MURCIA. Las Meninas tal vez sean uno de los cuadros más sobreanalizados de la Historia del Arte. No es únicamente la mestría de Velázquez con la técnica pictórica, ni tan solo el contexto en y para el que pintó el cuadro. Se trata del misterio, el gran centrifugador de atención de la naturaleza humana. Se ha intentado descifrar los “enigmas” y los significados de cada elementos. Alguna persona más ambiciosa se ha atrevido a valorar el porqué del conjunto de ellas. ¿Qué pretendía Velázquez en su cuadro? ¿Por qué ese juego de reflejos? ¿Acaso cada uno significa algo diferente?
Las Meninas pueden servir como el paradigma del artefacto artístico de la metapintura. Un reflejo, o una referencia que crea segundos signifcantes que, a veces, se apoderan de los primeros. Redes tejen los propios artistas para vincular su obra a otras, o a otras expresiones o disciplinas artísticas. O simplemente, una huella del aquí y el ahora en el que cada cuadro se pensó y se desarrolló.
Todos estos supuestos son el objeto de estudio Óscar Martínez en El eco pintado: Cuadros dentro de cuadros, espejos y reflejos en el arte, editado por Siruela. Su segunda incursión en el ensayo tras el éxito de Umbrales. Un viaje por la cultura occidental a través de sus puertas. Martínez, que empezó su carrera como creador e investigador en el mundo del grabado, y que ahora imparte Historia del Diseño Gráfico en la EASD, se zambullé otra vez en una genealogía de la Historia del Arte alternativa.
Bueno, él no quiere ser tan ambicioso. Esto no es un tomo de Gombrich, sino que el tono utilizado siempre ha querido ser divulgativo, personal. El libro lo componen cuatro grandes partes (), y en cada uno de ellos, varios capítulos cortos analizan las obras individualmente. Detrás de cada una de ellas se puede esconder una historia personal, una anécdota de la vida del artista, o un hecho histórico que arrasa con los significantes que nuestros ojos pueden percibir.
La selección de las obras también tienen algunos criterios personales. “Decidí que ningún artista tuviera más de dos obras en el libro, por eso no están Las Meninas", "pensaba que más de la mitad de las obras iban a ser del Museo del Prado, pero al final he intentado que hubiera artistas, estilos e historias diferentes", "obviamente, también tenían que gustarme los cuadros", "buscaba obras que pudieran hablar de la sociedad de ahora también; por ejemplo de la cultura del selfie", "tenían que contar algo que sorprendiera al lector de alguna manera", enumera el autor en una entrevista con este diario.
Y en cada capítulo una ventana infinita, un umbral a esos pequeños multiversos creados con óleo y un pincel o con una cámara. La historia del arte traza una genealogía explícita de ella misma. Y en el siglo XX, con el inicio de las vanguardias y la amenaza de la fotografía y el cine por la hegemonía de la mirada, el discurso explota y se vuelve eminentemente autorreflexivo. "El arte hasta entonces se había dedicado a la mimesis de la realidad. Cuando aparecen expresiones como la tecnología, esa mimesis se agota. Y en ese nuevo escenario, las vanguardias tratan de reflexionar sobre el papel del arte", explica el autor.
¿Y antes? ¿Por qué Velázquez o Van Eyck querrían hacer un reflejo o una referencia metapictóricas? "Primero, hay que tener en cuenta que con los pasos de los años, hemos construido una sobreexplicación de algunos cuadros que superan seguro lo que buscaban los pintores con sus obras. En todo caso, yo creo que Velázquez o Van Eyck habían desarrollado tanto su técnica pictórica, les era tan fácil pintar bien, que podían llevar sus obras a otros terrenos como los retos narrativos o semiológicos".
Ahora, en pleno siglo XXI, la discusión pública sobre el mundo del arte lo abarca todo: desde el orden de las colecciones artísticas hasta la reivindicación de las identidades perdidas por el canon artístico, el colonialismo, y el heteropatriarcado. Uno de ellos, el colonialismo, tiene evidentes brechas en algunos de los cuadros analizados. La mezcla entre culturas a escala global a lo largo de la historia es una influencia intachable: los inventos, las técnicas y los soportes de la cultura occidental y la oriental se iban conociendo, y así iban generándose las innovaciones en cada una de ellas.
Mosaico de la Batalla de Issos, de Helena de Egipto (hacia el 100 a.C)
El reflejo más antiguo jamás documentado. Es en realidad un pequeño detalle en un gran mosaico, pero desprende lo maduro que era ya entonces la creación de la imagen. En uno de los escudos de los combatientes, se refleja otro. Un espejo con perspectiva, aunque el detalle no sea un prodigio de la técnica.
El cuadro, además, tiene un secreto. Tradicionalmente atribuido a un hombre, algunos estudios apuntan a que en realidad estuvo realizado por una mujer, Helena de Egipto.
Anunciación, de Joos van Cleve (hacia 1525)
¿Qué hace un Moisés cornudo entre tres chinchetas en un cuadro como la Anunciación, con una carga simbólica tan grande? Joos van Cleve no estaba haciendo una herejía, sino haciéndole caso a una mala traducción de la Biblia. San Jerónimo, el responsable de la versión más popular entonces de las sagradas escrituras, decidió traducir qaran como "con cuernos" en vez de "irradiar luz". Una ambigüedad que tuvo reflejo en este y otras obras, como un mural de Miguel Ángel.
El escaparate del vendedor de estampas, de Walter Goodman (1883)
Martínez descubrió este cuadro en la exposición Hiperreal: el arte del trampantojo, hace tan solo unos meses. El protagonista del cuadro vende unas cartes-de-visite, un formato de protofotografía que permitía la reproducción masiva de algunas imágenes, que principalmente sirvió para difundir el patrimonio artístico occidental.
Este cuadro enseña un reto: el de la pintura frente a la que parecía ser su amenaza, a finales de siglo XIX.