múltiples ocasiones, ese pozo profundo en el que nos sumergimos para alcanzar los recuerdos y sensaciones que vibran en la memoria. Y siempre caen las lágrimas a borbotones en todas las casas. Son unas fiestas con trampa, con el espejismo de una felicidad ficticia que nos machaca desde hace semanas, con villancicos y su ruido insoportable, con luces que atormentan a quienes viven en soledad estos días.
Escribir en la mañana del segundo de Nadal, el Nadalet morellano, es reencontrarse con viejos sabores y aromas. Los langostinos de Vinaròs, que van cambiando su color sobre la plancha de asar, las cacerolas con el caldo mágico del Hostal Nou, les pilotes de Nadal de Palmira, los ingredientes de la olla distribuidos según cada paladar. La mesa del Nadalet. Tercera celebración en muchas casas castellonenses. Con el paso del tiempo y las situaciones que va dejando la vida en este tránsito, en todas las casas hay sillas vacías, ausencias físicas, anímicas y ausencias temporales por el coronavirus. Pero, simultáneamente, hay nuevas vidas sentadas en la mesas, nuevas niñas y niños que se incorporan a la vida. La Navidad es una larga cadena de emociones que van ganando y perdiendo eslabones.