MURCIA. Al parecer, las votaciones en España son motivo de polémica, ya sea en el Benidorm Fest o en el Congreso de los Diputados. En el primer caso, aún se sigue polemizando porque parece ser que buena parte del jurado y la ganadora son objeto de intimidación. Los del segundo lote nos han dejado unas risas impagables de uno y otro bando, que han venido a confirmar lo mucho oculto que hay en el paquete político, de ineptitud, interés personal y falsas alianzas, junto a una cara dura de las que quitan el hipo. Ambas cuestiones se tratan sesudamente porque está de moda debatir sobre los discursos de odio, que no delitos, y porque les afecta a los que están en el ajo. Las personas sin focos mediáticos, partidos o grupos económicos detrás, que se apañen como buenamente puedan con su salud mental y sus odiadores, que no les harán el comité de expertos ni les pondrán plañideras.
"No me siento identificada con que las tetas den miedo: ni me lo dan las mías, ni las de las demás"
De la votación política no voy a hablar porque aún no ha alcanzado el punto de inflexión y promete emitir más fenómenos extraños. Mi atención se centra en el enfoque desde el feminismo racional, del tema eurovisivo. Resulta que en Eurovisión nos va a representar una mujer que ha dedicado horas de trabajo para esculpir su cuerpo y convertirlo en una máquina de bailar, siendo capaz de aguantar las notas musicales en un intenso movimiento. Hay un gran esfuerzo detrás en este sentido, mucha profesionalidad y hasta ahí llego. Porque luego, como era de esperar en este tipo de canciones comerciales de los mercados de alto rendimiento, la letra es una chorrada absoluta, compuesta por hasta cinco cabezas pensantes, batida en un mix reiterativo de lo que todo el mundo sabe hacer con mejor o peor fortuna: seducir por la vía directa. En la línea con los éxitos de Naty Peluso o Rosalía, por ejemplo, con actitudes y canciones que conviertan provocación en ingresos gracias a estereotipos de mujeres. Productos como la portada de Motomami, que viene a ser una mujer desnuda con un casco de moto tapándose a sí misma para dejar claro que el desnudo no se considera natural a pesar de parecer lanzadas, y las consabidas uñas idiotizantes. La idea es captar la atención con un falso mensaje de liberación y empoderamiento femenino. Se trata de generar un nuevo estereotipo femenino, o mejor, coger el antiguo que quedó señalado por el movimiento feminista pionero, y disfrazarlo.
El caso es que competía también un supuesto himno feminista que coloca a nuestras tetas como algo que da temor y hay que soltar. Lo primero que pensé es cómo es posible que alguien tema a una teta cuando es una parte más de nuestro organismo y tiene una función. El temor de la teta se me antoja hacia dos vertientes: una, la necesidad de intervenirla para captar supuestos deseos ajenos, y la otra es la asociada a una enfermedad. No me siento identificada con que las tetas den miedo, ni me lo dan las mías, ni las de las demás. Ni tampoco en sentido figurado. ¿El poder de una mujer está en sus tetas? Hasta lo que yo sé, lo de las tetas es porque somos mamíferos, una clase más de animales. El asunto de que las tetas den miedo y haya que sacarlas como mensaje de feminismo, incluso femineidad, aunque sea metafóricamente, me resulta poco efectivo, además de rancio, hoy que está todo perdido de tetas; infladas mayormente, enseñadas seguidamente, idolatradas muchas veces machistamente, y con ausencia de las tetas naturales cualquiera que sea la edad de la mujer. A ver, en lugar de la teta de plástico que coronaba el escenario podían haber puesto un repertorio real de tetas de mujeres reales, incluso las que no tienen.
En la otra canción en discordia que vibraba al son de la percusión y las panderetas, si alguien mirase más allá de la lengua, quizá sí podría ver un empoderamiento femenino. Creo que en esa agrupación de fincas en paisajes gallegos que unifican las tres intérpretes, mientras hablaban de quedar con amigas para ir a bailar, mientras los bailarines eran ellos y el batería también era él en un muy segundo plano, ellas cantaban en una transmisión de madres a hijas, de amigas a amigas. Desde las mujeres. Para el resto del mundo. Ahí sí que vi mujeres libres. Y también españolas porque: ¿acaso no es española la verbena en cada pueblo? ¿acaso el espanglish es más español que el gallego?
Me he ido al feminismo antes del ocho de marzo, lo reconozco. Se me va también la mira telescópica al escenario geopolítico, con el espinoso tema taxonomía verde. Llevo mal dar pasos atrás simulando un avance en temas muy serios mediante el disfraz de las cosas para recuperar posiciones perdidas. La culpa la tienen las votaciones paranormales de este mi plural y divertido país. ¡Con razón nos aman cuando va de divertirse!
Celia Martínez Mora
Investigadora
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